Comparar figuras de épocas diferentes, por ejemplo Eisenhower y Julio César, puede ser un ejercicio entretenido e interesante, como hacen a veces los polemólogos. Con ayuda de las computadoras, otros han simulado un combate entre Alí y Rocky Marciano para saber quién es "el más grande". Pero como la evolución de la técnica y los conocimientos dan ventajas siempre a la última generación, parece mucho más racional lo que hacía Plutarco en sus "vidas paralelas": contrastar personajes que compartieron la misma época. A partir de las herencias artística, militar o política de hombres contemporáneos entre sí, podemos carearlos con relativa justicia. Hoy día tenemos certeza que Shakespeare es superior a Marlowe, Neruda a Juan Larrea y Churchill la estrella de su época. Sabemos también los diferentes destinos de Estados Unidos y Suramérica, y eso conduce a los fundadores, George Washington y Simón Bolívar.
Washington fue lo más distante a un charlatán y ni siquiera quiso tomar la palabra en la Convención de Filadelfia que él presidía. Tal era su autoridad que sólo habló cinco minutos en la clausura, para no inclinar la balanza en el debate. En sus famosos desayunos con los delegados durante la convención, se concentró en desmontar la bomba de tiempo que amenazaba derrumbar el experimento republicano: que el sistema de representación conducía a que en el futuro Congreso estados grandes como Virginia aplastaran en número de parlamentarios a los pequeños como Rodhe Island, que no lo aceptarían. Cómo conciliar en un sistema federal de nuevo tipo, la libertad individual, la autonomía de los estados, la representación poblacional y la convivencia equilibrada de estados pequeños y grandes. Y logró el milagro con el "Gran Compromiso", que originó la Constitución escrita más longeva del mundo moderno, obra política maestra de la libertad. En cambio por estas latitudes, Bolívar "estudia" la caída de la Primera República en 1812 con sociologismos y elocuencia en el Manifiesto de Cartagena, pero principalmente con mentalidad militar. Causas del descalabro, a su juicio: debilidad del gobierno patriota, vacilación para aplastar al enemigo, adversidades creadas por "exceso" de libertad, y "el federalismo" de la Constitución del 21 de diciembre de 1811. Pero todo esto es de ficción. Las provincias, Cumaná, Guayana, Maracaibo y Margarita, carecieron de autonomía ya desde la creación de la Capitanía General en 1777, a diferencia de Norteamérica, donde trece excolonias independientes se conjugan producto de una compleja y dificultosa ingeniería política. Sus atribuciones no existían ni en el papel, porque la Constitución "federal" de 1811 nunca entró en vigencia. Apenas a cuatro meses de aprobada, el 4 de abril de 1812, el Congreso renuncia a sus funciones, la suspende y nombra a Miranda Dictador Absoluto, amo de la vida y la muerte ("No consultéis más que a la suprema ley de salvar la patria", en extrema adulancia) con la potestad de designar los comandantes militares, facultados para realizar ajusticiamientos sumarios. La constitución, la libertad y el federalismo murieron al nacer. Los realistas asaltan y toman la plaza de Puerto Cabello mientras su comandante, Bolívar, jugaba cartas. Ese catastrófico fracaso político militar, y los errores de Miranda, explican el fin de la república. En una de las situaciones más oscuras de su vida, el Libertador acusa a Miranda de traidor, lo entrega a los españoles y en la operación obtiene notables beneficios: gana un pasaporte español, quita del medio al jefe y lo mancha históricamente. Y para desviar la atención de semejante vertedero, nada mejor que redactar un tratado: el Manifiesto de Cartagena con el que el águila vuela sobre las causas "profundas", el federalismo y los excesos de la libertad. Negocio redondo. Pero la "causa" no era la blandenguería. Pese a soltar la bestia del terrorismo de Estado en degollinas masivas, a implantar la hegemonía militar con puño de hierro, con el "programa" del Diablo Briceño y la Guerra a Muerte, en 1814 Boves ahoga en sangre la Segunda República. Bolívar sólo triunfará años después, cuando aprende a cambiar su relación con el pueblo llano que tanto despreciaba ("estúpidos", incapaces para la libertad, hijos de tres estirpes enfermas). Gracias a Páez puede desplegar la estrategia de una guerra de liberación nacional. Su desestima por la libertad, la federación, la gente y la civilidad, podría ayudarnos a entender por qué América Latina es un paraíso de energúmenos.
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