martes, 28 de febrero de 2017

La posverdad marca el fin de una época

JOSÉ NUN

Creo que no se le ha prestado toda la atención que merece al término que vienen de incorporar los Diccionarios Oxford, juzgándolo "la palabra del año". Me refiero a posverdad. Según parece, lo usó por primera vez el dramaturgo Steve Tesich en 1992, en las páginas de The Nation, y fue reflotado en 2004 por el sociólogo Ralph Keyes en su libro The Post-Truth Era. Dishonesty and Deception in Contemporary Life (La era de la posverdad. La deshonestidad y el engaño en la vida contemporánea). Poco después, el periodista Eric Alterman lo aplicó a la política y bautizó la de George W. Bush como "la presidencia de la posverdad" por el modo mendaz en que manipuló a sus fines los atentados contra las Torres Gemelas. Y ahora la expresión resurge gracias a otro político republicano. Así, en septiembre del año pasado, The Economist le dedicó su artículo de tapa a Donald Trump, titulándolo "Art of the Lie. Post-Truth Politics in the Age of Social Media" (El arte de la mentira. La política de la posverdad en la era de los medios sociales).
¿Cuál es el significado del término? Denota aquellas circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales. Dicho de otra manera: para amplios sectores, que algo aparente ser verdad se vuelve más importante que la propia verdad, sobre todo si coincide con su sentido común. Los promotores del Brexit, por ejemplo, tuvieron éxito porque, entre otras cosas, confirmaron los prejuicios de muchos ingleses asegurándoles que al salir de la Unión Europea se ahorrarían 435 millones de dólares por semana, una falsedad que reconocieron como tal sólo después de ganar el referéndum, cuando ya no les convenía sostenerla.
El caso de Trump es desopilante. Su campaña fue un compendio de disparates que confirmaron a dos tercios de sus votantes en la errada idea de que el desempleo había crecido durante la segunda presidencia de Obama y a 3 de cada 4 en la certeza de que George Soros financió las manifestaciones de protesta en contra de su candidato. Sólo en su primera semana de gobierno, se comprobó que Trump mintió más de 300 veces. Contra toda evidencia, su secretario de Prensa afirmó que a la ceremonia inaugural había asistido la mayor multitud de la historia. No es casual que en un libro firmado por Trump se lea que "la gente siempre quiere creer que algo es lo más grandioso y lo más espectacular que existe".
Volvamos a la posverdad. ¿Por qué no hablar simplemente de mentira? Porque, no del todo a sabiendas, se está apuntando a un cambio de época que trasciende la simple distinción entre lo verdadero y lo falso. Para apreciar mejor este cambio, conviene remontarse a los comienzos de la era que se ha venido cerrando.
Me refiero a finales del siglo XVIII, cuando fueron naciendo en Occidente las distintas ideologías políticas, hijas del Iluminismo. La fe, la tradición o la autoridad del emisor dejaban de ser credenciales suficientes para que una definición de la realidad ingresase con éxito al debate público. En principio, la racionalidad se convertía en el único título reconocido como válido. En palabras de Alvin Gouldner, "el Iluminismo se transforma en la edad de la ideología cuando se emprende la movilización de las masas para proyectos públicos a través de la retórica del discurso racional". Sin perjuicio de su inevitable recurso a las emociones y a los sentimientos, lo central es que los llamados a la acción de derecha o de izquierda pasaron a basarse en diagnósticos más o menos elaborados acerca de la sociedad a mantener o a cambiar.
A más de dos siglos de distancia, ese andamiaje racional que tantas veces tambaleó, hoy se está derrumbando. Resuena con mayor fuerza que nunca la idea de Nietzsche de que las pasiones, los intereses o los instintos son dimensiones de la vida humana más básicas que la razón para motivar nuestras creencias. Porque ésta es la gran cuestión. Desde el vamos, el racionalismo de los países desarrollados fue elitista, liberal y no democrático, y la participación política quedó restringida durante largo tiempo a la "gente decente". Luego, a medida que se iba expandiendo el sufragio y el liberalismo se democratizaba, la forma representativa de gobierno buscó ponerles la mayor sordina posible a los razonamientos de sentido común del grueso de la población al prohibir que los representantes quedaran sujetos a instrucciones o mandatos. Como expliqué en El sentido común y la política (FCE, 2015), es por eso que se remontan también a principios del siglo XIX los orígenes de un estilo político particular que se enfrentó a las distintas expresiones del liberalismo racionalista en nombre del sentido común propio del pueblo "verdadero", esto es, lo que décadas más tarde recibiría el nombre de populismo.
La larga historia que desemboca en la posverdad (y, ¿por qué no?, en la posdemocracia) es en extremo compleja y no admite simplificaciones. Pero quiero destacar aquí por lo menos tres de las claves que ayudan a pensarla. Una es contextual. El capitalismo no logra superar su cuarta gran crisis. La primera fue la de 1890; la segunda, la de 1929-30; vino luego la de los años 70, y estamos vadeando la que se inició en 2007/8. Las de 1890 y 1970 se debieron a fuertes caídas de las tasas de ganancia de las empresas. En cambio, tanto la de 1929-30 como la actual son el fruto de procesos salvajes de acumulación capitalista. Con rasgos muy distintos según el país, de la de 1929-30 se salió merced a una disminución considerable de la desigualdad (en los Estados Unidos el presidente Roosevelt les aumentó un 90% los impuestos a los ricos). Ahora, en cambio, la concentración de la riqueza es abismal y el neoliberalismo en boga postula como remedio que se les rebajen los impuestos a los ricos. No es extraño que la pobreza y la incertidumbre sean hoy los fantasmas que recorren el mundo.
En este clima, floreció una paradoja. La sociedad del conocimiento culminó en ese logro inmenso que es la informática, pero inesperadamente las redes sociales se han convertido en un colosal vehículo instantáneo de falsedades y fabulaciones que refuerzan los elementos más conservadores y dogmáticos de lo que Gramsci llamaba el "sentido común vulgar", siempre ávido de certezas. Se trata de la segunda clave a la cual aludía. Como solían decir los gauchos, anticipándose a Orwell, difundir una mentira es como echar agua sobre piso de tierra: nunca se la puede recoger toda.
Con lo cual llego a la tercera clave. Salvo para una minoría, en todas partes han perdido autoridad (a menudo por buenos motivos) los juicios de los expertos y de los periodistas, tradicionalmente encargados de discriminar entre verdad y mentira. Perón decía: "Alpargatas, sí; libros, no"; Trump declara: "Amo a la gente poco educada", y Beppe Grillo se alegra porque millones de personas ya no leen sus diarios ni miran su televisión. Cunde el antiintelectualismo y son legión los sabios y los entendidos que deben asumir su propia responsabilidad por este desenlace. Después de todo, los tecnócratas y los populistas tienen algo en común y es su aversión al debate: unos, porque poseen la única solución racional para cada problema; y los otros, porque sólo ellos expresan la voz del pueblo.
En esto estamos y de ahí que resulte necesario y urgente tomar conciencia de las razones de fondo que han llevado a la emergencia del término posverdad. Indica a su modo que se viene cerrando una época y sería grave ignorarlo, por poco que nos gusten las personas como Trump.

Politólogo, fue secretario de Cultura de la Nación

La democracia tribal

JORGE GALINDO

La libertad es al partidismo lo que el aire es al fuego. La frase es de James Madison, uno de los redactores de la Constitución de Estados Unidos y el cuarto presidente del país. Él y otros padres fundadores temían que la nación que estaban formando se consumiera en la división. En mayor o menor medida, el diseño institucional americano marcó la pauta de todas las democracias que le han sucedido. Por tanto, los miedos de sus arquitectos deben ser también los nuestros, los de todos. ¿Puede el faccionalismo poner en riesgo la expansión democrática? ¿Son los movimientos sísmicos que están teniendo lugar a un lado y otro del Atlántico un indicador de la crisis sistémica? Y, de ser así, ¿cómo se puede resolver?
En su Democracy for realists, Chris Achen y Larry Bartels elaboran los fundamentos de la crítica y extienden una dura mirada sobre el modelo actual. Votar no es, dicen, una expresión de preferencias ideológicas ni de intereses claramente predeterminados por el elector antes de ir a las urnas. Tampoco consiste en una evaluación precisa de la tarea realizada por los gobernantes. En esencia, los autores argumentan que el proceso de formación de opiniones, tanto en prospectiva (qué queremos que sea de nuestro país) como en retrospectiva (cómo nos parece que ha funcionado hasta ahora), no es tan limpio como requieren sus visiones más idealizadas. ¿Qué mueve, entonces, a los votantes? Según Achen y Bartels, es la pertenencia a un grupo, la definición de límites entre quienes están dentro y quienes quedan fuera. Una búsqueda conjunta de identidad, cuya suprema expresión sería, por supuesto, el partidismo.
En este mundo, los votantes combinarían tres fuentes para conformar sus posiciones sobre un tema determinado: su acervo de conocimientos previos (incluyendo prejuicios y mitos), la interpretación que del mismo les ofrece su grupo de referencia (religión, etnia, partido) y los hechos y datos específicos que puedan recoger sobre el asunto en cuestión. Adquirir información sobre cuestiones políticas complejas consume tiempo y esfuerzo, así que la posición del grupo adquiere un peso particularmente importante. Sería fácil pensar que son los individuos menos informados, preparados o educados quienes se comportan de manera más gregaria. Pero también erróneo: al fin y al cabo, si observamos nuestro alrededor con gafas partidistas, cuanto más las utilicemos, mayor será nuestro sesgo. Nótese el poder que ofrece esto a los dirigentes políticos capaces de subrayar qué importa, qué no, por qué importa y cómo debería ser solucionado; influyendo incluso, o sobre todo, entre las clases medias y acomodadas particularmente interesadas en política.
Ante esto, no son pocos los que sienten la tentación elitista, derivando cada vez más capacidad de decisión a agentes que no deban someterse a dictado público alguno. Hasta llegar al extremo: en su intencionadamente polémico Against Democracy, el filósofo Jason Brennan argumenta que, si la democracia no es capaz de producir los mejores resultados ni de representar fielmente las visiones y los intereses de los votantes, ¿no sería razonable considerar su sustitución por un régimen alternativo que sí lo haga? Como por ejemplo, sugiere, la epistocracia: el gobierno de los más sabios.
Pero otorgar el poder a una sola porción de la sociedad no puede asegurar una mejora en la distribución de los recursos disponibles por una simple razón: si la nueva élite tecnócrata no tiene incentivos a cooperar, ¿por qué iba a hacerlo? La magia de las elecciones es precisamente la existencia de una alternativa encarnada por una oposición creíble. Su desaparición acabaría dando la razón a quienes se sitúan justo en el otro extremo de las alternativas ante la crisis de la democracia: la opción populista (palabra empleada aquí en su acepción estratégica) proviene de una aceptación completa de la idea de que la política solo puede basarse en la definición de identidades colectivas. La herramienta fundamental del populismo, tal y como la definen sus propios teóricos, es la construcción de un grupo lo suficientemente amplio, difuso e incluyente como para convertirlo en una mayoría incontestable. Pretende así luchar contra el establishment y resucitar una democracia supuestamente secuestrada. Pero la liberación democrática no es tal, pues el resultado paradójico de construir una nueva super-mayoría entroniza a líderes con una enorme capacidad de mantener entre sus acólitos una determinada visión de la realidad, hasta el punto de que es necesario un shock de considerables proporciones para dividir al grupo preestablecido y garantizar que la alternativa tenga opciones en el gobierno.
Si tanto la opción elitista como la populista nos dejan con el mismo riesgo autocrático, ¿qué queda para cimentar la evolución de la democracia? Quizá modestia sea buen punto de partida: debemos asumir (y difundir) la idea de que el sistema democrático no aspira a evitar todos los males, ni a resolver todos los problemas sin coste alguno, sino que supone sencillamente un mecanismo incruento para la resolución de conflictos inherentes a la vida en sociedad. Es, además, una herramienta cuyo límite somos nosotros mismos y nuestra capacidad para enlazar nuestros intereses con la acción política más adecuada para conseguirlos.
El sistema democrático no aspira a evitar todos los males, ni a resolver los problemas sin coste
Ahí reside, pues, el margen de mejora. No en voces de líderes salvadores, ni en complejas reformas. Una vez ubicados en el realismo y aceptada la relevancia de la filiación grupal, la mejor palanca para la mejora de la democracia es la multiplicación de los centros de poder, presión, formación de identidades y altavoces. En España, por ejemplo, no está claro si los nuevos partidos han producido un debate público más rico y matizado. Y, sobre todo, no parece que haya dado una voz a los sin voz: por ahora la tasa de abstención no se ha modificado, y los votantes que se han movido a las nuevas formaciones pertenecen en su mayoría a segmentos que ya eran activos previamente, por su extracción socioeconómica. Los perdedores del sistema actual, si es que los hay, no se han beneficiado por el momento
En la medida de lo posible, los votantes no deberíamos delegar toda la responsabilidad de formarnos un criterio propio en manos ajenas. Se trata de ser conscientes de nuestra posición en la sociedad. De entender nuestras identidades y las de quienes están a nuestro alrededor, sobre todo las de aquellos que siguen excluidos del proceso de formación de intereses definidos, desde un punto de vista multifacético. De comprender que la priorización de ciertos aspectos y la filiación grupal es inevitable para conseguir formar coaliciones que hagan la acción política efectiva; pero al mismo tiempo nos pone en un rumbo tribal, que, si no se mide, dificulta el paseo equilibrista que ejecutamos cada día sobre el conflicto.

Jorge Galindo es sociólogo y candidato doctoral en el departamento de Sociología de la Universidad de Ginebra.
Gasolina para apagar incendios

JOSE VICENTE RODRIGUEZ AZNAR

Hace pocos días el presidente Nicolás Maduro decretó nuevo aumento de salarios y del bono alimentación con el propósito, según dijo, de proteger los ingresos de los trabajadores. Este es el séptimo incremento en los últimos doce meses, por un monto total equivalente al 600% al pasar de Bs. 24.853 a Bs. 148.638.
Aunque la tasa de inflación del año 2016 aún no ha sido informada por el Banco Central, contrariando lo dispuesto en el artículo 337 de nuestra Constitución que expresa que los Estados de Excepción, como el vigente, no pueden restringir el derecho de información, es fácil deducir que la inflación en Venezuela en ese año ha sido igual o superior al 600% habida cuenta que los aumentos salariales siempre se han hecho en forma rezagada, recogiendo aunque sea parcialmente lo sucedido en los meses anteriores.
Mucho se ha escrito sobre las causas que han originado el proceso inflacionario que padecemos en Venezuela en los últimos años. Entre muchas de estas causas, podemos mencionar tres de ellas que son universalmente aceptadas: a) Exceso de dinero en la economía; b) Régimen cambiario con continuas devaluaciones; c) Aumento de costos de producción interna. En Venezuela las tres causas mencionadas son generadas por el gobierno que contradiciendo sus feroces ataques al sistema de mercado, ha creado su propio mercado imperfecto de oferta y demanda de dinero y de productos, en el cual es el principal actor y factor de distorsión.
La liquidez monetaria está constituida por el dinero en manos del público y en depósitos bancarios. El excedente de liquidez lo crea el gobierno a través del desmedido gasto público. Al no contar con ingresos suficientes, acude al endeudamiento externo u obliga al BCV a financiar el déficit mediante emisiones de dinero inorgánico, es decir, sin reservas internacionales que lo respalden. Ese exceso de dinero en la economía crea una demanda de productos superior a las cantidades de artículos disponibles. Obviamente, al haber mayor demanda que oferta, suben los precios de los productos. Además esta situación se agrava por la escasez de productos en el mercado.
Por otra parte, tenemos una economía altamente dependiente del exterior no solo por vivir de la exportación de petróleo sino también por tener que importar materias primas y bienes manufacturados. Por lo tanto cualquier devaluación del bolívar significa un aumento de costos de las importaciones que se trasladan a los precios locales. Recordemos que en el año 2008 cuando se creó el bolívar fuerte, el cambio oficial quedó en Bs. 2,15 por dólar; además funcionaba un tipo de cambio en el mercado de Bs. 5,70. Actualmente esos dos tipos de cambio se han elevado a Bs. 10 y Bs. 698. También existe un mercado no oficial en el que el dólar se transa en alrededor de Bs. 4.000. Estos datos por sí solos explican una de las causas de nuestra inflación.
Los aumentos de salarios por sí solos no mejoran la situación de los trabajadores mientras existan elevados y continuos incrementos de precios de los artículos y subsista la escasez de productos esenciales. El aumento de salarios apenas es una engañosa solución transitoria por pocos días, pues el trabajador, aunque con mayor salario, comprará menor cantidad de mercancías que antes debido a la escasez y a los altos precios.
Los mayores costos salariales obligarán al cierre o reajustes de empresas con lo cual crecerá el desempleo y se reducirá aún más la producción de bienes. En consecuencia, la política económica debe orientarse a una estabilización de los tipos de cambio y a estimular la producción nacional con el fin de equiparar la demanda con la oferta y exportar los excedentes de producción.

lunes, 27 de febrero de 2017

LUIS UGALDE sj : “No estoy llamando al golpe de Estado, estoy llamando a respetar la Constitución”

VANESSA DAVIES

 CONTRAPUNTO

"La gente no es suicida: si no ve una salida, no se va a mover", afirma el sacerdote jesuita. Asegura que Maduro no tiene carisma ni recursos, y tampoco es solidario con el dolor de la población. "La Iglesia tiene que jugársela", enfatiza
Este es Luis Ugalde, el nacido en el País Vasco en 1938 que se hizo más venezolano que la arepa. Luis Ugalde, el expulsado de la misma universidad (la Católica Andrés Bello) que luego dirigió durante 20 años. Luis Ugalde, el cura “comunista” que fue apresado durante El Caracazo (1989) por los organismos de seguridad del Estado. Luis Ugalde, el analista político que asegura que no apoyó el golpe de Estado contra Hugo Chávez el 11 de abril de 2002 (ni siquiera estaba en el país cuando ocurrió). Luis Ugalde, el sacerdote jesuita a quien, meses antes de ese 11-A, fotografiaron con dos de los protagonistas de la asonada (Pedro Carmona Estanga y Carlos Ortega) durante un acto político y por ello lo culparon de respaldar esa acción. Luis Ugalde, el columnista del diario El Nacional que escribió en diciembre de 2016 que Venezuela necesitaba otro Wolfgang Larrazábal (quien dirigió la transición luego del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, en 1958).
El director del Centro de Reflexión y de Planificación Educativa de los Jesuitas (Cerpe) recibe al equipo de Contrapunto con la misma mirada penetrante de toda la vida. Observa y espera la primera estocada. Sostiene que la Iglesia católica no puede callar en este momento, cuando Venezuela soporta lo que no duda en calificar como “una dictadura”.
“Todo gobierno, cuando se vuelve dictatorial, no acepta ninguna institución que no se le subordine totalmente”, afirma.
–¿Usted considera que hay una dictadura ahora?
–Sí. Creo que hay una dictadura porque si 8 millones de venezolanos eligen una Asamblea Nacional, y el gobierno activa mecanismos con los cuales anula totalmente toda acción de la Asamblea, para mí eso es dictatorial.
–No es una dictadura como la de Pinochet.
–En ese sentido es más inteligente que la de Pinochet.
–¿En qué sentido?
–En el origen mismo del gobierno actual hay dos golpes frustrados, pero hay unas elecciones. Y entonces hay una convicción, apoyada por la realidad, de que Chávez era capaz de ganar las elecciones. Ganó la primera y ganó una serie de elecciones. Ese es un componente que está allí. Pero hay otro componente.
–¿Cuál es?
-Un viejo comunista me dijo: “Estos ingenuos se creen que nosotros vamos a entregar el poder por los votos. Un comunista que llega al gobierno nunca entrega el poder por los votos”.
–¿Estamos en ese escenario, piensa usted?
–Estamos en ese escenario. En este momento el gobierno sabe que no tiene los votos, pero tiene el poder: el ejército, la policía, el poder judicial y, entonces, dice, “nosotros no vamos a entregar el poder por los votos”. El año pasado, una elección que está en la Constitución fue aplazada y negada, y este año, por los pasos que llevan, también será negada, aplazada o trampeada. Puede ser trampeada al estilo de Nicaragua.
–¿Se refiere al revocatorio o a las regionales?
–A las regionales. Pueden hacerlas como ha pasado en Nicaragua: ha habido elección, pero ha habido elección sin adversarios. Es como un partido de fútbol con el árbitro propio y jugando en el equipo contrario los jugadores que nosotros elegimos.

Vacío en la oposición
–Si eso ocurre es porque hay una oposición que se presta. ¿Qué pasa con la oposición? Usted considera que hay un gobierno dictatorial…
–El gobierno actual vive de ciertas rentas democráticas, y eso es lo que más se ha deteriorado a escala mundial. Hasta hace poco en Europa la gente decía “ustedes tienen un gobernante que quiere ayudar a los pobres y como la oposición y los obispos son reaccionarios, no lo dejan gobernar”.
–¿Eso no es verdad? ¿No quiere el gobierno gobernar para los pobres?
–No tiene ninguna capacidad, y en este momento, no le duele el hambre de la gente, no le duele la falta de medicinas. Permanecer en el poder está muy por encima del dolor de la población. No es verdad que el actual gobierno quiera mejorar la situación de los pobres. Quizá esperaba que mejorara el precio del petróleo. Pero por encima de todo lo que quiere hacer es mantenerse en el poder. Si nosotros tomamos lo que era el chavismo hace cinco años, más de la mitad, muchísimo más, hoy día no son maduristas ni apoyan al actual gobierno, porque sienten que contradice lo que decía de los pobres.
–Pero es un gobierno que no solo tiene poderes, sino también algo de pueblo.
–Sí tiene algo de pueblo, pero piense usted que hay 4 millones que viven del salario de la administración pública. Yo llevo 30 años trabajando en La Pradera, en La Vega, y esa zona ha sido mayoritariamente chavista hasta ahora.
–¿Ya no lo es?
–Ya no lo es. La ideología marxista estricta a la gente la tiene sin cuidado. Eso no lo ha tragado nunca, salvo los universitarios. El cariño, el amor de Chávez, la convicción de que “este sí nos quiere”, apoyado por los buenos precios petroleros, mantuvo al gobierno. Pero en este momento ni el Presidente tiene el carisma que tenía Chávez, ni tiene los reales, y además la gente ve la falta de dolor. Ciertos chistes que hace Maduro son tan ofensivos para el que está sufriendo, para el que está en la cola…
–¿Cuáles?
–Han dicho tantas cosas… como que aquí no hay cola, o que la gente come como nunca, que nunca hubo educación gratuita o salud gratuita, y eso es mentira.
–Usted dice que las grandes mayorías que apoyaron a Chávez no quieren a Maduro. ¿Maduro no ganaría una elección?
–Si el árbitro fuera neutral, Maduro no ganaría una elección; perdería de calle.
–¿Y por qué la gente no ha reaccionado de otra forma? ¿Qué cree que está conteniendo esa molestia?
–Creo que hay un elemento de miedo. Hay personas que dicen: ¿Qué hace la gente resignada en las colas? Pero, ¿y qué otra cosa van a hacer? Una persona individual que va a buscar pan, arroz o café, se pregunta: “¿Qué hago yo rebelándome? Me van a poner preso”. Y por otro lado, sobre todo en los últimos meses, hay un vacío de liderazgo realmente trágico en la oposición, y todo el mundo intuye que ese vacío viene de los intereses particulares de fulano que quiere ser candidato. Han sido incapaces, en los últimos tres meses, de hacer unos planteamientos claros, que la población perciba que hay una ruta. La gente no es suicida: si no ve una salida, no se va a mover.
–Pero hay líderes en la oposición. ¿Cuál cree usted que es el problema?
–Yo no creo que estén vendidos, pero sí creo que los intereses particulares, o cierta obsesión en algunos por ser candidatos presidenciales de unas elecciones que no sabemos cuándo van a ser, es un error. Aquí hace falta poner por encima de todo ese malestar de la población y la recuperación de los derechos humanos y de la Constitución.
–¿Qué debería hacer la oposición?
–Han dicho de varias formas que esto es dictadura, pero no sacan la conclusión. ¿Quieren una dictadura con división de poderes?
–¿Dicen que es una dictadura pero no lo creen?
–Lo dicen pero no lo creen. Ya lo dijo Carlos Escarrá: en un régimen revolucionario la división de poderes no es aceptable. Eso tiene una fundamentación teórica que yo no comparto, pero la tiene: tenemos que destruir la dictadura de la burguesía, y para eso tenemos que concentrar todo el poder a fin de crear la dictadura del proletariado. Entonces no podemos andar con elecciones ni con división de poderes.
–¿Eso no es lo que está pasando en Venezuela? ¿La dictadura del proletariado?
–No. Lo que pasa es que la dictadura del proletariado tampoco fue en la Unión Soviética. Al final la dictadura del proletariado se convirtió en la dictadura sobre el proletariado.

Las pequeñas protestas de todos los días
En este momento, asegura Luis Ugalde, “el gobierno es de facto” y “ya no cree en sus teorías marxistas y, mucho menos, en la teoría que sustenta nuestra Constitución, porque en la Constitución sí está la separación de poderes, sí están los derechos humanos por encima de todo”.
–¿El país puede cambiar sin los chavistas?
–Creo que no.
–¿Por qué?
–Lo que alimentó el chavismo era el repudio del deterioro socioeconómico que se vivía, el deterioro de los partidos, la incapacidad de los partidos de dar respuesta, y entonces vino este señor (Chávez), que era un vengador que iba a castigar. Aparte de las cualidades personales de liderazgo había un sentimiento, y ese sentimiento Chávez lo supo expresar. La gente decía “este lo supo expresar y me ha puesto en el centro de la política”.
–¿No hay nadie en la oposición que haga eso ahora?
–En este momento no. No es blanco y negro, no es que no haya nadie que tenga apoyo, pero falta muchísimo. Y creo que dedican demasiado tiempo a disquisiciones jurídicas. La discusión no es de iure, es de facto. ¿Tengo o no tengo poder para suprimir esta elección, para poner preso a Yon Goicoechea porque me da la gana?
–En ese escenario, ¿qué piensa usted que debe hacer el liderazgo opositor?
–Creo que hay que sacar las conclusiones: es una dictadura. Entonces no nos queda la fuerza de las leyes.
–¿Qué fuerza queda?
–No queda sino el malestar de la población. El gobierno se pudiera engañar diciendo que “tienen la AN pero ya inventé la manera de anularla”, pero ¿qué es lo que no tiene controlado el gobierno? El hambre. Ahí sí no ha podido mejorar nada, y dentro de un mes vamos a estar peor que ahora. La oposición se tiene que convencer, dentro de la Constitución, de que tiene que apelar al derecho humano violado.
–¿Cómo?
–Cuando dicen “calle”, la gente piensa en una manifestación multitudinaria, y las manifestaciones multitudinarias no se pueden hacer todos los días. Pero hay un grupo de abuelos que protestó porque no les llega la pensión, en el hospital las enfermeras protestan porque se les mueren los enfermos.
–¿La protesta de todos los días?
–La protesta de todos los días, que es muy variada, no siempre es multitudinaria y que haga sentir al gobierno y al mundo que es realmente impopular; que es enemigo de la gente.
–Pero el gobierno puede seguir gobernando así.
–Bueno, las dictaduras siguen gobernando así, pero hay que ver cuando ese desamor va tomando cuerpo, se va expresando, se va articulando. La Fuerza Armada dice que no va a tumbar el gobierno, pero recordemos 1957. En 1957 nadie sabía quién era Wolfgang Larrazábal, nadie en la oposición estaba pensando que debe haber malestar en los cuarteles.
–¿Estamos en esa situación hoy?
–La caída de las dictaduras no suele ser anunciada, como lo son las elecciones. ¿Cómo fue Alberto Fujimori? Meses antes me dijo un jesuita que Fujimori iba a durar mucho porque tenía apoyo de los militares, y ¿qué pasó? Ninguna historia se repite, pero el deterioro es tal, que los militares también miran a la calle.
–¿Usted piensa que, en la medida en que los militares vean el malestar, van a apartarse del gobierno?
–Pienso que, en la medida en que vean el malestar, y vean las manifestaciones concretas de ese malestar, pensarán que no van a reprimir eso. Creo que la inmensa mayoría de los militares piensa así, porque tienen su familia, porque en el cuartel falta comida.
–¿Esto no es apelar al golpe de Estado contra un Presidente que fue electo por el pueblo?
-¿Quién en Venezuela considera golpista a Larrazábal? Nadie. Es el hombre que dirigió el paso de la dictadura a la democracia.
–¿Ve figuras en el sector militar que pudieran ser ese Larrazábal?
–De Larrazábal se burlaba todo el mundo. No tenía cualificación especial. No es que había un predestinado. Hemos hecho algunas transiciones bien hechas, como la de López Contreras. ¿Quién iba a decir que el ministro de la Defensa de Juan Vicente Gómez haría la transición?
–¿No tiene miedo de que lo metan preso por decir eso? Van a decir que está llamando a un golpe de Estado.
–Sí lo van a decir, pero yo no me puedo callar. En una situación normal, democrática, es bueno que la Iglesia sea cuidadosa, porque hay cauces políticos para expresarse. Cuando las dictaduras empeoran, como el franquismo en su etapa final, pusieron a docenas de curas presos. Como los políticos no podían hablar, la Iglesia, en esas situaciones extremas, puede y debe hablar.
La Iglesia debe hablar
–¿En esta situación en Venezuela la Iglesia debe hablar?
–La Iglesia debe hablar.
–¿Y qué debe decir?
–Lo que dijo en el documento de enero de la Conferencia Episcopal: hay que escuchar el malestar de la gente. Si no, la Iglesia traicionaría al Evangelio si no tuviera sensibilidad ante el hambre, la falta de medicinas, la inseguridad brutal que estamos viviendo. La gente está sufriendo. La Iglesia tiene que acompañar, ver cómo formamos modos de solidaridad para que haya, al menos, una comida caliente al día, como lo hizo la Iglesia en tiempos de Pinochet. Hace falta la dimensión internacional, porque para hacer ollas populares se necesita una red que alimente eso. Cáritas Internacional puede hacer eso, está dispuesta a hacerlo, pero el gobierno que dice que aquí no hay pobreza y que es el gobierno de los pobres ¿cómo va a admitir que necesita limosna internacional para poder comer? Pero esa es la realidad: hay que pedir limosna internacional para poder comer. En esa situación, la Iglesia tiene que reflejar la verdad. ¿Qué corre riesgos? Sí. A mí me han amenazado.
–Usted está llamando a un golpe, prácticamente.
–No estoy llamando a un golpe de Estado, estoy llamando a respetar la Constitución. Y no se puede respetar la Constitución mientras no haya militares decididos a hacer que la Constitución sea respetada.
–¿Pero ellos no la están violando ahora?
-“Ellos” son muchos. Unos la están violando y otros no. Hay muchos que están avergonzados por lo que está pasando. Desde generales, hasta sargentos. En una dictadura la gente no habla, porque todo el mundo está vigilado. Hay mucho miedo, y la Iglesia no puede decir que también se va a callar. La Iglesia tiene que jugársela. ¿Qué eso cuesta? Mataron a monseñor Romero, en El Salvador nos mataron a seis jesuitas.
–¿La Iglesia tiene que jugársela ahora en Venezuela para qué? ¿Para que cambie el gobierno? ¿Para que respete la Constitución?
–Creo que las dos piezas son la Constitución y los derechos humanos: derecho a comer, a un salario que te dé para vivir, a la salud. Todo eso está consagrado en la Constitución. Y derecho a expresar tu opinión. Usted me pregunta si no tengo miedo. En la medida en que hay democracia no tengo miedo, pero como no es democracia, bueno, estamos en manos de la dictadura.
–¿En qué momento piensa usted que el gobierno dejó de ser democrático?
–No es que exista una hora cero. A mí Chávez me dijo una cosa: yo no creo en los partidos políticos, yo creo en los militares, que es donde me formé. También me dijo que para resolver la pobreza teníamos que inventar otra economía. Inventaron la ruta de la empanada, el trueque… el dinero es malo… el demonio está en el dinero…todas esas cosas que las entiendo pero de las que Marx se habría burlado. En todas esas cosas perdimos mucho tiempo.
–¿Era dictatorial?
vFue paternal: si los hijos se portan bien, el gobierno paternal es paternal. Y si los hijos no se portan bien, el padre se convierte en dictador.
–¿Es lo que está pasando ahora?
-Es lo que está pasando ahora. Los errores económicos son de Chávez; por ejemplo, apostar por la renta petrolera, creer que es infinita y que gobernar bien es distribuir, no producir. Él hizo una prédica tremenda, fácil de entender pero que es una trampa: tenemos gente pobre y un país riquísimo, y hay unos ladrones que se apropian de esa riqueza: el imperio, los ricos y los partidos políticos. En esa lógica, ¿qué significa buen gobierno? Distribuir la riqueza que existe, no crearla. “Ahora Pdvsa es del pueblo”. La frase tenía un impacto tremendo. La gente sentía que estaba en el centro de la atención.
En lo que considera como un viraje hacia el marxismo, el sacerdote jesuita atribuye una influencia al presidente cubano, Fidel Castro. "Cuando Chávez llega al gobierno no tiene un discurso marxista. Después del fracasado golpe de 2002, dijeron 'me van a dar otro golpe y no va a haber remedio', y entonces entra la teoría marxista: no puedes dejar con vida a los empresarios".
–¿Eso es lo que ocurrió?
–Eso es lo que ocurrió. Tú, estatiza, y si no alcanza, importas. Pero ahora no tenemos la producción ni los dólares. Se dijo también que la productividad era una categoría neoliberal. Y Sidor pasó a producir la cuarta parte, y ahora ni siquiera eso. Pdvsa triplicó la nómina; en este momento es una empresa terriblemente ineficiente.
"Hace falta alguien que inyecte fe y entusiasmo"
–Si Maduro dice ahora “me voy”, ¿usted cree que todo eso cambiaría?
–Lo uno con otra pregunta suya: ¿se necesita el chavismo para el cambio? Yo creo que sí. Un gobierno que gane con un 5% tendrá en contra a los chavistas y a una parte de la oposición, y así no es posible reconstruir Venezuela. Venezuela está tan mal como después de una gran guerra. Tienes que reconstruir, las fábricas están obsoletas. La Iglesia tiene razón: esto requiere de una reconciliación.
–¿Cómo?
–Para los delitos están los tribunales. Pero tiene que haber un espíritu de decir unos y otros “nos equivocamos”, la solución no es que desaparezca lo que se construyó desde 1998 para acá, sino que desaparezcan también todos los errores de los 25 años anteriores a 1998. Tampoco se le puede decir a la población pobre: “Usted tuvo una ilusión, pero váyase a su casa con las manos vacías”. Hay que decirle que esa esperanza tiene razón, y tenemos que ver cómo, entre todos, hacemos que eso sea viable, basado en una inversión nacional e internacional en todas las áreas y con la colaboración de todos. Hace falta alguien que inyecte fe y entusiasmo.
–¿No lo hay?
–A lo mejor lo habrá, pero no lo veo hasta ahora. Pero llegará.
Para poder avanzar hacia ese punto, insiste Luis Ugalde, hay que dejar de lado “las pequeñas diferencias”.
–¿Usted piensa en algo como la caída del Muro de Berlín?
–No necesariamente, pero el Muro se cayó sin un tiro. Y probablemente era el país más vigilado y dictatorial. Se cayó sin un tiro, tampoco hubo grandes persecuciones. No hubo asesinatos, no hubo venganzas, y no hubo por el sentido común de decir que fue un gran error. Eso es necesario en Venezuela.
–¿Podemos llegar a un cambio que nos incluya a todos? ¿Que no se dispare un tiro?
–Sí. Nunca he creído lo que dicen muchos de que esto termina en una guerra civil, aunque haya tantas armas en manos que no deben tenerlas. El ejército debe hacer valer su condición de que tiene el monopolio legítimo de las armas. ¿Cómo es posible que el malandro tenga armas más poderosas que la policía?
–El gobierno plantea que es un gobierno agredido y que se enfrenta a un imperio.
–Esa es la prédica del gobierno para su legitimación. El gobierno tuvo una legitimación: la prédica de los pobres contra los ricos. Esa legitimación se acabó. El gobierno, en este momento, es el mayor fabricante de miseria, y eso es bastante indudable.
–Pese a ello puede ser un gobierno agredido por el “imperio”.
–El gobierno busca una nueva legitimación, y la nueva legitimación es que la Iglesia se ha convertido en partido político y que están con el Papa porque el Papa quiere el diálogo. Es algo ridículo, porque el Papa y la Conferencia Episcopal Venezolana están muy de acuerdo. La palabra diálogo significa dos cosas: la junta médica para decir qué hay que hacer para salvar al moribundo; y el otro diálogo, que no es diálogo, que es cómo entretenemos mientras sube el petróleo y cómo dividimos a la oposición.
–¿Qué piensa que va a ocurrir de aquí en adelante?
–La oposición dice “a ese diálogo, que es una burla, yo no voy”.
–Pero estamos en un punto muerto.
–No es muerto, porque la situación sigue avanzando para peor. ¿Qué rompe el equilibrio? El malestar de la nación, que se vuelve cada día más insostenible en los cuarteles, en las universidades, en las colas. Es muy trágico lo que digo, ojalá me equivocara. La oposición tiene que reconocer que ha sido muy torpe en estos meses, y que no tendrá credibilidad si no aparece enfocada en la salvación nacional. La casa está ardiendo y lo que hay que hacer es ponernos en cadena con los tobos de agua, los de un partido y de otro.
–¿Está haciendo lo correcto la oposición al no ir al diálogo en estas condiciones?
-Creo que está haciendo lo correcto.
-Pero no hay otras condiciones.
-Tendrá que haberlas y las habrá.
-¿Cómo?
-La desesperación produce condiciones.
-¿Va a haber condiciones para qué: para el diálogo o para la salida del gobierno?
-Diálogo para la salida del gobierno. Diálogo para la reconstitucionalización. Por un tiempo pensé que el gobierno iba a aceptar ser protagonista de la reconstitucionalización y la restauración de derechos humanos; en este momento no lo creo, porque ha dicho no, no y no.
-¿En este momento usted no le da el beneficio de la duda al presidente Maduro?
-Se lo daba.
-¿Cuándo dejó de dárselo?
-Hace mucho tiempo. Uno quisiera que el cambio fuera sensato, que el gobierno dijera “nos equivocamos”. Pero dice que va a sentarse con los empresarios y hace una comedia. No puede ser así. Tiene que ser una cosa seria, porque el país se está muriendo. La oposición y el gobierno no tienen más remedio que conectarse de verdad con la gente, y que la gente vea que es así, que no es una táctica, que no es un eslogan, que se nos va la vida en eso. La CEV sacó un documento que creo que es el más contundente de su historia. Si a alguien le disgusta debe decir “todo es mentira”, pero no es mentira; todo lo que dice es verdad.
-¿No es un poco ingenuo pensar que porque empeoren las condiciones el gobierno va a salir?
-Los regímenes que lograron controlar 100% de la población, como Alemania Oriental, Cuba, la URSS, se mantuvieron, porque en un régimen policial ¿cómo va a organizarse la gente? En Venezuela eso no ha llegado. Es verdad que aquí compraron con testaferros los medios de comunicación, pero también es verdad que no es lo mismo 1966 que ahora. En este momento la gente se entera, y no hay modo de que no se entere a pesar de los controles. Es una situación distinta.
Venezuela no está para andar contando agravios
-¿La respuesta internacional ha sido acorde con la situación venezolana?
-No lo ha sido, aunque hay un cambio notabilísimo. Chile le debe mucho a Venezuela.
-¿Usted esperaba una reacción distinta?
-Ya empiezan algo, pero los gobiernos de Chile, los dos últimos, han sido sordos a la situación de Venezuela. Ahora, el panorama latinoamericano ha cambiado: Brasil es otra cosa, Macri es otra cosa, Tabaré Vásquez es consciente y los uruguayos tienen cierta sensibilidad histórica contra el militarismo. Y la coyuntura de Cuba es totalmente distinta: Fidel Castro murió y el país tiene que buscar salidas porque es una economía incapaz de darle a su población el bienestar mínimo.
-Nadie pone la cabeza para que se la corten. Lo que la oposición le ofrece al chavismo es “te voy a colgar de un poste”.
-Hay un chavismo que ya está añorando un cambio. Y hay dirigentes para los cuales tienen que haber negociaciones concretas. Pongo ejemplos: cuando el nazismo pierde, una alternativa para los aliados era cortar cabezas, y otra era juzgar a los jefes, y optaron por este segundo camino. Algo parecido ocurrió el Polonia después del comunismo, y en Alemania Oriental lo mismo. Lo que dice San Pablo es verdad: no devuelvas mal por mal, sino transforma el mal con el bien, y en esa coyuntura está Venezuela en este momento.
-¿Cómo hacerlo?
-Venezuela no está para andar contando agravios, “si este fue chavista, si este me insultó”, sino para “vamos a construir juntos”. Para los delincuentes están los tribunales. Esto lo hicieron en España también: no fue del todo borrón y cuenta nueva, pero ni los unos ni los otros quisieron volver al pasado, porque todo el mundo tiene dolientes, todo el mundo tiene muertos.
-¿Ve la transición española como modelo para Venezuela?
-El espíritu tiene que ser ese. Buscar cómo los venezolanos podemos sumar. Tenemos que lograr todos los venezolanos empujando en la misma dirección.
-¿Qué hacemos con nuestra sociedad? Hay bachaqueros, revendedores…
-Hay un envilecimiento, pero creo que eso es regenerable. Si usted suma a todos los bachaqueros a lo mejor son 50 mil, pero nosotros somos 30 millones. En el momento en que abras la posibilidad de que siendo honesto se puede vivir mejor, será diferente. Pero si para sobrevivir tienes que ser deshonesto, eso es terrible.
-¿El Papa puede hacer más de lo que ha hecho?
-Conozco al Papa, somos amigos, pero no es bueno que el país espere un milagro desde fuera. Así como no es bueno que la sociedad civil diga “a ver quién es el Capriles o el Borges que me va a resolver”. Es toda la sociedad la que debe actuar. En enero del año pasado para el gobierno era mucho más fácil intentar un cambio. Ahora es una tragedia espantosa. Eso de ganar tiempo… no, están perdiendo el tiempo. El tiempo juega en contra.
-¿El tiempo está jugando en contra del gobierno?
-El tiempo está jugando muy en contra del gobierno. Se equivocan cuando dicen que están ganando tiempo. El gobierno está perdiendo tiempo.

Esquiando en Miraflores


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Fotografía de M.Sc.

Lo más sorprendente y revelador del caso de Adrián Solano es su actitud. El problema no es que no sepa esquiar sino que le parezca natural presentarse en un campeonato mundial de esquí sin saber esquiar. Lo extraordinario es que le parezca normal viajar a Finlandia, tratar de esquiar sobre una pista de 10 kilómetros, sin haber tenido la más mínima preparación para hacerlo. Esto fue lo que escribió Adrián Solano en su cuenta de Instagram: “aunque no conocía la nieve y no tuve la oportunidad de entrenar, aquí estoy dando lo mejor”. Es una expresión perfecta de la certeza nacional que se empeña en afirmar que la improvisación es un método.
No es una novedad que las autoridades francesas se comporten como se comportan la mayoría de los funcionarios de migración en el planeta. Donald Trump no es una invención propia. Es un síntoma de un tiempo lleno de mudanzas, miedos y resentimientos. Tampoco es una novedad que hayan actuado con racismo y sarcasmo, que hayan sospechado de alguien porque les parece un pobre proveniente de latinoamérica.  Más  desconcertante es la respuesta de la Canciller venezolana. Desde la épica del twitter, Delcy Rodríguez escribió que –siguiendo instrucción del Presidente Maduro– presentaría una “fuerte protesta” por “afrenta” contra el “deportista”. ¿A cuántos venezolanos les ocurre diariamente lo mismo en cualquier aeropuerto del mundo?  ¿Por qué a Rodríguez le parece tan especial y diferente este caso?
En un segundo mensaje, además, siempre desde la trinchera de las redes sociales, la Canciller añadió: “Es absolutamente inadmisible las ofensas contra el gentilicio venezolano, producto de las campañas de desprestigio de la oposición violenta” (SIC).  La conclusión es: Rodríguez protesta contra el embajador de Francia pero, en rigor, según ella misma sostiene, debería protestar contra la MUD, porque la culpa de la detención del esquiador que no sabe esquiar la tiene la oposición.  Es tan absurdo que incluso cuesta ordenarlo en unas frases. La lógica del oficialismo impide pensar.
Quizás, lo que realmente ocurre es que Solano nos recuerda a todos lo que está pasando en el país. Solano nos desnuda en medio del frío. Nos expone ante las cámaras del mundo. No hay mayores diferencias entre lo que hace Adrián Solano y lo que hace el Presidente de la República. Con cualquiera de las acciones o declaraciones de Nicolás Maduro, en los últimos 3 años, se puede armar también un video tan divertido como patético, tan insólito como trágico. Basta recordar lo que ha dicho y hecho con los poderes especiales que se le dieron para enfrentar y derrotar la supuesta guerra económica. El único sentido de eficacia que conoce Maduro es la creación de Estado Mayores. Antes cualquier crisis, su respuesta es la misma: constituye una nueva instancia, casi siempre militar, para que ella se haga cargo de la crisis.  No ha podido solucionar nada. Ni siquiera le ha salido bien el estridente cambio de billetes. Ha ido delegando todo y, finalmente, al menos ante el público, ha quedado reducido a la representación. Maduro no ejerce el poder, solo lo representa. Sale al escenario cuando le toca y repite lo que dice el libreto. Está ahí para ocultar algo. Por eso promociona el liqui liqui y obvia la inflación o la escasez. Por eso el presupuesto del 2017 –aprobado de espaldas al país- asigna más dinero a la propaganda que a los servicios de agua y de luz. Por eso habla de salsa y no menciona que los quirófanos del Hospital oncológico Luis Razetti llevan un mes cerrados.
Pero incluso, a la hora del espectáculo, Maduro también patina, resbala, se tropieza, hace el ridículo. Esta semana, tratando de burlarse de Julio Borges, terminó burlándose del dolor de la población, de la tragedia de un grupo de venezolanos que murieron por comer yuca amarga.  Intenta un chiste y no le sale una morisqueta sino una vulgaridad, una ofensa indignante.  También tiene serios problemas de coherencia argumental.  Lo ocurrido esta semana con Rajoy puede ser un buen ejemplo. Durante estos 3 años, Maduro no ha hecho otra cosa que insultar al primer mandatario español. Entre otras nimiedades, le ha dicho “basura”, “corrupto”, “racista”, “colonialista”, “sicario”, “vende patrias”… El pasado 17 de febrero se refirió a él como “bandido” y “protector de delincuentes y asesinos”.  Sin embargo, hace 3 días, con naturalidad, simpatía y completa seriedad, mandó un saludo y dijo “espero estar pronto en España con mi amigo Mariano Rajoy”. ¿En cuál Nicolás Maduro hay que creer? ¿Cuál de todas sus representaciones hay que tomarse en serio?
Lo más sorprendente y revelador del caso de Adrián Solano es su parecido con el caso de Nicolás Maduro. Haz la prueba. Métete en youtube, pon el video de la pista de esquí de Finlandia. Coloca la cara de Nicolás sobre el cuerpo de Solano. Míralo bien, ahí, con su uniforme anaranjado, trastabillando sobre la nieve. Ni esquía, ni camina, no avanza. Es un peligro para los demás. Pero sonríe. Orgulloso. También puedes hacer el ejercicio al revés. Toma cualquier video de Nicolás y coloca la cabeza Solano sobre el liqui liqui de turno. También funciona. Ahí está Solano, sonriendo junto a Cilia. Ahí está Maduro vuelto un ocho con sus chapaletas de madera. Los dos se confunden, son iguales. Ambos miran a cámara. Nos miran. Sonríen, como diciéndonos “No sé nada de esto pero le estoy poniendo corazón. Estoy cagándola pero estoy feliz. Estoy dando lo mejor”. Es el mismo chapoteo sobre el precipicio. Solano solo es un espejo.  Nicolás Maduro está esquiando en  Miraflores.

domingo, 26 de febrero de 2017

El 68 que nunca existió

FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR

ABC

El 68 que nunca existió

Hay fechas que adquieren una solemnidad merecida, porque en ellas el tiempo cobra pulso significativo. Ciertos años alcanzan la envergadura de todo un ciclo que se abre o cierra con una cifra que deja de ser apunte cronológico administrativo para lograr la altura de una inmensa perspectiva. Son una voz donde se pronuncia la conciencia histórica. Una idea hecha palabra, más que un número de referencia. Contienen el valor de una imagen representativa, como si el destino hubiera golpeado un instante del mundo y lo hubiera llamado por su nombre. Son los años que poseen una entidad fundacional que los distingue de sus silenciosos compañeros. Albergan todo el aliento de la tradición y la inquietud del espíritu regenerado de los hombres, coincidiendo en ese punto crucial en que parece agonizar una cultura mientras sus cenizas dan vida y pormenor a la continuidad esencial de nuestra forma de vivir. Son los que nos muestran la diferencia entre la impasible factura de los hechos y el tono grave de los acontecimientos. A veces invocan un recuerdo de tinieblas, cuando la humanidad se detuvo, temblando y aterida, horrorizada ante su posibilidad de hacer el mal. En otras ocasiones suenan en la memoria con la alegre dignidad de la que nuestra civilización ha sido capaz, al incorporarse sobre la mugre moral, la ignorancia y la cólera que tantas veces confundieron los desafíos del instinto romántico con la virtud de la razón.
Resulta difícil comprender por qué motivo el año 1968 posee un prestigio que debería ser depuesto, una reputación que habría de degradarse. ¿Alguien puede aún tomarse en serio la estúpida arrogancia de quienes vivieron aquella revuelta llamándola «el 68», así, sin apellido secular, con el sentido reverencial con el que Occidente entero habla del 89 o del 14, y los españoles nos referimos al 98 o al 36? Asistimos, es cierto, a algunos de los procesos con los que se ha determinado la naturaleza de nuestro tiempo: la exasperación de la guerra de Vietnam, el asesinato de Robert Kennedy y Martin Luther King, la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia. Pero lo que desea recordarse es una trampa seductora, una divinización farsante de la rebeldía y el inconformismo, la pizca de barbarie y el gramo de salvajismo que unos pedantes se permitieron bajo la custodia de una sociedad satisfecha, la cuota de violencia que unos indeseables ejercieron y justificaron bajo la protección de una paz tan difícilmente construida tras las tentaciones totalitarias y el horror de la segunda guerra mundial.

Barricadas

Cuando algunos celebraban el vigésimo aniversario de las barricadas parisinas, dos intelectuales del más inteligente liberalismo francés, Luc Ferry y Alain Renaut, publicaron «El pensamiento del 68», un texto despiadado que abría en canal las raíces de lo que ellos llamaron «el antihumanismo contemporáneo». Porque de eso se había tratado: de la irrupción del individualismo vitalista de Nietzsche, del pesimismo nihilista de Heidegger, de la revisión pseudoliberadora de Freud y de los estropicios en lo mejor de Marx, a manos de Althusser y Bourdieu. Este análisis era, sin embargo, demasiado generoso con lo que había ocurrido, dotándolo de una altura ideológica de la que careció aquella pretendida insurrección moral. Pasolini, el lúcido y el sentimental, el atento lector de la cultura íntima del pueblo italiano, fue mucho menos respetuoso, y se limitó a insultar a quienes se habían mantenido en el filo estético de una navaja de provocaciones contra la sobriedad y el reformismo de la clase obrera.
Poco llegó hasta España de aquella tormenta vacía, porque nosotros estábamos tratando de recuperar la trama entera de nuestros recursos de convivencia en el fondo en penumbra de una sociedad cautiva de sus malos recuerdos colectivos. Aquellos estudiantes parisinos podían permitirse olvidar cuánto había costado levantar las instituciones contra las que lanzaban sus improperios. Aquellos arrogantes universitarios podían despreciar la democracia y el bienestar, la libertad y la cultura, porque nunca habían conocido la pobreza, el miedo a perderlo todo, las jornadas interminables de trabajo o el abandono escolar forzado por la necesidad. Podían burlarse de una burguesía sobre cuyos valores se había levantado una civilización respetuosa con las aspiraciones del hombre.

Enseñanza universal

Podían los revoltosos renegar de la autoridad en las aulas, sobre la que se había edificado la transmisión y la custodia del saber de veinte siglos. Incluso podían entregarse a la pintoresca exaltación de las dictaduras orientales, como si desde un lejano país llegara el acta de defunción de nuestra vigencia histórica y el certificado de la insolvencia de las tradiciones occidentales. Decían alzarse contra la alienación y la sociedad de consumo, pero carecieron de la talla y el carácter de los trabajadores que lucharon por la implantación de la enseñanza universal y el disfrute de un ocio merecido. Insultaron a los obreros que habían apoyado pactos sociales y defendido el sistema parlamentario, pero nunca tuvieron la inteligencia política, el sentido común y la conciencia de clase que precisa el reformismo.
España apenas experimentó las penalidades éticas de aquel año en que tantos quisieron vivir peligrosamente, con el riesgo calculado de los parques temáticos. Aquí envidiábamos el progreso material de las naciones avanzadas. Vivíamos con la ansiedad de ese saber común de las tierras de Occidente, que hablaba del respeto al hombre , de la dignidad del individuo y de los principios constitucionales. Creíamos en los denostados valores de una civilización que los había recuperado, tras andar a tientas en la oscuridad del temprano siglo XX. Estábamos demasiado acostumbrados a la retórica hueca de las consignas, a las fantasías vanas de las revoluciones incompletas, a la veneración despreciable de la violencia, a la superioridad moral de la pasajera circunstancia de ser joven y al culto ciego de la intransigencia confundida con la rectitud. Luchábamos por cosas más sensatas, aunque tuvieran ese aspecto modesto con que la democracia camina dando forma a nuestra idea de libertad y a nuestro concepto de la historia.
LA SONRISA DEL REMENDÓN

RAUL FUENTES

EL NACIONAL

Se asoma nuevamente a la escena nacional el fantasma del diálogo; corporizado en un pícaro Zapatero se materializa o desvanece a petición del gobierno bolivarista –¿cuánto habrá para eso?–, aunque su inefable sonrisa, cual si fuese la del Gato de Cheshire, permanece flotando en el aire –«Muchas veces he visto un gato sin sonrisa... pero ¡una sonrisa sin gato!» (Alicia en el país de las maravillas)–, enrareciendo nuestra opresiva atmósfera política, nada bueno presagia; sobre todo porque su reaparición ocurre cuando la MUD ensaya una reestructuración forzada por el fiasco del tira y encoge al que su directorio, pastoreado por Bergoglio, se sumó, precipitadamente y sin consenso, pensando en el qué dirán y no en el costo político de un arrejunte del que salió con las tablas en la cabeza (hay encuestas que precisan en inquietantes cifras la merma de su credibilidad); y si bien hay otros espíritus burlones y malignos a tener en cuenta, urge preparar ensalmos para el ¡va de retro ZP!
Las travesuras de Mr. Bean no deberían interferir con el proceso de reorganización emprendido por la que, a pesar de los tropezones contabilizados y magnificados, ¿maliciosamente?, por sus detractores, ha sido, hasta el presente, la mejor apuesta contra la ineptocracia roja. Sin embargo, no deja de preocupar la intención de reunirse con él, expresada por algún tírame algo al que la unidad importa un carajo y usurpa la representación opositora, para ver qué pesca en las turbulentas aguas del contubernio.
Hemos leído y escuchado diversos pareceres sobre la renovación unitaria; casi todos motivados por el desconcierto  de quien confía en obtener mucho y recibe menos de lo que esperaba, sin que medien explicaciones. Más de un acalorado crítico reprocha a los partidos de la concertación la delegación de responsabilidades en gente que no conoce y el haber adoptado, en reemplazo de la secretaría ejecutiva, una dirección colegiada. La reacción es desmedida, entre otras cosas, porque obvia que a principios de 2016, el presidente de la Asamblea Nacional profetizó, en términos apocalípticos, el derrumbe de Maduro. Y ya vimos qué fue lo que se derrumbó.
Pensando en los alegatos (que presumimos de buena fe) de los que, interpretando a su aire las declaraciones de sus voceros, imaginaban una transformación que trascendiera su originaria condición de alianza electoral, me vino a la memoria una aguda salida de Mariano Picón Salas –que contada por Adriano González León sustenta la defensa de la «literatura oral» que propició mientras imperó la elocuencia discursiva en la República del Este–, a propósito de las expectativas generadas por su autor, respetado académico, diplomático e historiador que ocupó altos cargos en la administración pública, en torno a la publicación varias veces postergada de un libro sobre el Libertador; cuando por fin el texto llegó a manos de los lectores, sentenció el ilustre merideño: «Nos prometió un Bolívar, pero nos entregó un mediecito». No pienso ni por asomo que este sea el caso de la MUD, porque el nuevo equipo, al que debemos otorgar el beneficio de la duda, está integrado por luchadores y activistas de dilatada experiencia, aunque de bajo perfil; no son improvisados ni tampoco desconocidos. No son nuevos: es novedad esa secretaría compartida orientada a ampliar y diversificar sus bases de sustentación y a garantizar mayor participación de la sociedad civil en el diseño de sus estrategias; no obstante, la pluralización de la vocería podría obstaculizar la comunicación con el ciudadano. Ya veremos.
No es la negociación (impuesta por quienes encienden velas en un quimérico entierro de la opción democrática) solitaria alma en pena que se manifiesta apelando a la jerarquía o reputación del mediador –lo cual no pasa de ser una falacia del tipo argumentum ad verecundiam o magister dixit–; no, también espanta el espectro de la división que hace ¡bu!, tanto a los que procuran un cambio en el marco de la Constitución, cuanto a quienes se precipitan hacia la salida de emergencia y no vacilarían en pactar con el diablo, si es necesario, para sacudirse de Nicolás & Co., sin calibrar las consecuencias de tan ominoso contrato. Hay antecedentes que después fueron reconocidos como soberbias meteduras de pata. Así, Miguel Otero Silva admitió que los tratos de él y sus compañeros de generación con el (y que) general Urbina para intentar derrocar a Gómez, fueron producto de la desesperación. Lo malo de reunirse con impresentables es que el enemigo saca partido propagandístico de talles encompinchamientos. Por eso Iris Varela –que se retrató en pose de rascabuche con delincuentes como el Conejo y Wilmito– se cree moralmente autorizada para tildar de «arrastrada» a Lilian Tintori, y lo mismo piensa de sí el jefecillo cuando tacha de «traidores a la patria» a los parlamentarios que se han reunido con sus pares latinoamericanos.
Que los fantasmas acechen a la disidencia no deja de tener sentido en un país presidido por el ectoplasma de un difunto paracaidista condenado a penar eternamente por sus legatarios, oportunistas que sobreviven gracias al muerto y se niegan a sepultarle a objeto de exhibirlo como fenómeno de circo. Intuyen que de ese modo mantienen vivas las esperanzas de un pueblo que muere de mengua y es nazicarnetizado para que contribuya a prolongar –¿indefinidamente?– la agonía civil y el éxtasis militar de esta ordinaria dictadura que acabó hasta con el queso que había en la mesa. Una dictadura acorralada por demonios que hablan inglés Drug Enforcement Administration [DEA], Office of Foreign Assets Control [OFAC] del U. S. Department of the Tresaury) y han puesto en salsa, para cocinarlo en pailas judiciales, a uno de sus más poderosos capitostes, el nominalmente segundo al mando, Tareck Zaidan el Aissami Maddah, Executive Vice PresidentBolivarian Republic of Venezuela (aparece de esta guisa al pie de un aviso en The New York Times, cuyo costo se calcula en unos 600 millones de devaluados cocos bolivarianos), a quien por olvidadizo deberían llamar El Alzhéimer.
Fantasmas y demonios se alistan para lo que, a menos que prive la sensatez (escasa como los alimentos y las medicinas), será un auténtico Armagedón. Mientras tanto, sigue flotando en el aire la siniestra sonrisa –¿mueca?– del minino remendón que acaso vino, tal lo sugirió Henrique Capriles, a lavar la cara del vicenico para que el nuestro siga siendo el país de las maravillas.
USTED DIRÁ DÓNDE ESTAMOS

LUIS VICENTE LEÓN

EL UNIVERSAL

La salida pacífica y electoral de un gobierno depende de dos variables centrales. 1) El costo de salida y 2) el costo de evitar una elección que perdería. En una democracia convencional, se produce la relación perfecta para el cambio. Por una parte, la potencial salida del gobierno tiene costos relativamente bajos. Por supuesto que perder el poder es un drama, pero en el sistema democrático ese costo es acotado. El gobierno puede salir, pero no significa que el partido y el líder pierden todo, incluyendo la posibilidad de volver.
La democracia institucional garantiza la separación de poderes, por lo que una derrota presidencial no significa que el partido saliente deje de tener representantes en el Parlamento. Los magistrados no terminan su función porque un presidente sale del poder, ni se cambian los miembros de la mayoría de las instituciones hasta que no se venzan sus períodos. En democracia, el cambio del Ejecutivo suele ser “soft”. La idea del nuevo gobierno es gobernar y ejecutar sus propuestas, pasando rápidamente la página sobre el pasado. Por supuesto que pueden haber eventos específicos contra el gobierno o el líder previo si se descubren o suponen malos manejos y corrupción, pero todo pasa por el tamiz institucional del país, que se supone serio e insesgado. En la mayoría de los casos, los cambios electorales de gobierno no abren una batalla sino que más bien la cierran y las posibilidades de regreso futuro del partido y líderes salientes es posible y hasta elevada. Los costos de salida entonces son bajos y controlados, por lo que los estímulos para hacer “lo que sea” para bloquear las elecciones son casi despreciables. Por otra parte, en un sistema democrático, el costo de evitar la elección y bloquear los cambios naturales deseados por el pueblo suelen ser infinitos. Primero porque conceptualmente la elección es un elemento inherente a la democracia y evitar la elección es romper el sistema y abrir una caja de Pandora, empezando por la posición militar que suele ser institucionalista. El bloqueo electoral es inconsistente con la democracia. Las instituciones de poder y la población se convierten en una barrera para el bloqueo. En este sistema, la realidad se ubica en el cuadrante perfecto: bajos costos de salida y alto costo de bloqueo, lo que dificulta que el gobierno intente quedarse a la fuerza.
Pero, ¿qué pasa si el sistema político no es una democracia integral sino un gobierno concentrador de poder y autoritario? La cosa se complica. Mientras más control tiene el gobierno y más acostumbrado está a mandar y hacer lo que quiera, sin balances de poder ni contrapesos, el costo de su salida se eleva at infinitum. No se trata sólo del poder que pierde, que ya es suficientemente grande para estimular sus acciones radicales de protección. Se trata también de que sus acciones presentes representan una amenaza futura a su libertad, su integridad personal y su patrimonio, a menos que su salida segura esté garantizada por una negociación, que sólo ocurre si no le queda más remedio.
Si en adición, el adversario de ese gobierno es estructuralmente débil, fracturado, desarticulado, desarmado y sin liderazgos sólidos y el gobierno logra una relación utilitaria con el sector armado del país, el costo de bloquear salidas electorales, e incluso el costo de reprimir,  es bajo y provocativo. Entonces la realidad se ubica en el cuadrante perverso: altos costos de salida, que convierten al gobierno en un ejército de kamikazes, y bajo costo de bloqueo a la salida pacífica, que estimula a que use la fuerza institucional para evitar toda elección que no pueda ganar, controlar o manipular. Usted dirá dónde estamos.
¡VIVA TRUMP, ABAJO ZAPATERO!


Carlos Raul Hernandez

EL UNIVERSAL

Hay una campaña sucia y sistemática contra Henri Falcón, Manuel Rosales y  cualquier conato de racionalidad en las decisiones opositoras. Se sabe quiénes la desarrollan, no con la cabeza, sino con cuidada sea la parte. Es tragedia y comedia al mismo tiempo, porque en vez de resetearse y emprender el único camino, la elección de gobernadores, la oposición se volcó sobre sí misma y un sector se dedica a devorar a otro. Las gallinas jefes del canibalismo se esconden. Si un gran filósofo italiano decía que la política era “bestial y humana”, de lo rastrero y lo sublime, hay quienes solo hacen lo primero. Un pequeño sector rabioso –y unos que no lo eran, ahora colonizados por él– hacen lo que quieren, violentan los acuerdos, desacreditan a los demás, mientras las víctimas fingen no darse por aludidas. Han dicho N veces que hay revolución y no Estado de Derecho, pero se enredan en sus propias definiciones.
Están confundidos en algo tan grave como que un preso político aquí no es un procesado por la Ley, inviolable, y está a expensas de la arbitrariedad, cosa que deberían saber bien. Por esa contradicción, el resultado de las operaciones para la libertad de Leopoldo López es catastrófico, aunque en la neolengua alguien podría decir que fue un gran éxito frustrado (como el RR). En otros lugares de circunstancias parecidas la defensa de un preso político la hacían grupos de Derechos Humanos y abogados independientes que intentaban deslindarlo del conflicto con discursos legal-humanitarios, porque hay que ser demasiado menso para presidir la campaña con la consigna de “gobierno cobarde: suéltalo para que nuestro líder acabe contigo”. Y sin el instinto de conservación de una iguana, surge la genialidad de grandes estadistas: la reunión con Donald Trump
 
Populacho elegante
La respuesta del régimen fue aplastante, obvia y cruel. Como lo dice la señora Tintori naturalmente atribulada “se vengaron en Leopoldo de mi reunión con Trump”. Su status judicial anterior era una pequeña puerta abierta para la negociación, pero ahora ceteris paribus no podrá ser candidato a ningún cargo público, ni siquiera si lo indultan. Y los responsables políticos directos quieren esconder su torpeza con la única habilidad que poseen: hacer que el populacho elegante trasmita por Twitter su condición infrahumana y su purulencia moral. Arendt decía que el populacho estaba formado por gente sin escrúpulos ni ética, dispuesta a cualquier bajeza, –más allá de su status social– y así pudimos ver licenciados (Salamanca sin natura) y damas de utilería escupir montones de ratas muertas y hablar como en los lenocinios de Manila. Los “líderes” y sus secuaces 2.0 merecen un concierto de trompetillas.
Cualquier iguana podía prever que se cobrarían con el preso desvalido. Cada vez que los Tupamaros hacían sus acrobacias propagandísticas, los carceleros metían a Pepe Mujica, su jefe, en un pozo de ocho metros de profundidad, hasta que el partido entendió el mensaje, –gracias a eso pudo ser Presidente– cosa que en tres años no descifraron aquí. Nadie genera más rechazo en el mundo que Trump, incluso en Estados Unidos donde perdió la medición electoral por tres millones de votos. Su diferencia con los revolucionarios de por aquí, es que allá existen instituciones hasta ahora invulnerables. Pero si la Corte de Estados Unidos estuviera en manos de pescados como los criollos cuando comenzó la revolución, ya los gringos estarían sometidos. Donald, nuevo padrino de algunos opositores venezolanos, arremete contra medios de comunicación, latinos, mexicanos, artistas, intelectuales, mujeres, homosexuales.
 
Mi Donald
Alma gemela separada al nacer de Chávez y Maduro, amenaza los que no sean WASP, y se necesita vivir en Saturno para ofrecerle el padrinazgo de la democracia en Venezuela a un atropellador de derechos, un peligro universal. A una mente humana normal le cuesta digerir cómo es que pasa la prueba de integridad reunirse con él, pero reprueba hablar con Zapatero, Torrijos, Fernández y hasta con el Papa. Podía pensarse que las diferencias en la oposición obedecían a tácticas aunque se buscaban los mismos fines con diferentes medios. Las reacciones hacen temer que se forme una oposición identificada con Trump, el Senador Rubio y los del Tea Party por ahí andan los chicos del Ku-Klux- Klan y tal vez, por salir de Maduro, algunos quieran a Videla o Viola. Eso sitúa el futuro entre Caribdis y Escila dos atrocidades que pueden tragarnos, y hay que pasar entre los dos.
Debe surgir un bloque político consistente que opaque la semiología del trumpismo criollo de las redes, violenta, soez, ruin, que compone, con los bolivarianos, las dos caras de la misma moneda revolucionaria. Esencial que las fuerzas democráticas conserven la fisonomía centrista que han tenido desde 2006 hasta ahora, y que les permitió superar el aislamiento internacional. En los comienzos de esta ya  larga lucha por la democracia, en los primeros años cuando el radicalismo controlaba la oposición, las burradas hicieron que la opinión pública mundial asumiera que eran unos golpistas de derecha que derrocarían a un demócrata moreno porque les arrebataba los privilegios y deshacía sus injusticias. Hay que tener cuidado en volver a trasmitir esa impresión de sifrinismo, malderrabia, o simpatía por el diablo.
@CarlosRaulHer

Aissamigate


Pareciera que sayyid Tarek poco aprendió de Chávez. A éste, de encontrarse en el brete de aquél, no se le hubiese ocurrido publicar una carta como la que, dirigida al secretario del Tesoro de los Estados Unidos de América y con la firma y cargo de su valido, mandó a publicar (seguramente) el gobierno padrino madurista en el The New York Times.
Hugo Rafael habría despachado el asunto en un Aló presidente confianzuda y procazmente: “Steven,  chico,  tú crees que el pueblo va creerte semejante embuste… anda a lavarte tú sabes qué” o algo parecido. El vice Nico no; y  habría que indagar los motivos que compelieron a la publicación de ese costoso reclamo en el prestigioso y muy imperialista medio neoyorquino y no en un periódico de Washington, que es donde se bate el cobre de la política norteamericana.
Probablemente fue aconsejado por la correveidile de la cancillería con el argumento de que en la Gran Manzana tiene asiento la ONU, y allí sería leído por diplomáticos del orbe entero el aviso full page con las razones y sin razones del visir a fin de refutar las acusaciones de la administración Trump para considerarle –y esto sí hay que escribirlo en mayúsculas, bastardillas y entrecomillado– “Narcotraficante Especialmente Designado”.
Hemos sugerido que la publicación del malhadado aviso fue ordenada, al igual que su financiación, ¡claro que sí!, por la camarilla gubernamental, ya que, dada la gravedad de las acusaciones que pesan sobre su visir, éste no podría contratar con una empresa estadounidense. De hacerlo, The New York Times Company  infringiría la prohibición implícita en las sanciones impuestas desde ya por la Oficina de Control de Activos Extranjeros –Office Foreing Assets Control– al jeque y a quien señalan como su socio, Samark José López Bello.
En un país serio, el nuestro dejó de serlo cuando los narco forajidos se hicieron del poder y de la hacienda pública (y, aunque aflija, debemos admitir que acierta el primer mandatario argentino, Mauricio Macri, al afirmar que “Venezuela no es una República”), tan espinoso asunto habría comenzado a tratarse, como medida preventiva, con la renuncia o destitución del indiciado, no con su defensa a ultranza, apelando a la solidaridad automática que hace cómplice del delito a quien niega su comisión sin atender a los alegatos de la acusación.
Entonces, y esta es la gran pregunta, ¿por qué esa Public Letter to the Department of Treasury of the United Satates of America? Pues, cual piensa el común, cuando explican, complican; y el que se pica es porque ají come.
¿Exige un desagravio Tareck para quedar bien con quién? ¿Con sus familiares, amigos, relacionados y otros dolientes? Con  sus  empleadores no será. Y aquí cabe otra interrogante: ¿vino Rodríguez Zapatero a desenredar la maraña de conjeturas e imputaciones que cuestionan la probidad del, al menos en el papel, segundo a bordo y que lo vinculan supuestamente al narcotráfico y el terrorismo internacionales?
Pero, el Aissamigate no se olvidará fácilmente, y si se ve como una raya más en la atigrada piel del régimen, no lograrán lavarla con el (des) prestigiado jabón del diálogo.

Nosotros y el mundo


En los análisis de la tragedia venezolana rara vez aparecen ciertas características que la conforman y que son propias de la humanidad de estos tiempos, al menos de una buena parte de ella. Se ha repetido hasta la saciedad que vivimos una época de extremado individualismo y, la otra cara de la moneda, de debilitamiento de las ideas, causas y agrupaciones colectivas. Eso que ha solido llamarse posmodernidad, cultura que habría emergido en la segunda mitad del siglo pasado, solía caracterizarse por la pérdida de los grandes idearios que habrían unificado y otorgado sentido a la gesta de la especie, grandes relatos los llamó Jean François Lyotard, uno de sus progenitores. El marxismo, el desarrollo económico y tecnológico capitalista, el imperio ilustrado de la razón y la libertad, el cristianismo tardío… trataron contemporáneamente de marcarle un norte a la empresa humana y todos ellos fracasaron, no quedando otra cosa que fragmentos tecnocientíficos aislados que se miden mayormente por el éxito inmediato y mercantil. Sea adecuada o no, la conceptuación sí apunta a un fenómeno innegable, el individualismo extremado, la minusvalía del humanismo y los valores universales.
No es extraño, pues, que la política conduzca a menudo hoy o a un olvido despectivo o a populismos perversos que emergen en las situaciones críticas, fórmulas mágicas e ineptas para solucionarlas. Rostros de la antipolítica. Como tampoco lo es que la idea de nación pareciera disolverse en un mundo globalizado y, también, otra paradoja, que sea sustituida por fanatismos localistas o religiosos que tienden a limitar los desmanes que acarrea la instalación de un mundo unificado, básicamente por la transnacionalización económica. De manera que cuando localmente nos quejamos de la fragilidad de nuestros partidos políticos o de la insensibilidad ética migratoria o de una muy cierta dificultad para emprender acciones capaces de demoler un gobierno con muy escaso apoyo popular, estamos aludiendo a esos generalizados rasgos de la época. Lo cual, por supuesto, no anula que haya aquí y ahora factores muy específicos e irrepetibles que lo concretan. Esto último con especial énfasis en un acontecimiento histórico que se produce a contracorriente de lo que sucede en el orbe. Nunca, en tal sentido, hay que dejar de recordar que el país intentó instalar algo que quería parecerse al socialismo justo en el momento en que este se derrumba en el mundo entero. Y que buena parte del desastre, la mezcla de política y toda forma de delincuencia y la locura en que ha terminado el siniestro experimento mucho tienen que ver con esa irresponsable elección, que debería asombrar a estudiosos de la política y la historia. En otra ocasión, por el contrario, incluso nos atrevimos a decir que era posible pensar que el prolongado e intenso sufrimiento a que ha sido sometido el país haya reactivado sentimientos de solidaridad y de búsqueda de una fraternidad liberadora. La historia es así de confusa.
Pero así y todo muchas de nuestras actitudes en estos interminables años son, sin duda, reflejo de un mundo descreído y egotista, ensimismado y hedonista que busca el confort y se hace disfuncional cuando no cunde el bienestar anhelado. No deberíamos olvidarlo a la hora de los balances.
El gobierno suele repetir torpemente que la oposición no tiene un proyecto. Si por tal se afirmase, el gobierno casi nunca sabe lo que dice, que no hay una perspectiva globalizante con visos utópicos pues sería verdad. Solo se aspira a paz, normalidad económica, convivencia política. No es poca cosa. Sobre todo cuando se adversa un régimen despótico sin otro motivo que el ejercicio de un poder corrupto, de una mentalidad policial, de una ideología muerta y envilecida. Pero, en definitiva, es posible que nuestro estancamiento tenga bastante que ver con esa lucha entre esa perversidad criminal y esa anemia espiritual. Entre mucho mal y un horizonte diluido.

La porquería de 1913


La Constitución reformada al gusto de los golpistas para librarse de Cipriano Castro imponía la consulta electoral. Se debía elegir el próximo presidente de la república, en un ambiente de tranquilidad que controlaba Juan Vicente Gómez desde finales de 1908. Los nubarrones del castrismo no estorbaban la atmósfera. Los caudillos se juzgaban como escombros vivientes. Pocos se acordaban de los partidos del siglo XIX. Apenas un ruido que al principio no llamó a las preocupaciones insinuaba la posibilidad de sorpresas desagradables. Ezequiel Vivas, uno de los hombres más locuaces de Miraflores, había lanzado una consigna que podía anunciar incomodidades: ¡Gómez único! Pero los letrados y los políticos alejados del círculo montañés que se apuntalaba pensaron que aquello era pólvora mojada. Con tanta gente aguerrida, talentosa y decente, solo un insensato podía sugerir la jefatura exclusiva de un sujeto sin luces, la continuidad de un tonto que se había sostenido por obra del milagro durante cinco años. Veremos quiénes fueron los tontos de entonces.
En el entendido de que actuaba dentro de la más evidente normalidad, el ciudadano Rafael Arévalo González propuso la candidatura presidencial de Félix Montes, un abogado prestigioso y pacífico que jamás le había dado motivos al escándalo. Ignoraba Arévalo una noticia que lo dejó paralizado, antes de que fuera conducido a feroz cautiverio en La Rotunda, cargado de grillos: la novedad de una conspiración. El 17 de mayo de 1913, el gobierno anunció el descubrimiento de un movimiento armado que tenía el propósito de asesinar a Gómez para hacerse del poder. De acuerdo con las informaciones oficiales, bajo el influjo del coronel Román Delgado Chalbaud, hasta hacía poco socio del mandatario y director de una pujante empresa de navegación, se había desarrollado la felonía que obligaba a medidas extraordinarias. Agregaban los plumarios del régimen que lo acompañaba en el delito Leopoldo Baptista, personaje célebre, consejero de don Juan Vicente en la víspera y ahora tocado por el veneno de los iscariotes. Al frente del movimiento se encontraba un jefe temible que nunca había perdido una batalla y quien ahora afilaba el machete en Puerto Rico, Cipriano Castro, el “siempre vencedor jamás vencido”, información en la cual insistieron desde la casa de gobierno para que la sociedad calculara la magnitud de la convulsión que produciría un espantoso derramamiento de sangre. Gómez dijo que el tiempo no estaba para votaciones, suspendió las garantías constitucionales, encargó de la jefatura del Estado a un intelectual dócil, José Gil Fortoul, y se puso en campaña con un ejército de 5.500 hombres. Su cometido era la salvación de la patria.
Los ojos de entonces vieron el desfile de la formidable tropa, pero los oídos no se turbaron por el ruido de los disparos. No sonaron las balas porque no había enemigo. “Yo no puedo estar laborando en una guerra que no existe”, escribió Baptista desde el exilio. Cipriano Castro se enteró de los acontecimientos por el periódico de Santurce. Apenas se desarrollaron precarios movimientos de alzados en Guayana y en la frontera del Táchira, que desaparecieron en una primera escaramuza; e inició una heroica acción de guerrillas Horacio Ducharne, quien peleaba a solas en las montañas de Maturín. Para que la maniobra tuviera credibilidad, factores del gobierno, por intermedio del general León Jurado, propusieron a unos comités ciprianistas de las Antillas que se lanzaran a la lucha con su apoyo. Cayeron en la celada, y sus capitanes fueron capturados por el convidante cuando estaban en un hospedaje que les había facilitado. No hubo elecciones, desde luego, porque el patriotismo debía primero ocuparse de unos malvados. En abril de 1914, una Asamblea Nacional de Plenipotenciarios “en forma legal y solemne” entregó el poder a Victorino Márquez Bustillos, presidente provisional escogido por el héroe de una hazaña bélica que no tuvo lugar.
Escribo esta crónica porque estoy conmovido por la relectura de un libro mayor, las Memorias de un venezolano de la decadencia, que debemos a José Rafael Pocaterra. Me pareció útil volver con ustedes a las vicisitudes que tomé de sus páginas, pese a que, en sentido estricto, no se refieren a la decadencia de la actualidad.