¿Se está quedando solo Chávez?
Mauricio Vargas
El Tiempo, Bogotá
No puede ser casualidad. El jueves, el vicepresidente del Ecuador, Lenin Moreno,
declaró de manera categórica que su país no se dejará arrastrar por Hugo Chávez
a una guerra con Colombia. Horas después, el subsecretario de Estado adjunto
para Latinoamérica, Christopher McMullen, dijo en Washington que Ecuador ha
tomado medidas "impresionantes" contra las Farc en la frontera con Colombia.
Al día siguiente, en la asamblea de la Andi en Medellín, el presidente Álvaro
Uribe le pidió perdón a Ecuador por el bombardeo contra el campamento de
'Raúl Reyes', en marzo del 2008, gesto que el mandatario de ese país, Rafael
Correa, aceptó antes de anunciar que estaba dispuesto a abrir diálogos con
Bogotá para restablecer las relaciones.
Desde Caracas, Hugo Chávez debe de haber visto este cruce de señales con
inquietud. A él, que tantas veces ha alebrestado a Correa contra Uribe y
que en estos días agudizó su retórica belicista contra Colombia, no debe
ponerlo muy feliz que, además del acercamiento entre Quito y Bogotá,
Washington elogie las medidas anti-Farc de Correa, casi al mismo tiempo
que el propio Barack Obama le sopla un rapapolvo al coronel, acusándolo de
hacer populismo barato con su discurso antiyanqui.
No es claro aún a qué se deben estos tímidos coqueteos entre Colombia, Ecuador
y Estados Unidos, ni tampoco si van a durar. Pero, si se prolongan, quizás eso
se deba a que, según sostienen los expertos de la región, la economía del
vecino del sur se puede derrumbar muy feo y arrastrar a Correa en el alud,
si Washington no le da una buena mano con créditos y demás. Cualquier
conclusión es prematura, pero es interesante imaginar un escenario en el
que Obama se acerque a Correa mientras se endurece más y más con Chávez.
No sería ese el único signo de aislamiento del coronel, cuyo régimen se ha
venido quitando una a una sus caretas democráticas, para ganarse de lleno el
título de dictadura, con la persecución contra los medios, las golpizas de
sus adeptos más radicales a pacíficos manifestantes opositores y una ofensiva
contra la empresa privada, que amenaza con desbaratar lo que queda del aparato
productivo venezolano.
En el continente, muchos otros miran a Chávez como una peste contagiosa de
la que es mejor mantenerse alejado. Más allá de la torpeza de los militares
hondureños, que le quitó legitimidad a la defenestrada de Manuel Zelaya, lo
cierto es que ese aliado del coronel ya no gobierna al país centroamericano.
En Panamá, ganó la presidencia un líder antichavista. En Argentina, los
Kirchner, tan amigos de Chávez, perdieron las elecciones parlamentarias y
ya no tendrán mayorías en el Congreso. En Asunción, el parlamento paraguayo
rechazó la ley impulsada por el presidente Fernando Lugo para aprobar el tratado
de incorporación de Venezuela al Mercosur, algo que ya había sucedido el año pasado en Brasil.
Sólo Evo Morales se mantiene totalmente firme al lado de Chávez. La prueba es
que el coronel fracasó en su intento de imponer en Unasur una condena contra
Colombia por el asunto de las bases militares con presencia estadounidense. Uribe
y el canciller, Jaime Bermúdez, se movieron con habilidad antes de la cumbre de Unasur
en Quito, pero les ayudó que casi ningún gobierno de la región quiere caminarle al
fundamentalismo chavista. Es claro que la deriva cada vez más autoritaria y
guerrerista del coronel preocupa en Santiago, Brasilia, Buenos Aires, Montevideo
y Asunción, a más de Lima, donde Alan García nunca ha gustado de Chávez.
¿Se tratará sólo de un mal rato del mandatario venezolano? ¿O, por el contrario,
estaremos asistiendo al debilitamiento del liderazgo continental de Caracas, al
que Chávez le ha gastado tantos petrodólares? Aún es temprano para decirlo, pero hay
señales que apuntan hacia allá.
¿Se está quedando solo Chávez?
Mauricio Vargas
El Tiempo, Bogotá
No puede ser casualidad. El jueves, el vicepresidente del Ecuador, Lenin Moreno,
declaró de manera categórica que su país no se dejará arrastrar por Hugo Chávez
a una guerra con Colombia. Horas después, el subsecretario de Estado adjunto
para Latinoamérica, Christopher McMullen, dijo en Washington que Ecuador ha
tomado medidas "impresionantes" contra las Farc en la frontera con Colombia.
Al día siguiente, en la asamblea de
Uribe le pidió perdón a Ecuador por el bombardeo contra el campamento de
'Raúl Reyes', en marzo del 2008, gesto que el mandatario de ese país, Rafael
Correa, aceptó antes de anunciar que estaba dispuesto a abrir diálogos con
Bogotá para restablecer las relaciones.
Desde Caracas, Hugo Chávez debe de haber visto este cruce de señales con
inquietud. A él, que tantas veces ha alebrestado a Correa contra Uribe y
que en estos días agudizó su retórica belicista contra Colombia, no debe
ponerlo muy feliz que, además del acercamiento entre Quito y Bogotá,
Washington elogie las medidas anti-Farc de Correa, casi al mismo tiempo
que el propio Barack Obama le sopla un rapapolvo al coronel, acusándolo de
hacer populismo barato con su discurso antiyanqui.
No es claro aún a qué se deben estos tímidos coqueteos entre Colombia, Ecuador
y Estados Unidos, ni tampoco si van a durar. Pero, si se prolongan, quizás eso
se deba a que, según sostienen los expertos de la región, la economía del
vecino del sur se puede derrumbar muy feo y arrastrar a Correa en el alud,
si Washington no le da una buena mano con créditos y demás. Cualquier
conclusión es prematura, pero es interesante imaginar un escenario en el
que Obama se acerque a Correa mientras se endurece más y más con Chávez.
No sería ese el único signo de aislamiento del coronel, cuyo régimen se ha
venido quitando una a una sus caretas democráticas, para ganarse de lleno el
título de dictadura, con la persecución contra los medios, las golpizas de
sus adeptos más radicales a pacíficos manifestantes opositores y una ofensiva
contra la empresa privada, que amenaza con desbaratar lo que queda del aparato
productivo venezolano.
En el continente, muchos otros miran a Chávez como una peste contagiosa de
la que es mejor mantenerse alejado. Más allá de la torpeza de los militares
hondureños, que le quitó legitimidad a la defenestrada de Manuel Zelaya, lo
cierto es que ese aliado del coronel ya no gobierna al país centroamericano.
En Panamá, ganó la presidencia un líder antichavista. En Argentina, los
Kirchner, tan amigos de Chávez, perdieron las elecciones parlamentarias y
ya no tendrán mayorías en el Congreso. En Asunción, el parlamento paraguayo
rechazó la ley impulsada por el presidente Fernando Lugo para aprobar el tratado
de incorporación de Venezuela al Mercosur, algo que ya había sucedido el año pasado en Brasil.
Sólo Evo Morales se mantiene totalmente firme al lado de Chávez. La prueba es
que el coronel fracasó en su intento de imponer en Unasur una condena contra
Colombia por el asunto de las bases militares con presencia estadounidense. Uribe
y el canciller, Jaime Bermúdez, se movieron con habilidad antes de la cumbre de Unasur
en Quito, pero les ayudó que casi ningún gobierno de la región quiere caminarle al
fundamentalismo chavista. Es claro que la deriva cada vez más autoritaria y
guerrerista del coronel preocupa en Santiago, Brasilia, Buenos Aires, Montevideo
y Asunción, a más de Lima, donde Alan García nunca ha gustado de Chávez.
¿Se tratará sólo de un mal rato del mandatario venezolano? ¿O, por el contrario,
estaremos asistiendo al debilitamiento del liderazgo continental de Caracas, al
que Chávez le ha gastado tantos petrodólares? Aún es temprano para decirlo, pero hay
señales que apuntan hacia allá.
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