Si algo no se le puede negar a Chávez es su tenacidad a la hora de conducir un país hacia el pasado y si pudiera al continente todo y, de ser posible, al mundo entero. La travesía, fascinante por anacrónica y heroica por irrealizable, asume las formas de un trágico despropósito porque carece del atributo que marcó los desarrollos revolucionarios del pasado, cual es, marchar hacia lo desconocido en medio de una fe inquebrantable en el futuro.
La revolución bolchevique, por ejemplo, se presentaba como la gran aventura política que dotaría de sustancia, hueso y carne, a los postulados teóricos del marxismo. La idea de hacer trizas el viejo orden y levantar de la nada al hombre nuevo, liberado de todas las miserias, constituía un aliciente irresistible y el precio a pagar, en muerte y destrucción, resultaba poca cosa en relación con el objetivo de construir la sociedad perfecta. Ya Lenin se ocuparía de llenar los vacíos que la teoría marxista dejó pendientes y así se pusieron en práctica desarrollos presuntamente coyunturales como la dictadura del proletariado.
La gran estafa fue desmantelada luego de 73 años, decenas de millones de muertos y una dictadura del proletariado que se había prolongado bajo la forma de un sistema de dominación inédito (el totalitarismo) que produjo exactamente todo lo contrario de lo que proponía Marx. Quedaba confirmado que los milenarismos resultan un desastre cuando se intenta (y esto también era inédito) plasmarlos en la realidad y que la armonía total resulta una propuesta desatinada, máxime cuando se la quiere imponer a martillazo limpio.
Pues bien, ahora que el mundo ha comprendido, a un horrible precio, la tragedia de los socialismos reales y existe una suerte de acuerdo unánime de desecharlos porque la experiencia no deja lugar a dudas (al fracaso soviético se añaden otros más), viene un tozudo presuntuoso a revivir el muerto y, para colmo, en el marco de un sistema democrático que no ha logrado destruir por completo.
Ese origen democrático ha sido el gran freno que le ha impedido avanzar en su empeño de volver a un pasado imposible y por eso, luego de doce años de tira y encoge, el resultado es el de una sociedad fragmentada y enfrentada, una de cuyas porciones se resiste a aceptar imposiciones antinatura como el de convertir a los hombres en siervos del Estado privados de derechos y libertades.
La paradoja de todo esto es que una de las fuentes de inspiración de nuestro malogrado socialismo, en este caso la metrópolis de la cual somos colonia ideológica, se apresta a dar el gran salto del socialismo al capitalismo, cambio para el cual los petrodólares venezolanos resultan fundamentales en el alivio de las penurias provocadas por semejante tránsito.
martes, 15 de febrero de 2011
El profeta del pasado
ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
15 de febrero de 2011
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