Imagen televisiva de 1999 en Vargas, pista de aterrizaje en el aeropuerto de de la Carlota. Bajo lluvia inclemente una reportera lívida coloca el micrófono frente a una señora recién rescatada, cubierta de barro, que acaba de perder su hijo y su casa. El país llora con la reportera, conmovido hasta los tuétanos.
Imagen televisiva de diciembre 2010, Casa Guipuzcoana, La Guaira. Reportera del canal 8, maquillada y de chaleco rojo, le pregunta a una damnificada: ¿Cómo la está pasando? La mujer, mojada por la lluvia, esgrime una ruma de papeles y reclama: "Aquí tengo las constancias. En el 2005, en el 2006 y el 2008 vinimos a la gobernación pidiendo ayuda. Nos recibieron, sellaron estos papeles y nunca fueron. Ahora la quebrada arrasó con todo y aquí estamos. Igualitos que en el 99".
Las dos imágenes son ejemplos a los que acude la socióloga Paula Vásquez para tipificar las dos desgracias naturales y los efectos sociales y políticos que produjeron. La primera, los deslaves de Vargas, la llevaron a realizar una investigación in situ, durante años, en los refugios donde fueron ubicados las víctimas. De allí salió una tesis doctoral que recibió los máximo honores en la escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París que luego se convirtió en un libro: "Poder y Catástrofe. Venezuela Bajo la Tragedia de 1999".
-En tu libro te refieres a la "apropiación burocrática de la desgracia". ¿Qué significa eso exactamente?
-Hay lógicas muy particulares que hacen del sufrimiento un problema de Estado y eso construye a la víctima. Hay una construcción social de la víctima vinculada a la apropiación burocrática del sufrimiento que, en el caso de los damnificados de Vargas, se manifestó con la "dignificación".
-¿Se trata de la utilización política de los damnificados por parte del poder?
-Claro. Pero debemos quitarle el tono moral. Las apropiaciones burocráticas de la desgracia no son en sí mismas perversas. Las hay desde el momento en que te ocurre algo y eso te dota de unos derechos particulares que deben ser satisfechos. La cuestión es cómo se resuelve en el caso venezolano. Si comparamos lo ocurrido en el 2010 con la tragedia de Vargas, en 1999, encontramos que el primer caso hubo una instrumentalización aun más patente, mientras en el pasado se manifestó una compasión que se convirtió en motor político para justificar una serie de medidas por parte del Gobierno. Ahí se definió la manera en que el presidente Chávez maneja el tema de la pobreza, básicamente compasional.
-En aquella oportunidad, afirmas en el libro, la tragedia de Vargas significó, para Chávez, la oportunidad de impulsar una refundación nacional, el comienzo de una nueva etapa dirigida a reivindicar a los excluidos. Pero ahora, luego de 12 años, no se puede seguir hablando de refundación.
-Exactamente. Utilizas la refundación para justificar un estado y unas leyes de emergencia, así como para crear una situación política excepcional. En esas circunstancias el desastre natural se convierte en la excusa perfecta ante una sociedad conmovida que requiere atención.
-¿Necesitaba Chávez la tragedia de 1999 y luego las lluvias del 2010?
-No se si las necesitaba, pero en todo caso le brindaron la oportunidad. No diría que fue algo maquiavélico, pero hay una coincidencia impresionante de la conmoción con el referéndum constitucional. Eso marcó la forma en que la tragedia fue gerenciada por el Estado. El desafío fue muy grande, se incorporó a una agenda y se acudió a una retórica de la dignidad nueva para nosotros. Así, cuando el Presidente acudió al Poliedro para visitar a las víctimas, dijo que "damnificados somos todos". Con eso enviaba un mensaje según el cual los de cuarta república son damnificados, mientras que "los nuestros son dignificados". Eso creó unas expectativas en la gente sobre la forma en que iba ser tratados y resueltos sus problemas. Pero cuando comienza a darse cuenta de que las cosas no eran cómo se las habían prometido, la frustración y la decepción fueron muy grandes. Por eso el libro termina con una escena de crucifixión y una huelga de sangre a las puertas del Ministerio de Hábitat y de Fondur en el 2006.
-Doce años después se repite la situación.
-No hay repeticiones mecánicas, pero hay lógicas preestablecidas A la sociedad venezolana se le ha puesto más dura la piel. Se ha perdido la capacidad para conmoverse. Existe lo que Alan Feldman llama "una anestesia cultural" ante el sufrimiento, la muerte y las pérdidas. En esta situación del 2010 escuché juicios muy duros, impensables en 1999.
-¿Como cuáles?
-"¿Para qué vamos a hacerle donaciones a esa gente que vota por Chávez?". O, "bien hecho lo que les pasó". O, "no se meten en cualquier sitio, lo que quieren son los hoteles". Hay una exacerbación del clasismo y una instrumentación política por ambos lados. Se trata de un problema social nacional porque los refugios forman parte de las categorías de viviendas en el INE.
-A pesar de las semejanzas ante ambas experiencias, ahora hay variantes y los damnificados son alojados en Miraflores, en la Vicepresidencia, en los hoteles, museos, hospitales.
-Está claro que, a nivel macro, el problema de la vivienda en Venezuela es gravísimo. Pero, en el nivel micro la intimidad de las víctimas queda al descubierto en una institución pública. No es lo mismo la foto de una señora bajo el aguacero, llorando ante las cámaras porque se le cayó la casa, que esa misma señora, tres semanas después, en bata de baño, cepillándose los dientes, en las instalaciones, mientras los funcionarios llegan a trabajar. Todos somos monstruosos en la intimidad, tenemos algo en nuestra cotidianidad que no es conveniente mostrar al público. Ahí se expone la vida íntima de la familia ante un público censor que dentro de poco se volverá contra ella porque reproduce una manera de vivir que luce como perversa: ven televisión, oyen música con alto volumen, quieren cocinar. Cuando la gente ve fotografías de los niños jugando en la Casa Amarilla frunce los labios porque piensa que allí hay algo que no es normal. Las mismas víctimas lo saben.
-Con esos gestos, que no resuelven el problema, ¿no se envía un mensaje del gobierno a los particulares, advirtiéndoles que si el presidente entrega Miraflores a los damnificados, por qué no habrían ellos de darle su segunda vivienda?
-Esa es la nueva apropiación burocrática de la desgracia. Eso no ocurría en el 99 porque se produjo un desplazamiento forzado de la población hacia el interior (Eje Orinoco-Apure, por entonces en boga). Luego las casas se cayeron, los damnificados volvieron al centro del país, vino la espera, la relocalización para terminar confinados e invisibilizados en los refugios de Caracas. Ahora estamos ante una reconfiguración y me pregunto si podremos volver allí, continuar la investigación y preguntarle, con todo respeto y la distancia debida, a todas esas familias, qué tipo de experiencia están teniendo. Hay situaciones tremendas que no vemos porque el prisma de la polarización y del presidente nos impone una determinada forma de ver las cosas. Se trata de una situación muy difícil desde la cual la gente trata de reproducir un mínimo de vida cotidiana y de privacidad.
-¿No se está buscando modificar el patrón de un modo de vida y de organizarse en sociedad, de pasar de una vida en familia a una existencia colectiva donde se desintegra el vínculo entre padres, hijos y hermanos?
-Se han cuidado de hacerlo. La gestión de la emergencia en esta segunda oportunidad fue más cuidadosa. A los militares no se les vino a la cabeza la idea loca de separar las familias, que en el caso de Vargas resultó un desastre. Una prueba de que los militares no saben resolver crisis civiles.
-En el libro señalas como los damnificados, llevados a instalaciones militares, se convierten en una suerte de cautivos. Se les somete a control para evitar que se subleven. Quizás en el 99 eso era menos probable.
-Pero así como se militariza la sociedad venezolana, las Fuerzas Armadas se socializan al incluir civiles en sus espacios. Por eso los soldados tenían de parejas a mujeres damnificadas para obtener una vivienda. Táctica válida, juzgada de manera muy dura, desde el punto de vista moral, por la clase media, cuando aquí todo el mundo trata de sobrevivir en medio de las más difíciles condiciones.
-En ese tipo de aglomeraciones que se producen en los refugios, ¿no resulta casi inevitable la promiscuidad?
-Así es y los militares saben que no pueden evitarlo. Habría que hacer una nueva investigación porque los controles para aislar a la población civil, dentro de los cuarteles, deben ser mayores que en 1999.
-Estableces una correlación entre poder y disciplina según la cual el primero se impone, pero la segunda se ablanda.
-Esa es la parte foucaltiana de la tesis. Es imposible disciplinar a un grupo social civil como los damnificados. El intento de imponerles una disciplina, un horario y una manera de vivir, es en vano. A menos que conviertas aquello en un campo de concentración y nadie, ni siquiera los militares, quieren hacer eso. Y entonces vas aflojando. Pero eso no quita que esos funcionarios (militares y/o civiles) tengan, ahora como en 1999, un poder inmenso sobre la vida de la gente. Hablamos de gente que tiene el poder de decidir si una madre con su hijo de brazos duerme en la calle o bajo techo. Es un poder inaudito. Y allí es cuando surge la pregunta: ¿en manos de quién están esas familias? ¿Cuál es la formación que tienen los funcionarios que se ocupan de lo social? ¿Cómo se forman los trabajadores sociales? ¿Tiene el gobierno trabajadores sociales como los tenía el FUS (Fondo Unico Social) hace doce años12 años? ¿Qué concepción de la vida social se les inculca a familias en situación de vulnerabilidad extrema?
martes, 22 de febrero de 2011
"El venezolano perdió capacidad de conmoverse ante la muerte"
ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
domingo 20 de febrero de 2011
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