El temor dentro de las filas rojas es inocultable: cuando regrese el mandatario, habrá consecuencias. Algunos pagarán caro el penoso espectáculo de estos días: los tartajeos, los desmentidos, las conspiraciones, que no cesarán hasta que se reduzcan las inquietudes sobre lo que sobrevendría tras una eventual pérdida del poder. El personalismo sobre el que está construida la revolución será objeto de debate: y también las carencias de un elenco que no dio la talla frente a la emergencia, como no la ha dado antes para darle respuestas a tantos problemas pendientes, y como no la dará nunca porque la ineptitud es estructural... Lina Ron tenía razón: "después de Chávez, nada": en el mundo revolucionario nadie tiene con qué... El drama es de novela: Con Chávez o sin él al timón, Venezuela es un barco sin rumbo. De nada vale que se le tenga como a un buen capitán, si su marinería adolece de talento y dote. Si el Presidente no ha podido zafarse de sus incompetentes holgazanes en el año más importante para su reelección, es porque nada puede ni podrá hacer: "eso es lo que hay". Esa es "la oferta".
Nada se mueve en su ausencia. Ha quedado comprobado que la llamada "V República" es tan sólo una definición ambiciosa; un monstruo con pies de barro. Las dolencias del comandante-presidente son las de la revolución. En el ocaso de su vitalidad, Chávez no cuenta con un relevo que mantenga el brillo y el largo plazo del "proceso". El poder está en riesgo: el sistema mostró su fragilidad. Trece años después -con todos los recursos disponibles-, el sistema no ha conseguido consolidarse definitivamente: la tripulación es un desastre sin reemplazo, en cuyas manos el país sólo tiene garantizada la continuidad de la incompetencia. El jefe está amarrado a sus enanos: lo que tiene no le sirve ni le servirá. Si ganara las elecciones de 2012, se expondría al riesgo que acabó con Carlos Andrés Pérez, apenas unos días después de su luminosa victoria en 1988. Los síntomas que hemos visto por estos días, reconfirman que el proyecto bolivariano está tan enfermo y envejecido como su líder único. Salta a la vista una extraña paradoja: si bien la ausencia de Chávez ha resultado elocuente, a la luz de la precariedad de los timoneles encargados, su enfermedad quedó relegada a un segundo plano. La sala situacional de Miraflores ha tomado nota. En la calle no se habla con aflicción del padecimiento del comandante, cosa de la que se encargan sus propagandistas. El país ha reaccionado con indiferencia y frialdad: no hay consternación. No se siente la congoja ni la tristeza. "El tema" son las cárceles y todas las demás dolencias que la sociedad tiene acumuladas por causa de una gestión frente a la cual los propios chavistas comienzan a sentir vergüenza.
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