FERNANDO MIRES
Para
que no se me enreden los dedos voy a escribir Olga K en vez de Olga Krnjasky.Y
voy a escribir un artículo sobre un artículo suyo: El de Olga, un
artículo-estampida. Uno de esos que salen disparados desde el alma y se
reproducen como conejos al interior de las redes. ¿Por qué lo haré? Porque creo
que el suyo es un artículo que lleva a pensar más allá del artículo. Si no
fuera así solo me limitaría a recomendarlo. Por eso, más que escribir sobre,
voy a escribir a propósito del artículo de Olga K titulado “A los chavistas
que están aquí y a los opositores que se fueron”.
El
primer punto al cual me voy a referir tiene que ver con el aquí y el allá de
lo político. Un aquí y un allá que hace referencia a la localización de lo
político y que me hizo recordar automáticamente una tesis de Hannah Arendt. La
política, decía ella, ha de tener lugar siempre en el aquí y en el ahora.
Aquí y ahora significa practicar la política en un espacio y en un tiempo determinado.
Arendt pensaba evidentemente en la polis griega. El debate político que tenía
lugar en el ágora no se refería a temas abstractos, sino al aquí y al ahora
de la vida ciudadana. ¿Hemos de declarar la guerra a los espartanos después que
se unieron a los persas? ¿Hemos de permitir que Sócrates vague por las calles
sembrando dudas entre los más jóvenes? ¿Hemos de permitir que la populista
Aspasia (esposa de Pericles) quiera controlar a todos los asuntos de la ciudad?
La
política es existencial; es “cosa viva”; no puede ser jamás separada de sus
coordenadas de tiempo y lugar. La política, en síntesis, “se hace”.
Pero
una cosa es hacer a la política y otro –este fue el punto que faltó
precisar a mi estimada Olga K- es opinar sobre política, ya sea de modo
oral o escrito, sobre cualquier país del mundo. Lo digo, pues a través de una
primera lectura, pareciera que Olga K niega a los venezolanos que se han ido la
posibilidad de emitir opiniones sobre la política de su nación.
Por
supuesto, nadie puede –en sentido estricto- hacer política desde fuera de su
país, pero desde fuera sí se puede opinar sobre política tan bien o a veces
mejor que desde dentro.
Yo
mismo he escrito muchos artículos sobre Bolivia, Chile, Cuba, España, Venezuela
e incluso sobre Rusia, a pesar de que desde hace más de veinte años nadie me ha
visto cerca del Kremlin.
Estimo
incluso que para un analista político, analizar la política interna de diversos
países no solo es un derecho; es, además, un deber. Mas, al opinar, estoy
conciente de que cuando escribo sobre los países nombrados, no estoy haciendo
política. Por lo tanto, si Olga hubiera hecho la obvia distinción entre el
hacer y el opinar –tal vez por obvia no la hizo- habría evitado algunos
injustos ataques a su persona.
Opinar
sobre política desde el exilio o destierro o simplemente desde otro país, es un
derecho, y en mi caso, un deber profesional. Hacer, o creer que se hace
política desde fuera, es una estupidez. Lo sé por experiencia.
¿Deberé
recordar el tiempo del exilio chileno cuando algunos que ni siquiera habían
rozado la superficie política te querían dar lecciones sobre lucha armada?
Muchos, evidentemente, hablaban desde la voz de su propia e injustificada
culpa. Por el contrario, quienes de verdad nos habíamos metido hasta el cuello
en esa terrible historia, sabíamos que hacer política desde fuera es casi
siempre una imposibilidad. Por eso solo nos limitábamos a opinar. Amigos
cubanos me han contado historias parecidas sobre la tragedia de su propio
exilio.
La
segunda parte del artículo de Olka K donde se dirige directamente a los
chavistas descontentos es, según mi opinión, la más interesante. En lugar de
saludar algunos llamados que estos chavistas
arrepentidos han hecho a no votar en las próximas elecciones, Olga los
desafía a tomar posiciones definidas, exigiéndoles que asuman su
responsabilidad con el desastre que vive la nación. En ese punto Olga se
distancia de dos posiciones predominantes en el seno de la oposición. Una es la
de insultar a los ex -chavistas desde el altar moral de una pureza
absolutamente injustificada. La otra es la de tratarlos con cuidado para que no
se vayan a asustar y vuelvan al redil. Ni lo uno ni lo otro. Olga los toma en
serio como entes políticos y los llama a debatir públicamente sus posiciones.
En
cierto modo, pese a la emocionalidad con la cual escribe, el espíritu que mueve
el artículo de Olga K es, objetivamente visto, más unitario que divisionista.
Pero en contraste con la unidad por la unidad proclamada por algunos candorosos
de la política, Olga llama a practicar una unidad entre distintos, manteniendo
las diferencias, pero en función de una convergencia que ponga fin,
electoralmente, al gobierno de Maduro. Por lo mismo, Olga no les habla a los ex
chavistas desde una oposición indiferenciada sino desde una oposición dividida,
reconociéndose ella, a sí misma, como un miembro de solo una parte y exponiendo
si tapujos, y de modo muy radical, sus diferencias con la otra parte de la
oposición. En cierto modo, en su mensaje a los chavistas arrepentidos, ella
llama, menos que a una unidad, a una alianza en contra de un enemigo común.
La
diferencia entre unidad y alianza es fundamental. En la unidad desaparecen las
diferencias, en una alianza son mantenidas. Más aún, ellas son una condición de
la alianza. ¿Cómo podría haber una alianza sin posiciones diferentes?
Sin
sistematizar el contexto político venezolano, queda claro, a través de su
llamado a los chavistas arrepentidos, que Olga ha dicho una verdad del tamaño
de una catedral, pero a la vez, una verdad que nadie quiere aceptar:
En
la Venezuela de hoy no hay una lucha entre dos posiciones, como quieren creer
la mayoría de los observadores internacionales. Hay un chavismo duro, hay un
chavismo potencialmente disidente, hay una posición democrática y electoral
representada por la MUD y hay un radicalismo opositor anti-MUD –el que según
Olga K comparte afinidades culturales con el chavismo- que se hace presente con
virulencia dentro de la propia MUD.
Cuando
Maduro ya no esté más en el gobierno, esas cuatro posiciones se separarán entre
sí e iniciarán una lucha cuyos alcances son por el momento impredecibles. Es
decir, después de mucho tiempo, volverá a aparecer la política con todas las
pendencias y antagonismos que siempre la acompañan. En buena hora.
El
llamado de Olga K va destinado a que se reconozcan, no después, sino aquí y
ahora, y de una vez por todas, esas diferencias, tanto las internas como
las externas. En ese punto creo que ella tiene razón: Sin diferencias no hay
política y sin política no hay democracia. Las diferencias son la sal de la
política.