DIEGO BAUTISTA URBANEJA
EL UNIVERSAL
En cuestiones militares hay un punto de partida que parece una perogrullada: la característica distintiva de las Fuerzas Armadas de todo país es, precisamente, que están armadas. Eso es lo que las diferencia del resto de la ciudadanía. Esta aparente perogrullada tiene sin embargo grandes implicaciones y conduce a grandes preguntas.
La primera pregunta que las Fuerzas Armadas de cualquier país tiene que responderse es, ¿para qué son las armas que me definen como Fuerza Armada? La respuesta a esa pregunta es lo que constituye la misión de esa Fuerza Armada, como tal. Si esa respuesta no está clara, tampoco lo está el sentido de misión de la Fuerza Armada.
¿Cuál es pues la respuesta que se da en la Venezuela de hoy a esa cuestión fundamental?
Esa pregunta tuvo una clara respuesta en la década de los sesenta. Ella fue: estas armas son para derrotar militarmente un movimiento subversivo armado respaldado por un gobierno extranjero, el cubano. Era una misión concreta y creíble, puesto que en efecto había en el país un movimiento armado respaldado por el gobierno cubano. Las Fuerzas Armadas de entonces cumplieron su misión a cabalidad.
Una vez desaparecida esa razón para estar armada, las Fuerzas Armadas Venezolanas han estado buscando un nuevo sentido de misión. No ha sido fácil encontrarlo. Las hipótesis de guerra "naturales" del país ni parecían tener en general la fuerza necesaria, fuera por poco creíbles, fuera porque los mecanismos diplomáticos las domesticaron, fuera porque el adversario potencial era más débil que nosotros. Colombia fue por mucho tiempo nuestro principal tema en cuanto a hipótesis bélicas se refiere. El episodio del buque Caldas, durante el gobierno de Lusinchi, le dio sustancia y credibilidad, permitió a las Fuerzas Armadas estirar sus músculos, y comprobar que estaba a la altura de las exigencias, si estas emergían. En efecto, Colombia retiró el Caldas, y nuestras hombres de armas pudieron sentirse satisfechos.
Por lo que se sabe, la doctrina militar venezolana actual, ideada e inculcada por Chávez, tiene como núcleo la siguiente respuesta a la pregunta antes formulada: las Fuerzas Armadas están armadas para enfrentar un ataque imperial de Estados Unidos para apoderarse de nuestros recursos naturales. Las hipótesis de guerra anteriores -Colombia, Guyana, Cuba...- se diluyen por la hermandad latinoamericana o por la solidaridad socialista, que hace que los conflictos con esas naciones, o son por definición imposibles, o deban ser resueltos por cualquier otro mecanismo que no sea el bélico.
Como el conflicto con el imperio supone un enfrentamiento desigual o asimétrico, hay que prepararse para un conflicto con esas características, lo cual da lugar a la doctrina de la guerra popular prolongada, y la consiguiente reorganización militar.
Cuesta creer que esa doctrina pueda resultar verosímil a nuestros oficiales. Es posible que ello se logre por la vía del adoctrinamiento militar, tan esencial en la formación castrense, que debe remachar incansablemente la noción y la identificación de un enemigo potencial. Pero pensar en una agresión militar por parte de Estados Unidos desafía los límites de la credibilidad. De ser todo esto así, nuestras Fuerzas Armadas estarían adoptando una doctrina militar basada en una idea sin fundamento: la de que sus armas están allí para enfrentar una agresión que de hecho no va a tener lugar ni el supuesto enemigo contempla. Por lo tanto, nuestras Fuerzas Armadas tienen, hoy por hoy, un sentido de misión ilusorio.
No estoy en condiciones de aventurar ideas sobre cuál podría ser una respuesta pertinente a la pregunta sobre la razón de ser de que las Fuerzas Armadas estén armadas. Lo que sí observo es que las fuerzas han sido usadas de modo persistente para tareas para las que no se requieren armas, y que por lo tanto no corresponden a las Fuerzas Armadas como tales. Me refiero a cosas como participar en actividades de desarrollo social, organizar ferias de consumo de alimentos, asistencia médica a poblaciones desasistidas, suplir cajeros en los supermercados. Puede que esté bien que hagan esas cosas. Lo que subrayamos es que, al no requerir armas, no van a la razón fundamental de ser de las Fuerzas Armadas.
No sé si la doctrina de la agresión imperial está sujeta a debates e interrogantes en el seno de las Fuerzas Armadas. Pero me luce que mientras esa doctrina esté vigente nuestras Fuerzas Armadas estarán partiendo de premisas falsas e hipótesis ilusorias para responder a sus cuestiones vitales.
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