Cuando Hugo Chávez, en su mensaje anual a la Asamblea Nacional, vino con el discurso del diálogo, el respeto mutuo, la convivencia y hasta la cooperación, entre los dos grandes sectores políticos que hoy se disputan el favor de los venezolanos, el del oficialismo y el de la unidad democrática, se pusieron en marcha los engranajes habituados a interpretar las palabras los gestos del actual gobernante. La pregunta era la de siempre: ¿será verdad esta vez, o será una nueva repetición de ese acto teatral que tantas veces hemos visto? En busca de la respuesta se analizaron los posible motivos de ese aparente viraje, se estudiaron los gestos y las entonaciones de voz con los que fue emitido, las circunstancias específicas que lo rodearon y que quizás lo provocaron: el ambiente internacional, el descenso en las encuestas, la inflación. Pero la respuestas era tan esquiva como siempre. De resto, la unidad hizo lo que en tales casos procede: plantear que si esta vez es verdad, es fácil demostrarlo con acciones concretas y quedar a la espera de las demostraciones del caso. Lo cierto es que la incertidumbre fue breve. A los pocos días, el hombre mandaba a lavarse ese paltó a sus adversarios, y todo volvía a la "normalidad".
Pero aquel devanarse los sesos para dar con la correcta interpretación era una tontería. Si bien se mira, no había lugar para la duda. Chávez está forzado a ser "revolucionario", con todo lo que en su caso eso conlleva de confrontación y ruinosa intransigencia. La razón es muy sencilla: la "revolución" es su única justificación, su única excusa. Privado de ella, privado de ese disfraz sólo queda la triste desnudez de un pésimo presidente.
Por donde se le mire, lo que ha hecho y sigue haciendo Chávez es un inmenso disparate que el país está pagando muy caro, y se requerirán grandes esfuerzos nacionales para recuperarse de sus consecuencias. Su pretensión "revolucionaria" no tiene el menor sentido, y por eso siempre es necesario escribir la palabra entrecomillada. No hay teoría social aceptable dentro de la cual lo que ha pasado en este país pueda ser calificado como una revolución. Pero es el disfraz "revolucionario", la retórica "revolucionaria", la actitud "revolucionaria", las que tiene que seguir usando. Porque si no es en nombre de la palabra -la mera palabra y la correspondiente pose- "revolución", ¿ qué otra cosa, por el amor de Dios, podría servir de hoja de parra al inmenso daño que Chávez le ha infligido al país?
Todos recordamos el conocido cuento del rey desnudo. En ese relato todo el mundo sabía que el monarca estaba desnudo, pero nadie se atrevía a decírselo, hasta que llegó el niño aquel a decir la verdad que todos veían pero nadie decía. La situación de Chávez es diferente. El sí tiene puesto su disfraz. Muchos, cada vez más, saben que tales trapos no corresponden a nada y que debajo está la desnudez que hemos dicho, la desnudez de un pésimo gobernante, vestido de "revolucionario". Pero todavía hay bastante gente que se queda viendo el disfraz y Chávez no puede darse el lujo de quitárselo.
Es posible que, así como hasta que el niño pegó su grito de "el Rey está desnudo", el monarca creía estar vestido de riquísimas galas, Chávez crea que su disfraz de revolucionario no es tal, y piense que él en verdad está haciendo una revolución. Eso se lo dejamos a su conciencia y a sus creencias. Lo que sí no puede permitirse es despojarse del atuendo que lo cubre, porque lo que hay debajo es terrible.
Ninguna revolución, con o sin comillas, dialoga, convive, coopera, respeta. Puede que dé pasos tácticos. Los famosos "dos pasos adelante, un paso atrás". Pero eso es otra cosa. Cuando eso se hace, el revolucionario que por las circunstancias se ve forzado a hacerlo -Lenin, pongamos por caso- proclama abiertamente el carácter táctico y temporal del breve retroceso.
Esta vez no habrá ningún niño que grite "¡el Rey está desnudo!". Los lentes de tercera dimensión que mucha gente ha tenido puestos y que han hecho que tomaran por realidad lo que era un disfraz, han estado cayendo uno a uno, y entonces quedan al descubierto, visibles a la mirada liberada, los jirones de lo que parecía un imponente traje de revolucionario. Y debajo, la ruina de mil promesas incumplidas, de mil posibilidades perdidas, de mil esperanzas frustradas.
Pero no le pidamos a Chávez que se quite él mismo su disfraz. No puede. No puede dejar que se vea lo que hay debajo. Tiene que seguir siendo "revolucionario". Esa es su condena.
jueves, 27 de enero de 2011
La condena
DIEGO BAUTISTA URBANEJA | EL UNIVERSAL
27 de enero de 2011
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