martes, 30 de septiembre de 2014

PALABRAS DE HUMBERTO GARCIA LARRALDE EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE  HECTOR SILVA MICHELENA: ESTADO DE SIERVOS. DESNUDANDO EL ESTADO COMUNAL

Debo agradecer, para empezar, que Héctor me haya pedido presentar su libro, Estado de siervos. Desnudando el Estado comunal.Representa un verdadero honor, por todo lo que ha significado para mi desde mi época de estudiante, en mi desempeño como economista, como universitario y como ciudadano angustiado por los graves problemas que hoy aquejan al país, la trayectoria de Héctor Silva Michelena. No es menester hacer mención aquí de la prolífica obra de Héctor como estudioso de los problemas del desarrollo venezolano, de sus aspectos económicos, sociales y políticos, o de sus incursiones en la poética y la crítica literaria y, todavía menos, del universitario cabal que siempre ha sido. Todo ello es ampliamente conocido por los presentes. Lo que deseo destacar ahora es que la pasión de Héctor Silva Michelena por conocer la realidad del país, despejar las telarañas que encubren la naturaleza de sus problemas y arrojar una provechosa luz para convocar nuestro compromiso con la libertad y la justicia, sigue hoy tan viva como cuando hacía sus aportes pioneros en descifrar las redes de dependencia que se interponían al desarrollo de nuestras naciones. Y esa pasión incansable dio lugar al libro que esta tarde nos congrega en las instalaciones de la APUCV, Estado de siervos. Desnudando el Estado comunal.
Como investigador acucioso que no deja piedra sin levantar, Silva Michelena inicia su libro examinando el tinglado de normas que sustentan legalmente la propuesta de Estado Comunal. Su diseño no obedece a un simple capricho improvisado de Chávez. Ya en su propuesta de cambio constitucional de 2007 se contemplaba el desmantelamiento de importantes aspectos del Estado de derecho sobre el cual se asentaba la democracia venezolana. A pesar de que esta propuesta fue derrotada, Chávez logró imponer por “decretos-leyes” buena parte de la misma, en violación de la voluntad popular expresada ese diciembre y de lo dispuesto en la propia Constitución, gracias a una ley habilitante concedida por la aplastante mayoría que disfrutaba en la Asamblea Nacional. La propia Asamblea aprobó en 2009, asimismo, la Ley Orgánica de los Consejos Comunales, la Ley Orgánica de las Comunas y una Ley Orgánica de Poder Popular, para avanzar hacia esos mismos propósitos. En 2012, el presidente Chávez por decreto “con rango, valor y fuerza de Ley Orgánica”, sanciona la Ley Orgánica para la Gestión Comunitaria de Competencias, Servicios y Otras Atribuciones, que regula la transferencia a las comunas, comunidades organizadas y demás instancias de agregación comunal, las tareas concernientes a salud, educación, vivienda, deporte, cultura, programas sociales, ambiente y demás prerrogativas de gobernaciones y alcaldías.
Tanto en el proyecto de cambio constitucional, como en las leyes comentadas, los Consejos Comunales aparecen como órganos de un Poder Popular cuya agregación da lugar a Comunas, las cuales podrían integrar, a su vez, Ciudades Comunales. La intención es desplazar progresivamente a las alcaldías y gobernaciones por instancias de un poder paralelo que, según el artículo 136 del proyecto de cambio constitucional rechazado, “no nace del sufragio ni de elección alguna, sino de la condición de los grupos humanos organizados como base de la población”. Como confesara Aristóbulo Istúriz en ocasión de las elecciones a gobernadores y Alcaldes a finales de 2012, citado por Héctor en el libro:
“Lo que el Presidente ha propuesto es sustituir el Estado Capitalista burgués por el Estado comunal, con las Comunas, que es el pueblo organizado. Por eso yo he dicho que los mejores gobernadores serán los que primero desbaraten las gobernaciones. Los mejores alcaldes serán los que primero desbaraten las alcaldías y las desmontemos sin miedo, en las Comunas”. (Pág. 195).
No en balde, el Plan de la Patria, que pretendidamente orienta la estrategia de gobierno para el presente período 2013-2019, está cundido de referencias a los Consejos Comunales, a la Comuna y al Poder Comunal. Entre sus metas está la conformación de 3.000 Comunas Socialistas para 2019, que agruparían unos 39.000 Consejos Comunales, congregando un 68% de la población del país[1]. A pesar de que pueda considerarse quimérica e inviable esta meta, ya los gérmenes del Estado Comunal empiezan a condicionar aspectos de la vida ciudadana. Informa Héctor en su libro que para ser beneficiario de la Gran Misión Vivienda Venezuela o, como agricultor, acceder a los insumos en una “agrotienda” de AgroPatria, es menester una carta de recomendación del Consejo Comunal respectivo. (Pág. 200)
“Entre los principales principios y normas violentadas de la Constitución” de esta propuesta –nos advierte el autor- se encuentran:
1)       La igualdad y no discriminación en el goce universal de los derechos humanos,
2)       El carácter intransferible e indelegable de la soberanía popular;
3)       El ejercicio individual y colectivo de los derechos de libre asociación, participación y expresión … que entiende la crítica, el debate y la pluralidad como un riesgo de quebrantamiento de la unidad del Estado y la sociedad y un peligro para su soberanía y seguridad;
4)       Los principios de independencia, autonomía y legalidad que deben regir el comportamiento de los poderes públicos.
… La libertad de elección, la alternabilidad y la descentralización del Poder Público no tienen cabida en este modelo.”
Héctor Silva Michelena abreva en los trabajos del economista húngaro Janos Kornai para profundizar su estudio. El análisis de este autor, agudo observador de la realidad de los países del este europeo bajo dominio soviético, permite entender que la propuesta de Estado Comunal no se inserta dentro de un idealizado “Socialismo del Siglo XXI”, sino que es expresión de las formas más “rancias” del clásico “Socialismo realmente existente” –el estalinista, el del siglo XX. La escasez y el racionamiento son consustanciales a esa experiencia, según el autor consultado, parte de lo que llama su “constitución genética”, como lo es también la liquidación del pensamiento crítico, la intolerancia de la libertad de expresión y la represión. Para Kornai, toda forma de propiedad social que no se entrelace por mecanismos de mercado, requiere de una coordinación burocrática centralizada, fundamento del poder despótico del Estado. Desde luego, ello mata la creatividad y sofoca los procesos innovadores que están en la base del progreso económico y social de hoy. En fin, como nos lo recuerda Silva Michelena, el Capitalismo de Estado -que resume esas experiencias fracasadas-, “no es una asignación eficiente de los recursos económicos, sino … una forma de maximizar el control político sobre la sociedad y la economía”. (Pág. 310)
Gracias a su profundo dominio de los escritos de Marx, Silva Michelena va desbrozando pacientemente la impostura chavista de pretender arroparse con el viejo alemán para fundar su propuesta de Estado Comunal. La mitificación de la comuna desde una perspectiva revolucionaria se remonta a los sucesos de la Comuna de Paris en 1871. Héctor se adentra en esa experiencia, citando incluso La Guerra Civil en Francia del propio Marx, quien veía en ella una auténtica transformación revolucionaria. Pero en su visión, la comuna, como expresión del poder autónomo del pueblo organizado, debía apuntar hacia la destrucción del Estado, cosa muy distinta a la pretensión de constituir con ella un Estado Comunal, como queda plasmado en las leyes de “poder popular” examinadas.  
Para ilustrar mejor lo que está en juego, Silva Michelena sintetiza admirablemente las características de un gobierno comunal, usando el ejemplo de la Revolución Americana. Fundamentándose en los escritos de Tocqueville, señala que las colonias de Nueva Inglaterra que se sublevaron contra el monarca británico ya representaban un poder local; éste no fue recibido o entregado por aquél, sino construido por sus participantes, quienes desistieron de continuar formando parte de la corona; “Las comunas no est(ab)an sujetas en general al Estado…” (Pág. 88). Cuando los Padres Fundadores de la nueva nación se plantean el desafío de constituir un Estado Federal, lo hacen con mucho celo, preocupados por cómo mantener un equilibrio sano entre el poder comunal, de base, y el del gobierno central.
En contraste, como señala acuciosamente nuestro autor, la propuesta comunal de la Revolución Bolivariana en absoluto se refiere a formas espontáneas y autónomas de organización popular como las citadas. Su existencia legal, en el caso “bolivariano”, está sujeta a la validación de su registro en el ministerio correspondiente y su puesta en operación se rige por una detallada normativa que regula su constitución, organización, propósitos y actividades. Con respecto a lo económico, sus instancias son normadas como espacios para la construcción del socialismo, es decir, como instrumentos de la política del actual gobierno, y de ello depende su entidad legal, como los recursos con los cuales funcionar. En efecto, su financiamiento proviene del Estado, que impone su subordinación a, e integración con, la “construcción del socialismo”. Sus actividades son concebidas dentro de un ordenamiento territorial bajo una autoridad jerarquizada, controlada directamente por la Presidencia de la República. Es decir, estas organizaciones carecen totalmente de flexibilidad y son vaciadas de toda potencialidad creativa por una normativa rígida que aplasta la versatilidad. Sobre las comunas y los consejos comunales se pretende un control vertical, sujeto a dictámenes políticos con base en financiamientos condicionados por la afinidad ideológica, y un entramado de normas y autorizaciones que le dan piso legal.
En fin, las estructuras del Estado Comunal fueron diseñadas para prescindir de toda intermediación autónoma entre el presidente Chávez y su “pueblo”, entendiendo a éste como formado por aquellos que le profesan lealtad hacia él y a su proyecto político. Persiguen “aplanar” las instituciones con el fin de eliminar todo poder independiente que admita la prosecución de intereses distintos a los que profesa el Caudillo. Por tal razón, la propuesta de Estado Comunal es reminiscente del Estado Corporativo fascista, que cooptó a las organizaciones sociales para subordinarlas al Poder Central y ponerlas al servicio de la construcción del Nuevo Orden, de donde surgiría el mítico Hombre Nuevo de todo proyecto totalitario, siempre bajo una fuerte tutela de los órganos centrales del Estado.
“En síntesis –nos señala Héctor- el propósito es avanzar hacia un modelo en el que las comunidades y grupos de acción social comunitaria, consejos comunales, comunas y otras formas superiores de agregación sean subsumidas por el Estado, y hacer desaparecer las fronteras entre éste y la sociedad. En una palabra, desaparece la sociedad civil, con todos sus fines, conflictos y consensos.”  (Pág. 50)
En su análisis, queda claro que todo el tinglado comunal no obedece a expresión alguna de Poder Popular, como quiere hacernos creer la retórica oficialista. Para ser auténtico, el Poder Popular tiene que ser, por esencia, originario, autónomo e independiente: no puede formar parte de ningún Estado. Su razón de ser es representar la voluntad de sus asociados frente a los poderes públicos, con la autonomía de acción necesaria para luchar para hacer avanzar los intereses colectivos representados. Si se pone al servicio de una parcela política pierde su razón de ser, se traiciona a sí mismo. El pueblo ejercita su soberanía a través de los órganos de representación con que se dota –sindicatos, asambleas de vecino, consejos comunales, asociaciones gremiales- para disputarle poder a los intereses burocráticos del Estado. En tal sentido, un poder comunal genuino sería expresión de aquello que llaman ahora Capital Social, basado en la asociatividad, la confianza mutua y la interdependencia entre sus integrantes para proseguir propósitos comunes.
En tal sentido, cabe recoger -como lo hace Héctor en el libro-, la naturaleza local que asume muchas veces la competitividad en el mundo de hoy, sintetizado en el neologismo “glocalización”. Se trata de un desarrollo local, basado en la comunidad de intereses entre empresas, trabajadores, colectividades, servicios y autoridades locales, que desata una rica interacción que fortalece las capacidades innovativas de los entes involucrados y permite incrementos sostenidos de la competitividad ante mercados globalizados. Así mejoran los niveles de vida de la población. Paradójicamente, este camino ha sido denominado por analistas como el catedrático español, Antonio Vásquez Barquero, como uno de “desarrollo endógeno”.
Pero la propuesta de Estado Comunal chavista no se asemeja en nada a ello. Se inscribe dentro de una concepción económica que desconecta el usufructo de la riqueza social de condicionamientos basados en la productividad, la premiación del logro o en la ética del trabajo. Un problema central que presenta, por ende, es el de los incentivos a la producción, distribución y comercialización eficiente de bienes y servicios, sin los cuales es difícil pensar que una economía comunal pudiese desplazar la iniciativa privada, a menos que fuese por la fuerza. Todas las decisiones del esquema comunal están sujetas al visto bueno de funcionarios motivados por consideraciones políticas y/o burocráticas, que controlan el financiamiento según pautas que desprecian los criterios de rentabilidad, y que condicionan el funcionamiento de muchas de las empresas de producción social a la “construcción del socialismo” u a otros imperativos que nada o poco tienen que ver con la eficiencia económica. En ausencia de incentivos que promuevan la productividad, los componentes de la economía comunal pasan a caracterizarse, en el balance, como entes de consumo: insumen o consumen más recursos de lo que producen. Observa Silva Michelena que lo anterior supone que:
“Las empresas sociales no quebrarán nunca, ni trabajarán con pérdidas permanentes porque el Estado las rescatará a través de un sistema de recuperación mediante  … subsidios y compras”.
Pero además, se concibe que las Comunas o Ciudades Comunales emitan su propia moneda o establezcan el intercambio entre sus miembros a través del trueque. Puede preverse, por ende, una dinámica de aislamiento progresivo entre comunidades, que requeriría del Estado central la fijación de una tasa de cambio que permitiese mercadear bienes y servicios entre sí. “En conclusión –afirma nuestro autor- desde un punto de vista de izquierda, se trata de una ley para fragmentar el trabajo social a favor de un mayor control del Estado central”. Y, al no estar obligados a generar excedentes, “se convierten en fundamento de un clientelismo político para chupar renta petrolera a cambio de adhesión política al jefe máximo del poder popular”. (Pág. 182).
¿Qué cantidad de financiamiento externo –renta petrolera- hará falta para convertir estos esquemas en la modalidad predominante de actividad económica? ¿Qué significarían estos montos en términos de proyectos económicos y sociales sacrificados, de lo que los economistas llamamos Costo de Oportunidad?
Hoy Venezuela se enfrenta a las consecuencias de una manejo desastroso de la economía, basado en la hiper regulación del Estado, el acoso al sector privado y la suspensión de las garantías contempladas en la Constitución, bajo la pretensión de que la repartición de la renta petrolera –la mayor que ha captado el país en toda su historia- pudiese suplir la demolición de las capacidades productivas y proveer los niveles de bienestar que espera la población. Pero no alcanza. Ante la inflación más alta del mundo, el desabastecimiento, la pérdida de empleos productivos y el deterioro de los servicios -y, con ello, de la calidad de vida de los venezolanos-, no hay respuesta por parte del gobierno. En vez de rectificar, se refugia en la excusa –hay que decirlo con toda claridad, estupidísima- de que tanta calamidad se debe a una “guerra económica” de la “derecha”. Buscando alguna legitimidad entre los suyos, Maduro prefiere guarecerse en una retórica de consignas huecas antes que tomar decisiones –inevitables- con un alto costo para su gestión.
En tales condiciones, el sector más radical e ideologizado del chavismo podría insistir en avanzar hacia la implantación del Estado Comunal. A estas alturas, debe quedar claro que ello no tiene viabilidad económica alguna, si se examina desde un punto de vista racional. Pero la economía comunal como fundamento del Socialismo del Siglo XXI es ideología pura. Supondría drásticos controles y la consecuente supresión de libertades requerida para que un sistema de tal naturaleza funcionase, propios de las fracasadas experiencias del “socialismo realmente existente” del siglo pasado, con la destrucción de las instituciones que resguardan los derechos de propiedad, procesales e individuales, base de la economía mercantil y de la libertad individual. Recordemos la terrible experiencia de las comunas de Mao o de Pol Pot en Cambodia. Tal ensayo en Venezuela forzosamente tendría que apelar a medios represivos para su implantación, instaurando la funesta experiencia de los libretos de racionamiento con los que sobrevive dolorosamente la población cubana, en este caso, tecnificados a través de “captahuellas”.
La imposibilidad de sostener un nivel de consumo acorde con las expectativas de superación de la población lleva a la prédica delHombre Nuevo, como pretendida superación de la cultura consumista del capitalismo. La penuria compartida pasaría a considerarse una virtud del Nuevo Orden a imponer: “ser rico es malo”, decía el Caudillo. Bajo el argumento de que el enriquecimiento de algunos sería siempre a expensas de otros, lo anterior se convierte en moralmente reprobable. Y en una economía cuyo producto no crece o se encoge, gracias a las políticas destructivas de del gobierno Bolivariano, lo señalado sería cierto, transformándose la denuncia de las injusticias del capitalismo en una profecía autocumplida. ¡Qué importan los altos costos que acarrearía para el bienestar o por la pérdida de garantías de un Estado de Derecho!  La demolición de instituciones y el acorralamiento progresivo de la iniciativa privada en aras de implantar un Estado Comunal cobraría sentido, en la mente de estos fundamentalistas, en su contribución por hacer realidad las virtudes de tan austero igualitarismo. La pretensión de imponer este “lecho de Procusto” conducirá inexorablemente a un régimen abiertamente totalitario.

Suena inverosímil, improbable y totalmente inviable  desde una perspectiva racional. En lo personal, dudo de que pudiera avanzar en algún grado, por la férrea resistencia de gruesos sectores de la población, muchos de ellos chavistas. No obstante, esta salvaguardia nos remite al plano de lo político y, en particular, a cómo contribuir con la toma de conciencia sobre las graves consecuencias que acarrearía esta propuesta. El mejor punto de partida para entender lo que está en juego lo constituye esta estupenda obra de Héctor Silva Michelena,Estado de siervos. Desnudando el Estado comunal.

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CHINA CAMBIA LAS REGLAS
EDITORIAL EL PAÍS
Los habitantes de Hong Kong tienen pleno derecho a exigir al Gobierno de Pekín que —según lo acordado con las autoridades británicas en 1997, cuando Reino Unido devolvió la colonia— respete la fórmula “un país, dos sistemas”. China no permite concurrir a las elecciones a primer ministro de Hong Kong a aquellos candidatos que no considera “idóneos”, un eufemismo que esconde la sintonía del candidato con las directrices que emanan del Partido Comunista. Pero China se comprometió ante Reino Unido, la comunidad internacional y la población de Hong Kong a que, a partir de 2017, las elecciones serían libres. Sin embargo, en agosto cambió las reglas y anunció que sería un comité —controlado por las autoridades comunistas— el que elegiría a los candidatos que la población puede votar.
No debe extrañar que los habitantes del territorio, especialmente los jóvenes, lo consideren inaceptable y exijan democracia en unas manifestaciones que van aumentando tanto en participación como en intensidad. El rechazo a la política de Pekín se produce además en pleno aniversario emblemático: cuando, mañana, el Partido Comunista Chino celebre sus 65 años en el poder, será imposible obviar que una parte del territorio nacional —importante por su simbolismo y por su peso económico, como una de las principales plazas financieras del mundo— es escenario de una extendida protesta contra ese mismo poder.
China ha cambiado mucho desde la matanza de Tiannamen en 1989. Es un país inmensamente más poderoso en términos económicos y estratégicos. Pero la forma de ejercer el control sobre la población ha cambiado poco. Censurar las imágenes de lo que sucede en Hong Kong, en el siglo XXI, es tratar de poner puertas al campo. La mejor manera de acabar con la protesta es atenerse a lo acordado y permitir a Hong Kong elegir libremente a sus representantes.

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SOBREDOSIS.

Un reto para el nuevo canciller


BEATRIZ DE MAJO

La percepción de que Venezuela se está yendo a pique se ha vuelto global. Ya no es la oposición venezolana la que estira el cuello para que escuchen su grito desesperado sobre el dramático provenir que ve llegar a pasos agigantados para la nación.
Ahora los grandes medios del mundo: The Washington Post y The New York Times, ABC y El País de España, Le Monde y Le Figaro en Francia, The Economist en Inglaterra y multitud de otros formadores de opinión se inquietan ante los dramáticos eventos que vive nuestra colectividad en el terreno de lo económico, la seguridad, la salud y lo social. Ponen el dedo en la llaga para evidenciar nuestros problemas, y se interrogan cómo puede un país petrolero, con nuestro volumen de reservas, haber transitado el camino de la ruina. Articulistas de espectro planetario, como Vargas Llosa y Openheimer, se inquietan por nuestro devenir, y estudios serios de investigación, como los que vienen de agencias de Naciones Unidas, no apuestan medio por el futuro del país. Una calificación paupérrima en manejo económico proviene de entidades financieras influyentes en los mercados de capitales. Se reproducen ad infinitum en medios impresos y digitales los artículos de autoridades como Ricardo Hausmann, Francisco Rodríguez, quienes desde ángulos varios –y no siempre coincidentes– abordan el tema del camino del socialismo de cuño chavista para terminar formulando tesis poco halagadoras sobre el pago de nuestras deudas.
Unas cuantas calificadoras de riesgo han devaluado el puntaje otorgado al país. Y tenemos en los tribunales del Ciadi reclamos por más de 50 millardos de dólares.
Este es, sin embargo, el momento en que Venezuela se alza sobre las puntas para ocupar un puesto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, lo que no deja de ser una excelente oportunidad –a la vez que un mayúsculo reto– para recapturar respeto internacional al expresarse con cordura sobre los grandes eventos y dramas que enfrenta la humanidad, para hacer un aporte constructivo a la paz mundial.
Estemos claros en que nada de lo que Venezuela haga o diga va a ser definitorio en ese foro que es el que delibera sobre la paz del mundo. Pero su presencia entre los miembros no permanentes no deja de ser una ocasión extraordinaria para evidenciar sindéresis, para desvestirse de dogmas que constituyen lastres, para reparar ante los ojos del mundo la desastrosa imagen que nos hemos empeñado en construir poniéndonos siempre del lado del villano de la partida en la esfera internacional. Es probable que el nuevo canciller sea consciente de que en la silla que ocupe el país en el magno foro Venezuela representa y se expresa en nombre de todo el grupo de países latinoamericanos, donde las preferencias ideológicas del régimen que nos gobierna no son compartidas por muchos de nuestros vecinos. Si así lo entienden, si así lo practican nuestros delegados al Consejo de Seguridad, este episodio puede representar el germen de un sano viraje capaz de ganarnos algo de la admiración global que nos hemos empeñado en destruir.

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lunes, 29 de septiembre de 2014

Las Mentiras del gobierno

                                         
  Para quien navega sin rumbo, ningún viento 
le es favorable.
                                                           Séneca
                                                                                     
Pedro Luis Echeverria

La alto mando gubernamental espurio, falaz e ineficiente que ha tomado por asalto el poder en nuestro país, adoptó a la “chita callando”, la más y peor perversa medida contra el poder adquisitivo del ingreso de los venezolanos al devaluar la moneda nacional con el único objetivo de tratar de paliar el fuerte déficit que acusan las cuentas fiscales y obtener recursos financieros adicionales para utilizarlos descarada y alevosamente en la campaña electoral que se avecina. Esta acción del gobierno, aislada y carente de la necesaria racionalidad económica para adoptar simultáneamente otras medidas destinadas a morigerar y compensar las negativas consecuencias de una devaluación que afecta a todos los venezolanos por igual, es, por decir lo menos, criminal. Hay que recalcar que las  correcciones  que demandan los desequilibrios macroeconómicos son causadas, precisamente, por la  intrínseca incapacidad administrativa gubernamental, por el irresponsable malbaratamiento de los ingentes recursos recibidos por el país  y por las malas y equivocadas políticas que ha venido aplicando desde hace quince años. Esa decisión adoptada por el gobierno de forma soterrada y sin mayores consultas a los conocedores de esos temas, tendrá como únicos resultados: mantener la sobrevaluación del bolívar, afectar negativamente la competitividad de las exportaciones no petroleras, las importaciones continuarán su ritmo ascendente, igualmente seguirá la quiebra de empresas con la consiguiente merma de nuestro aparato productivo,  profundizará el establecimiento de más opresivos controles a la ciudadadanía, más inflación, más corrupción, más falta de incentivos para la  inversión, más desempleo y escasez, más vulnerabilidad a una economía altamente dependiente del comportamiento de los precios del petróleo y, por si fuera poco, mantiene abierta la tendencia para  futuras devaluaciones adicionales como ya ha ocurrido, en varias oportunidades, durante los largos años en que ha gobernado. Es decir, en lugar de solventar los serios desajustes  económicos que padecemos, por el contrario, los profundiza  y cierra las posibilidades de recuperación  lo que peligrosamente nos acerca, aun más, a la noción  de un Estado fallido.
La propaganda del régimen a través de las rimbombantes y estólidas declaraciones de sus exégetas tiene como  finalidad  esconder la terrible realidad que los proventos petroleros no alcanzan para mantener el enorme gasto fiscal y que sus desesperados intentos de obtener recursos  externos para financiarlo no obtuvieron resultado alguno. Esa es la secuela de su  incompetencia y la desestabilización a la  que sistemáticamente ha sometido  al aparato productivo nacional y cuyos efectos se expresan en  baja productividad, pérdida de la capacidad competitiva de la industria y el agro, la desaparición física de muchas empresas tanto por su vulnerabilidad operativa, como por  las expropiaciones y, un enorme endeudamiento improductivo y dañino que no ha aportado nada positivo a la calidad del desenvolvimiento económico.

Chávez, es el gran responsable de esta caótica situación. Los actuales segundones usurpadores  continuarán gobernando, ayunos de ideas y “auctóritas” y pletóricos de mentiras y banalidades. Por sus propias carencias no han podido ni podrán  superar la grave crisis de la que son los únicos responsables. Salta a la vista que no  están resolviendo los problemas. ¿Podrán seguir engañando al sufrido pueblo o éste finalmente se percatará que el modelo del Socialismo del Siglo XXI es una utopía perdida y que arteramente el gobierno  lo está usando para eternizarse en el poder? 

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La izquierda asiática de América Latina


FERNANDO MIRES

Detrás de las opiniones hay a veces una historia. La tesis de la "asiatización" del marxismo se encuentra muy bien formulada en un libro del líder de los movimientos sesentistas, Rudi Dutschke
Detrás de las opiniones hay a veces una historia. En eso pensé cuando un académico alemán me preguntó acerca de la posición de las naciones latinoamericanas frente al terrorismo del ISIS. "Ninguna" ­respondí-, "los gobiernos latinoamericanos son de izquierda".
Mi interlocutor preguntó: "¿Pero no es la izquierda una categoría occidental?". "Sí" -fue mi respuesta-: "Pero una buena parte de la izquierda latinoamericana es asiática". Mi interlocutor pensó seguramente que yo bromeaba. Pero no. Yo hablaba en serio. Muy en serio.
Si hubiera tenido tiempo le habría explicado que la tesis del "asiatismo" de una gran parte de la izquierda latinoamericana ya la había enunciado en un ensayo publicado en 1976 en la revista Lateinamerika, Analyse uns Berichte. Su título El subdesarrollo del marxismo en América Latina. El texto apareció después en diversos idiomas. Sobre esa base escribí en 1978 (¡Dios, cómo ha pasado el tiempo!) un libro titulado: Cuba, la revolución no es una Isla, el que marcó mi ruptura con las dos principales izquierdas de América Latina: la soviética y la castrista.
La tesis de la "asiatización" del marxismo se encuentra muy bien formulada en un libro del líder de los movimientos sesentistas, Rudi Dutschke, cuyo título ­Un intento para poner a Lenin sobre sus pies habla por sí solo. Fue el mismo Rudi quien, en una conversación acerca del tema, me sugirió escribir específicamente sobre "el asiatismo en la izquierda latinoamericana". Nunca lo hice. Pero la idea la he mantenido. ¿Por qué una parte de la izquierda latinoamericana ­la castrista y la post-soviética- no reconoce su occidentalidad política? Mi respuesta vuelve a ser la de antes: esa izquierda no es occidental.
En pocas líneas no puedo resumir el libro de Dutschke. Pero hay sí tres ideas que sigo subscribiendo:
  1. Las teorías (no "la" teoría) marxistas, son hijas del contexto alemán y europeo (Hegel, Schelling, Feuerbach; además de Darwin, Ricardo, Smith, y tantos otros). Marx en ese sentido es solo un eslabón, uno más, en la larga cadena del pensamiento occidental.
  2. Marx siempre dejó clara su posición con respecto a la imposibilidad del socialismo en Rusia. Su correspondencia con Bakunin y su reveladora carta a Vera Sasulich, son testimonios irrefutables. Para Marx, el curso hacia el comunismo (como sinónimo de socialismo) no podía surgir desde formaciones históricas asiáticas.
Esa era, para él, "otra historia" (Karl Marx, Formaciones económicas pre-capitalistas, cuadernos de 1858).
  1. Antes de que el legado de Marx fuera convertido por Lenin en "marxismo", existían diversas teorías de Marx, algunas contradictorias entre sí. El "marxismo-leninismo" como un todo ideológico fue un producto de la Academia de Ciencias de la URSS. Allí comenzó la des-europeización y la "asiatización" de Marx.
Esa conclusión fue el aporte central de Rudi Dutschke al pensamiento de izquierda europeo.
En su estudio, Dutschke consultó al teórico alemán Karl A. Wittfogel, para quien el comunismo soviético era una reedición moderna de los antiguos despotismos asiáticos (Despotismo Oriental, 1957).
Los rasgos de esas "despotías hidraúlicas" eran perfectamente reconocibles en la URSS. Entre otros, el culto al líder, la verticalización de la "sociedad", la construcción de una doctrina dogmática, la apropiación total de los medios de producción por parte del Estado, así como la formación de una "nomenklatura" o clase dominante estatal. Todo eso, según Dutschke, no tenía nada que ver con las teorías de Marx. La tarea de los intelectuales revolucionarios debería ser entonces la de rescatar a Marx de la cárceles asiáticas en las cuales su teoría yacía secuestrada. Eso pasaba por reafirmar el carácter europeo y occidental del marxismo.
En verdad, la misión de rescate había sido iniciada por Antonio Gramsci en la Italia de los treinta. El auge de Gramsci en los setenta y ochenta fue, por lo mismo, consonante con el proyecto de re-europeización de Marx. El "eurocomunismo" de Enrico Berlinguer apuntaba a la misma dirección. Pero ya era tarde. Las revoluciones democráticas en los países de Europa Central y del Este (1989-1990) postergaron cualquiera posibilidad para seguir ocupándonos de Marx. Incluso los postmarxistas (Laclau, Zizec, Mouffe, entre otros) dejaron de citarlo. Los ­para mí todavía apasionantes- libros de Marx, son hoy casi regalados en Amazon.com. No ocurrió así en América Latina.
En ese "lejano occidente" (Alain Rouquié) el marxismo asiático ha continuado vigente. Lo digo con conocimiento: En diversas universidades de América Central y del Sur es impartido en nombre de la sociología, de la economía o de la historia, un marxismo de silabario hecho para débiles mentales.
El marxismo asiático ha llegado a formar parte de la cultura política de una parte de la izquierda latinoamericana, aunque muchos de sus integrantes no hayan leído a Marx. El culto faraónico a la memoria de Chávez en Venezuela es solo un ejemplo. Pero hay otros. El mismo Chávez se sentía fascinado por déspotas asiáticos como Ahmadineyad, Asad, Gadafi, Husein. Las mismas fascinaciones son cultivadas por los Castro y por Evo Morales. Incluso, el partido comunista chileno -un partido democrático en democracia- envió una vez una carta de felicitaciones al representante de la dinastía (comunista) de Corea del Norte. ¿Reflejos condicionados de un "asiatismo" nunca bien elaborado? ¿Por qué los gobiernos latinoamericanos de izquierda no se pronuncian a favor del occidente político en la lucha en contra de ISIS? Pienso que mi respuesta fue la justa: Hay una izquierda latinoamericana que todavía no es occidental. De ahí su precaria sensibilidad frente a temas como el de las libertades y los derechos humanos. De acuerdo a la tradición marxista asiática, esos son elementos de la ideología "burguesa" (occidental). Es triste constatarlo; pero es la realidad. 

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La primavera asiática prende en Hong Kong

El Mundo
Javier Espinosa

Timothy Yeung niega con la cabeza ante los requerimientos de sus padres. La policía le pateó el sábado. Pero el chaval, con la pierna vendada, sigue impertérrito frente al cordón policial que corta el acceso al emblemático distrito de Admiralty. "No paran de llamarme. Quieren que vuelva a casa. No puedo. Esta es quizás la última oportunidad que tenemos de conseguir una democracia real para Hong Kong", asegura tras colgar el teléfono.
Pocos metros más adelante, un grupo de manifestantes organiza un concierto callejero recurriendo a los cubos de basura como instrumental.
"Esta es nuestra fiesta democrática", añade Yeung, un universitario de 19 años. El aire festivo se quiebra a la media hora, cuando la policía vuelve a lanzar gases lacrimógenos para hacer retroceder a los opositores.
"¡Están locos!¡Esta es la peor imagen que podrían dar para un centro financiero!¡Este es el corazón de la economía de Hong Kong y ahora parece una batalla!", asevera uno de los chavales que se aplica una toalla mojada en los ojos para combatir el escozor.
La metrópoli china ciertamente se apartó ayer del estilo sofisticado al que se le asocia en medio de cargas policiales, lanzamiento de gases lacrimógenos y rifirrafes con los miles de opositores que ocuparon parcialmente los dos distritos más emblemáticos de la urbe: Central y Admiralty.
El movimiento Occupy Central y sus aliados, muchos de ellos jovenzuelos imberbes, llevaban meses amenazando con paralizar el centro financiero de la ex colonia para rebelarse ante la decisión de Pekín de limitar las elecciones para nominar el jefe ejecutivo del enclave en el 2017.
Casi una treintena de personas resultaron heridas en lo que el diario local 'South Morning China Post' calificó como los incidentes más graves acaecidos en la urbe desde el 2005. Varios de los líderes y grupos que han organizado las movilizaciones pidieron a sus seguidores que abandonaran la concentración ante la escalada de los altercados.
"Es una cuestión de vida o muerte. Nuestra prioridad es la seguridad de nuestra gente", señaló Chan Kin-man, uno de los principales jefes de filas de Occupy Central.
El cardenal Joseph Zen, que siempre se ha alineado con los opositores a Pekín, también se personó en el epicentro de la algarada para instar a los chavales a regresar a sus domicilios. "Una victoria que cueste vidas no es una victoria. Estamos ante un régimen irracional. ¡Por favor, volved a casa!", clamó.
A la 1 de la mañana miles parecían haber ignorado su llamamiento y seguían acampados en la misma zona, que amenaza con erigirse en un émulo de la Plaza Tahrir que alentó la revuelta egipcia contra Hosni Mubarak.
El gobierno local, afín a Pekín, difundió un comunicado en el que instaba a la población a no participar en lo que definió como "actividades ilegales" y el jefe ejecutivo de la antigua colonia, Leung Chun-Ying, dijo estár "decidido a luchar de forma resolutiva" contra los opositores. Sin embargo, las autoridades también lanzaron un guiño a sus antagonistas liberando a los cabecillas estudiantiles más significados, entre ellos Joshua Wong, el líder del grupo Scholarism.
Muchos de los presentes evocaban con aprehensión el fantasma de Tianamen, aunque el paralelismo rayara la exageración. "Es que no estamos acostumbrados a esta brutalidad y nos acordamos de Tiananmen", admitió desolado Joseph Bui, otro muchacho que lloraba ante el efecto de los gases.
En una ciudad cuyos habitantes se precian de su carácter "civilizado", las fuerzas de seguridad no habían recurrido a este tipo de parafernalia desde que tuvieron que enfrentase a los sindicalistas surcoreanos que intentaron sabotear una cumbre internacional en el 2005.
De hecho, antes de cada carga policial los agentes exhibían enormes cartelones en los que se anunciaba la acción o se dirigían a los chavales con altavoces pidiéndoles que abandonaran el lugar. "¡Estáis participando en una convocatoria ilegal!", voceaba uno de los oficiales. "Debéis abandonar la zona por el bien de vuestra seguridad personal", añadió. "¡Qué vergüenza!¡Qué vergüenza!", replicaban a coro cientos de personas. "¡Vosotros también sois parte de Hong Kong!¡Habeis prometido proteger al pueblo no a los dirigentes!", les recriminaba una joven en solitario aupada en una de las barreras metálicas.
Occupy Central había difundido un manual 'ad hoc' para que sus seguidores supieran comportarse ante este brete. Un texto que abogaba por aferrase a toda costa a la "no violencia" y "ganar al odio con amor". Pero que también detallaba el equipo necesario para acudir a las marchas, que incluía desde galletas o barras de proteína, hasta una botella vacía para los hombres donde poder orinar.
Hasta ahora, la moda en Central o Admiralty la marcaban firmas como las que jalonan la exquisita calle de Charter Road: nombres como Channel, Prada o Salvatore Ferragamo. Sin embargo, la resistencia civil demostró durante la jornada que dispone de sus propios parámetros a la hora de dictar estilo. La última tendencia entre los manifestantes eran las máscaras quirúrgicas de color verde y las gafas de bucear. A ser posible, paraguas -los usan para protegerse del gas lacrimógeno- y gabardina de plástico a juego. Los había sin embargo más atrevidos. Como aquellos que se plantaron en la convocatoria portando máscaras anti-gas, o quienes directamente optaron por el casco militar y un pañuelo para taparse la cara con el rostro de Che GuevaraHabía incluso algunas que se presentaron con zapato de tacón alto y diminutas minifaldas para sacarse un "selfie". La sociedad civil de Hong Kong atesora un largo historial de protestas contra las autoridades aliadas de Pekín. En el 2002 y 2003 cientos de miles de personas forzaron la retirada de una polémica propuesta de ley sobre "seguridad y sedición" apadrinada por las autoridades chinas, provocando la dimisión de la Secretaria de Seguridad del enclave y más tarde del propio Tung Chee-Hwa, el primer jefe ejecutivo de Hong Kong tras el regreso de la ex colonia a la soberanía china en 1997. Algo similar ocurrió en el 2012.
Pero esta vez, como escribía el columnista Alex Lo, la "lucha por la democracia se ha convertido en un desafío directo a la autoridad del gobierno central. Eso nos coloca rumbo a la colisión y ante una situación donde resulta difícil adivinar un final feliz".

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domingo, 28 de septiembre de 2014

LA PAZ EN COLOMBIA: SUEÑO Y PESADILLA


LEANDRO AREA

El mejor termómetro para entender hacia dónde van los tiros de la fiebre de paz que se suda en Colombia es leer, oír y seguirle muy de cerca los pasos a  Juan Manuel Santos, pues él es quien mejor los transpira. Toda la tramoya de esta aventura, sin previsible capítulo de cierre, pasa por su mente y  su hígado. El fin del conflicto es su razón de ser. Destino, gloria, abismo, ya qué importa. Él ha deshidratado a su país en un desmedido desierto de utopía y éste se le ha plantado crítico, atravesando estados reactivos de tolerancia primeriza, escepticismo y desilusión, llegando  hasta  el rechazo sustantivo de hoy.

Es una nave frágil, saturada de ilusión, que atraviesa la borrasca creada por: el discurso sibilino del equipo negociador de las FARC en La Habana  coreado por los hechos de guerra que siguen vigentes; los resultados de las encuestas sobre el caso que indican desconfianza en el proceso, además de rechazo a la impunidad de los crímenes; la oposición política y, finalmente, las contradicciones  del propio gobierno frente a los diálogos, sus resultados y la metodología del post-conflicto.

Pero ya no hay marcha atrás porque Usted podría, por ejemplo, “desgolfizar” la relación con Venezuela por cincuenta años, como lo pretendía Luis Carlos Galán en su momento, pero no se puede congelar, “despacificar”, la realidad interna de Colombia. La libertad, la prosperidad y la paz de un pueblo no se pueden aplazar o posponer así no más.

En esa ansiedad, excitación, apuro que a veces se trastoca en codicia, Santos no ha hallado qué inventarse y le ha brotado un frenesí por el sensacionalismo, el maniqueísmo, el mitómano que lleva dentro, el mesiánico, el monotemático y el político efectista y populista con campañas de mercadeo como las de “Yo soy capaz” o la de la publicación de los documentos oficiales de las conversaciones en La Habana (www.mesadeconversaciones.com.co).

 Por eso mismo lo  hemos visto en  menos de 24 horas escribir en su cuenta de twitter @juanmanuelsantos: “Dado de baja cabecilla #55 durante nuestro gobierno: alias “Tomate” de la columna Alirio Torres de las FARC. FELICITACIONES A LAS FUERZAS” para seguidamente aparecer en la ONU pontificando: “En un mundo lleno de malas noticias de guerra, de terrorismo, de enfermedades, quisiera traer en esta Asamblea una luz de esperanza. La esperanza de lograr la paz en Colombia”.

Timoleón Jiménez, “Timoshenko”, Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP, que no va a La Habana a dialogar y que sigue en las montañas de Colombia, algunos dicen se esconde en Venezuela, territorio camarada y servicial, le ha advertido: “¿Será que el exaltado optimismo oficial y mediático apunta a crear una idea fantasiosa para cuando aparezcan las dificultades previstas poder romper y echarnos todas las culpas a nosotros? Esperamos no sea así, Santos”.

La guerra renuncia a la paz para vivir su pesadilla mientras  la paz huye de la guerra para seguir soñando. Suerte.


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SOBRE IDIOTAS , VELOS E IMANES

Arturo Pérez-Reverte
ARTURO PEREZ-REVERTE
Vaya por Dios. Compruebo que hay algunos idiotas -a ellos iba dedicado aquel artículo- a los que no gustó que dijera, hace cuatro semanas, que lo del Islam radical es la tercera guerra mundial: una guerra que a los europeos no nos resulta ajena, aunque parezca que pilla lejos, y que estamos perdiendo precisamente por idiotas; por los complejos que impiden considerar el problema y oponerle cuanto legítima y democráticamente sirve para oponerse en esta clase de cosas.
La principal idiotez es creer que hablaba de una guerra de cristianos contra musulmanes. Porque se trata también de proteger al Islam normal, moderado, pacífico. De ayudar a quienes están lejos del fanatismo sincero de un yihadista majara o del fanatismo fingido de un oportunista. Porque, como todas las religiones extremas trajinadas por curas, sacerdotes, hechiceros, imanes o lo que se tercie, el Islam se nutre del chantaje social. De un complicado sistema de vigilancia, miedo, delaciones y acoso a cuantos se aparten de la ortodoxia. En ese sentido, no hay diferencia entre el obispo español que hace setenta años proponía meter en la cárcel a las mujeres y hombres que bailasen agarrados, y el imán radical que, desde su mezquita, exige las penas sociales o físicas correspondientes para quien transgreda la ley musulmana. Para quien no viva como un creyente.
Por eso es importante no transigir en ciertos detalles, que tienen apariencia banal pero que son importantes. La forma en que el Islam radical impone su ley es la coacción: qué dirán de uno en la calle, el barrio, la mezquita donde el cura señala y ordena mano dura para la mujer, recato en las hijas, desprecio hacia el homosexual, etcétera. Detalles menores unos, más graves otros, que constituyen el conjunto de comportamientos por los que un ciudadano será aprobado por la comunidad que ese cura controla. En busca de beneplácito social, la mayor parte de los ciudadanos transigen, se pliegan, aceptan someterse a actitudes y ritos en los que no creen, pero que permiten sobrevivir en un entorno que de otro modo sería hostil. Y así, en torno a las mezquitas proliferan las barbas, los velos, las hipócritas pasas -ese morado en la frente, de golpear fuerte el suelo al rezar-, como en la España de la Inquisición proliferaban las costumbres pías, el rezo del rosario en público, la delación del hereje y las comuniones semanales o diarias.
El más siniestro símbolo de ese Islam opresor es el velo de la mujer, el hiyab, por no hablar ya del niqab que cubre el rostro, o el burka que cubre el cuerpo. Por lo que significa de desprecio y coacción social: si una mujer no acepta los códigos, ella y toda su familia quedan marcados por el oprobio. No son buenos musulmanes. Y ese contagio perverso y oportunista -fanatismos sinceros aparte, que siempre los hay- extiende como una mancha de aceite el uso del velo y de lo que haga falta, con el resultado de que, en Europa, barrios enteros de población musulmana donde eran normales la cara maquillada y los vaqueros se ven ahora llenos de hiyabs, niqabs y hasta burkas; mientras el Estado, en vez de arbitrar medidas inteligentes para proteger a esa población musulmana del fanatismo y la coacción, lo que hace es ser cómplice, condenándola a la sumisión sin alternativa. Tolerando usos que denigran la condición femenina y ofenden la razón, como el disparate de que una mujer pueda entrar con el rostro oculto en hospitales, escuelas y edificios oficiales -en Francia, Holanda e Italia ya está prohibido-, que un hospital acceda a que sea una mujer doctor y no un hombre quien atienda a una musulmana, o que un imán radical aconseje maltratos a las mujeres o predique la yihad sin que en el acto sea puesto en un avión y devuelto a su país de origen. Por lo menos.
Y así van las cosas. Demasiada transigencia social, demasiados paños calientes, demasiados complejos, demasiado miedo a que te llamen xenófobo. Con lo fácil que sería decir desde el principio: sea bien venido porque lo necesitamos a usted y a su familia, con su trabajo y su fuerza demográfica. Todos somos futuro juntos. Pero escuche: aquí pasamos siglos luchando por la dignidad del ser humano, pagándolo muy caro. Y eso significa que usted juega según nuestras reglas, vive de modo compatible con nuestros usos, o se atiene a las consecuencias. Y las consecuencias son la ley en todo su rigor o la sala de embarque del aeropuerto. En ese sentido, no estaría de más recordar lo que aquel gobernador británico en la India dijo a quienes querían seguir quemando viudas en la pira del marido difunto: «Háganlo, puesto que son sus costumbres. Yo levantaré un patíbulo junto a cada pira, y en él ahorcaré a quienes quemen a esas mujeres. Así ustedes conservarán sus costumbres y nosotros las nuestras».

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¿QUIÉNES SON LOS IDIOTAS?

Carlos Alberto Montaner
Buenos Aires. ¿Quién ha dicho que hay una crisis inusual en Argentina? Es la misma de siempre. Gasto público excesivo, corrupción galopante, Estado prebendario, clientelismo, incumplimiento de las obligaciones, capitalismo de compadreo, inflación, desabastecimiento, cambio negro de dólares (que aquí, no sé por qué, se llama dólar blue y se prohíbe, pero se tolera, como sucede con la prostitución). El oficial está a 8. El blue, a 15. El pronóstico es que aumentará ese diferencial en la medida en que se prolongue la incertidumbre y se vaya instalando el pánico.
¿Por qué, cada cierto tiempo, como si fuera una extraña maldición recurrente, Argentina, pese a su legendaria riqueza natural, se precipita en el caos? Quienes conocemos América Latina palmo a palmo sabemos que la concentración de talento en este país es la mayor de la región. Son los latinoamericanos mejor educados y más informados. Tuvieron casi ochenta años espléndidos, de 1853 a 1930, periodo en el que crearon una mayoritaria y asombrosamente resistente clase media. No obstante, con altibajos, el país, que fue una de las naciones más prósperas del planeta, comenzó lentamente a involucionar.
En la década de los ochenta el ensayista norteamericano Larry Harrison publicó un libro titulado El subdesarrollo es un estado de la mente. Afirmaba y, a mi juicio, probaba, que alcanzar la prosperidad o vivir en la miseria era el resultado de las creencias, actitudes y valores que suscribían las personas. Había culturas orientadas a crear riquezas y otras que las destruían. Mariano Grondona, un notable pensador argentino, tiene un libro magnífico en el que estudia a fondo esta cuestión (Las condiciones culturales del desarrollo económico).
Los argentinos, esencialmente producto de la influencia fascista, encarnada a la criolla en Juan Domingo Perón, attaché militar en la Italia de Benito Mussolini antes de hacerse con el poder y con la historia del país, echaron por la borda las enseñanzas de Juan Bautista Alberdi y de Domingo F. Sarmiento, dos políticos y pensadores liberales de la segunda mitad del siglo XIX, sustituyéndolas por el credo peronista.
No entendieron que la prosperidad y el crecimiento económico dentro de las democracias liberales eran la consecuencia de la primacía de los derechos individuales, el gobierno limitado, la separación real de los poderes, el respeto por la propiedad privada, el imperio de la ley, el buen funcionamiento de las instituciones, la rendición de cuentas por parte de las autoridades, la existencia del mercado y de la meritocracia, clima en el que se generaba y conservaba la riqueza. (Así, con diversas variantes, se comportan los 25 países más prósperos del planeta).
Era el modelo republicano de gobierno y lo desmantelaron. De manera creciente, los argentinos pensaron, y la influencia les llegó desde todos los ámbitos con diferente intensidad –fascismo, militares nacionalistas, comunismo, keynesianismo, cepalianismo--, que le correspondía al Estado la función de dirigir la economía y distribuir la riqueza creada, sin percatarse de que los gobiernos son tremendamente ineficientes e injustos, totalmente incapaces de llevar a cabo esas tareas con un mínimo de éxito.
Me lo explicó el analista Esteban Lijalad con una sencilla información extraída de las encuestas periódicas que él hace para una firma publicitaria en el gran Buenos Aires, pulmón y cerebro de la nación. Cuando se les pregunta a los argentinos si prefieren que el Estado intervenga en todos los sectores de la economía, el 53% responde que sí. Cuando se les pregunta si debe intervenir en algún sector, el porcentaje baja al 35. Los que prefieren que no intervenga en ningún sector, se reducen al 9%. Los que no saben o quieren responder son muy pocos.
No importa la experiencia terrible del Estado-empresario. (Por ejemplo, una década para conseguir una línea telefónica, mil coimas para mantenerla funcionando). Para la mayoría de los argentinos, la empresa privada es malvada. Enriquecerse es censurable. El individuo es sospechoso por su egoísmo.
La solución de todos los males vendrá del altruista Estado que multiplicará milagrosamente, y luego repartirá, los panes, los peces y el delicioso vino Malbec. Lo esencial no es la realidad, sino la ideología, las distorsionadas percepciones y el relato de un amable “ogro filantrópico” que dispensa favores a los necesitados.
En esta oportunidad fui a la Argentina con Álvaro Vargas Llosa, a presentar otro libro que habíamos escrito junto a Plinio Apuleyo Mendoza, publicado por Planeta, precisamente sobre este tema: Últimas noticias del nuevo idiota iberoamericano. Había un jugoso capítulo sobre Argentina. Era la tercera entrega de una saga que comenzó hace casi 20 años con el Manual del perfecto idiota latinoamericano.
Está visto que los idiotas somos nosotros. No acabamos de entender que el mal parece que no tiene cura.

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Un temblor en la lengua



ALBERTO BARRERA TYSZKA

¿Es usted terrorista?
A medida que pase el tiempo, cada vez va a ser más difícil responder a esta pregunta. En este país, todos podemos ser terroristas sin saberlo, sin darnos cuenta.
El gobierno ha convertido el terrorismo en una excusa tan recurrente que ya puede producir su propio exceso de chistes e ironías. Muy pronto Pastor Maldonado podría decir que las curvas de la pista son terroristas, por ejemplo. O, tal vez, mañana cualquiera de las señoras del poder podría denunciar que su celulitis fue inoculada, que solo es una prueba más de la guerra capilar desatada por el imperio en contra de las grandes comandantas de la revolución. ¿Y el priapismo imbatible del dólar paralelo? Eso es conspiración. Pura conspiración biológico-monetaria. El terrorismo da para todo. Ya es la respuesta instantánea del gobierno. Es el homenaje a Pavlov que, diariamente, cultiva el socialismo del siglo XXI.
Todo hay que decirlo: obviamente está el caso de Lorent Saleh. El liderazgo político de la oposición tiene que hablar de eso, debe pronunciarse ante lo ocurrido en Colombia y ante los videos que han presentado las autoridades. Es una manera de diferenciarse no solo de las propuestas anticonstitucionales, sino también de un gobierno que ha impuesto el silencio y ha impedido que se debatan con transparencia casos como el de Antonini Wilson, las toneladas de comida podrida, las confesiones de Aponte Aponte… El patético amateurismo de Saleh y de sus compañeros no los salva. Su proyecto es inaceptable. Por ese camino nadie construye un futuro para todos.
Pero se trata de una absoluta excepción que tampoco puede servir para reforzar y legitimar el autoritarismo que se está desarrollando desde el poder. La militarización del país no es un accidente sino un proyecto. Probablemente todavía no seamos una dictadura, probablemente todavía no alcanzamos llegar al concepto tradicional, no logramos encajar con exactitud en la definición más conocida de esa palabra, pero es evidente que cada día más somos un país menos democrático, con un Estado que impone su opacidad y restringe o somete todas las libertades.
Basta llevar un diario de la intolerancia oficial de los últimos días: exigen acciones legales contra Ricardo Hausmann, acusan y persiguen al doctor Sarmiento, detienen e interrogan a Eduardo Garmendia, presidente de Conindustria, anuncian demandas internacionales contra CNN y NTN24… por no hablar de los sindicalistas y de los estudiantes que todavía están presos, o de la ridícula perversión de pretender quitarle la nacionalidad a María Conchita Alonso.  El Estado venezolano es un Estado paranoico. No sabe entender la realidad sin la violencia.
El gobierno vive en situación de excepción. Quiere hacernos creer que todo lo que ocurre es una estrategia de algún enemigo. Es incapaz de tener un proyecto. Solo funciona con planes de contingencia. Solo sabe vivir en emergencia. Por eso cada dos por tres inventan un nuevo “Estado Mayor”, un nuevo “Organismo Superior”, un nuevo campamento para enfrentar la batalla. Por eso, también, va perfeccionando sus métodos de control y de represión. Nuestra democracia ya no es ciudadana sino militar.
Esta semana, el general Padrino ha anunciado la creación de otra fuerza de choque para enfrentar a los desestabilizadores. Más de lo mismo: socializar el miedo, democratizar la autocensura. Misión parálisis: cuidado con lo que se hace. Cuidado con lo que se dice. Hay que tener un temblor en la lengua. Una opinión puede ser un camino al calabozo.
¿Qué opina usted sobre la economía nacional? ¿Tiene algo que decir sobre la salud pública? ¿Ha hablado en voz alta sobre la escasez de medicamentos? ¿Tiene alguna opinión sobre el ausentismo laboral? Piense bien antes de responder. En este país las palabras están dejando de ser una experiencia espontánea. La democracia protagónica y participativa termina en el silencio. El plan de la patria supone que todos seamos mudos
¿Es usted terrorista?

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OBAMA: ENTRE BUSH Y BUSH



Hector E. Schamis

Preocupado desde el lanzamiento de su candidatura en diferenciarse de Bush, Obama consigue finalmente hoy plasmar esas diferencias en una estrategia alternativa. Y lo logra pareciéndose a Bush, curiosamente. No es solo un juego de palabras. Es una lectura de la historia reciente.
Ya desde el Senado Obama fue un vehemente crítico de su antecesor. Esbozaba una visión diferente, especialmente sobre los grandes temas de la política exterior y la seguridad de Estados Unidos: el terrorismo, Afganistán e Irak, y ello sin desconocer el problema de Guantánamo. De hecho, con eso le alcanzó para llegar a la presidencia con el Nobel debajo del brazo, pero no fue capaz de convertir su discurso legislativo y de campaña electoral en una política exterior coherente y viable.
Si los años de Bush fueron de un unilateralismo sobre extendido—inspiradores de la noción de “presidencia imperial”, entre otros—la Administración Obama ha sido a menudo caracterizada y criticada por un supuesto aislacionismo y pasividad. Y algo de eso es acertado, como lo ilustra la etiqueta de “presidente reticente”, en referencia a sus reiteradas vacilaciones frente a las crisis de Siria y de Ucrania. .
Pero eso parece haber cambiado ahora, con un Obama que toma el centro del escenario en las Naciones Unidas y por primera vez en seis años logra practicar ese multilateralismo que tanto había predicado. Surge, eso sí, un multilateralismo bastante menos liberal que el característico de anteriores presidentes Demócratas, de Kennedy a Clinton y pasando por Carter. En cambio, en el escenario del Consejo de Seguridad el script dominante fue un multilateralismo realista, evocativo de la presidencia de George Bush—de George Bush padre, esto es.
Obama candidato atrajo consigo a buena parte del equipo de defensa y política exterior de George H. W. Bush
La sorpresa en esta paradoja familiar es relativa. No puede olvidarse—en realidad, se recuerda especialmente hoy—que Obama candidato atrajo consigo a buena parte del equipo de defensa y política exterior de George H. W. Bush. No fue solamente Colin Powell, el estratega militar de la primera Guerra del Golfo, luego Secretario de Estado del hijo en su primer periodo y tímidamente critico a partir de allí. También se unieron los senadores Lugar y Hagel, hoy Secretario de Defensa, y varios miembros del Consejo de Seguridad de la Casa Blanca de Bush padre.
Sin embargo, el multilateralismo realista de los Republicanos de los noventa adoptado por Obama no se tradujo en una política exterior concreta. Eso hasta que el Estado Islámico comenzó a exhibir su excepcional barbarie contra ciudadanos estadounidenses y europeos. La opinión pública, que desde el fiasco de Irak rechazaba toda opción bélica, comenzó a cambiar. Y de la noche a la mañana la estrategia militar se hizo legítima.
Este Consejo de Seguridad rememoró al de Bush padre—quien contó con una coalición con países musulmanes y con mandato de Naciones Unidas—más que al de su hijo, cuya invasión de Irak estuvo respaldada por una mera coalición de voluntarios—coalition of the willing—y sin un solo estado de la región. Obama concluye su gestión allí con una resolución unánime contra el Estado Islámico con el apoyo de la Liga Árabe, nada menos, además de varios países europeos.
La gran estrategia contra el EI comienza así a tomar forma, a pesar de los varios temas por resolver. Obama insiste que no aceptará a El Assad en su coalición, quien también es amenazado por el EI, y en cambio continuará apoyando a los rebeldes moderados. La propuesta bien podría ser cándida. Primero porque es difícil imaginar una definición de “moderación” en esa parte del mundo hoy, y luego porque siempre es más predecible coordinar con un estado—que Siria, fragmentado y todo, lo es—que con una horda, por moderada que esta sea.
Siria, además, es necesaria por ser cliente de Irán, tanto como lo es de Rusia. Estos dos, con ejércitos numerosos y equipados, podrían ser tan imprescindibles como Arabia Saudita en esta nueva guerra. Y queda por dilucidar la cuestión de no tener tropas en tierra, una estrategia de improbable éxito militar. .
Más allá de la letra chica algo confusa, con estos nuevos acuerdos el escenario ha cambiado de manera extraordinaria. En el último cuarto de sus ocho años en la presidencia, surge ahora un Obama diferente, que marca el camino y define la estrategia para enfrentarse a la amenaza, con frecuencia incomprensible, del Estado Islámico. Dos años pueden ser muy poco o pueden ser mucho, dependiendo del camino a recorrer y sus éxitos.
Ahora sí que el verdadero legado de Obama está en juego. Su presidencia no concluirá como comenzó, con un Nobel de la Paz, sino con una guerra. Pero tal vez sea una guerra que le permita dejar el poder con un mundo algo más seguro. Y ese sería un gran legado.
Twitter @hectorschamis

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