LA DERROTA Y EL TRIUNFO
Jean Maninat
La derrota se le aferra al rostro, lenta y pacientemente. Fija una mueca, independiente, con sus propios tics y sin responderle ya el sistema nervioso que antes comandaba. No es nada nuevo, otros lo han sufrido. Haga usted un ejercicio simple de “googleo” y vea los rostros deformados por la ira, en cualquier documental de época, de los líderes mesiánicos bordeando delirantes el abismo.
La derrota alborota la lengua y la parte más oscura del cerebro. Quién responde a quién en estos casos es un enigma fisiológico. Sólo sabemos que cunde el improperio, el insulto, la sinrazón, el descenso inexorable hacia lo peor de sí mismo. ¿Cuánto asombro todavía entre quienes lo rodean?
La derrota espanta a los asesores, tiran la toalla amarela, y regresan con la mala nueva: esse garoto nao fala serio. Otro tanto presumen las embajadas, los corresponsales de las agencias noticiosas, los analistas de las calificadoras de riesgo, los deudores y los acreedores. Sobretodo, los presidentes que una vez fueron amigos y ahora empiezan a silbar y a mirar para un lado como quien no quiere la cosa. La duda no requiere pasaporte.
La derrota entusiasma a los segundones. La sucesión pisa pasito, es un oficio de años, de paciencia, requiere sonrisa ante el desprecio, y alegría ante la lisonja mal repartida. Lo que ayer parecía inconmensurable, hoy está a la mano. Sólo se requiere ver bien de lado y lado, calcular, estar allí donde siempre hubo o volverse a vender, hoy, para arrimarse mejor mañana.
La derrota no anima, es un arma cargada de cansancio. Los seguidores visten de rojo, repiten consignas, enarbolan banderas con rostros impuestos que apenas conocen, pero falta “aquello” que alguna vez proporcionó el líder. Es un desagüe de esperanza, un puente roto por las promesas incumplidas. Las llamas de Amuay se siguen reflejando en sus pupilas.
La derrota acobarda. Alza la voz y hace desplantes. Se destroza los nudillos castigando paredes inocentes. Desafía imperios y anuncia ejércitos justicieros. Inventa conspiraciones y gime magnicidios. Todo para distraer la mirada y no ver el descalabro frente a frente. Al temor le sucede el desconcierto, luego sobreviene una alegría de saltaperico mojado, pero la íntima convicción de que todo se desmorona se hunde profunda, en la psiquis, como un peñón lanzado al océano. Entonces, se implora a los cielos en vano.
El triunfo está anunciado. Recorre calles y pueblos, derrama alegría, no agrede. Es una hazaña de tranquilidad y esfuerzo ciudadano, de tesón y valentía, de la simple virtud de querer servir y cambiar a un país. Reposa en la voluntad de dialogar y el esfuerzo de construir. De ganar voluntades y no destruirlas. De hacer democracia. El triunfo, tiene nombre y apellido. Lo musitan en los escritorios públicos, bajo el silencio impuesto por los jefes burocráticos; lo repiten las peluqueras que todo lo saben y todo lo guardan; lo confían los taxistas que todo lo escuchan y todo lo comentan; lo asumen los indecisos que todo lo cavilan y todo lo asienten.
Lo quieren ocultar el encuestador chimbo y el jerarca asustadizo que le mercantilizó el alma.
El triunfo, se contagia. Se levanta temprano en la mañana. Se alberga en las casas, en los pueblos, en los caseríos. Viaja en autobús, en por puesto, en metro. Estudia en las universidades, busca trabajo, se indigna y no se fatiga. El triunfo huele a votos constantes y sonantes.
El triunfo es de Capriles y es nuestro y hay que saberlo proteger. Habrá que desanimar a los “odiantes”, desmontar el cinismo de los complacientes, aplacar a los almirantes de mil naufragios, calmarle las ansias al insomne de protagonismo, desmontar las talanqueras, y fortalecer el espíritu democrático para diluir las provocaciones que vendrán en lo que Carlos Raúl Hernández describió como el día más largo.
De aquí hasta entonces, haremos de tripas televisión para aguantar a la derrota retorciendo la amargura públicamente en un espectáculo triste que avergüenza a la nación frente al mundo e injuria los valores que dice defender.
En poco… el triunfo será de todos.
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