Sumidos en el debate sobre cómo afrontar al Gobierno la oposición y sus críticos descuidan no sólo su capacidad de generar iniciativas propias, ahora que tienen presencia en el foro legislativo, sino de ir al fondo de las cosas. Así, ambos bandos, que están del mismo lado, debaten acerca de las formas de encarar el discurso del general Rangel en Ciudad Bolívar y el dilema se reduce a ir o no ir, cuando la cuestión está en el fondo de un tema crucial, cual es el papel de las Fuerzas Armadas en la lucha política.
Privado así de una explicación que vaya a la nuez del asunto, el país (incluyendo los uniformados) accede con mayor facilidad, a la tesis oficial según la cual la dirigencia opositora manifiesta un rechazo visceral y estructural hacia los militares, quienes serían desplazados y perseguidos en un Gobierno distinto al chavista, cuando en realidad esto no es así ni podrá serlo.
Pero la situación grave (y muy pocos dirigentes de oposición la asumen) porque por un lado se está creando un falso dilema a los uniformados: o se deciden a morir con este régimen o apoyan a la oposición en la misma tesitura, cuando en cualquier sistema democrático ellos, liberados de asumir posiciones políticas y mucho menos partidistas, sólo deben cuadrarse con su misión de hacer cumplir la Constitución, es decir, garantizar la existencia de un régimen democrático.
Es difícil el asunto porque esquemas tan básicos y universales como ese han sido sustituidos por una doctrina que convierte a las Fuerzas Armadas en garantes de un régimen personalista, justificado en una presunta doctrina nacionalista y justiciera, a cambio de una cuota de poder (y esto implica responsabilidad) y privilegios que no tendrían si no gobierna uno de los suyos.
Más allá de que la advertencia golpista de Rangel, (su "matrimonio" con el régimen llegaría hasta el desconocimiento de una derrota electoral), se pueda hacer realidad, lo cierto es que él se limitó a parafrasear una advertencia de Chávez, unos días antes de su famosa declaración de noviembre, quien además lo premió con un ascenso por reproducir su opinión. De modo que si se decidió hacer mutis en su caso, la bancada de oposición debió haber hecho lo mismo (y con más razón) cuando el Presidente acudió al legislativo para rendir cuentas el pasado 5 de enero.
Pero la amenaza de usar la fuerza para someter la disidencia demuestra no sólo la debilidad de un Gobierno que se vanagloriaba de su respaldo popular, sino la vuelta al país violento y rural donde se impone quien tiene el poder de las armas. Nos encontramos a unos cuantos centímetros de la barbarie y sobre todo porque los militares deben estar tan polarizados como los civiles. Sólo que, al final, terminan inclinándose por la mayoría.
martes, 22 de febrero de 2011
El falso dilema de los militares
ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
martes 22 de febrero de 2011
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