domingo, 30 de junio de 2013

¿Por qué Brasil protesta y Venezuela no?

En su libro clásico de 1938, «Anatomía de la revolución», Crane Brinton sostuvo que las revoluciones tienen mayores probabilidades de ocurrir cuando se produce un parón brusco tras un periodo sostenido de prosperidad económica. El «intolerable abismo» entre lo que una sociedad ha llegado a desear y lo que en realidad consigue constituía, para el historiador norteamericano, la explicación de esos estallidos protagonizados por «gente que no goza de mala posición y que siente restricciones, paralización, fastidio, más que una auténtica y aplastante opresión».
Por aquellos años en los que Crinton analizaba el fenómeno político más característico de la edad contemporánea, Stefan Zweig, ese otro vigía de las derivas de nuestro mundo, comenzaba con Brasil una relación que sería definitiva, pues allí acabaría exiliándose y consumando, en 1942, el suicidio que puso fin a su invencible desazón sobre el destino de Europa. En el libro que dedicó a aquella tierra, «Brasil. País de futuro», el biógrafo de María Estuardo y de María Antonieta reconocía que era imposible plasmar el retrato de «un país que no acaba aún de tener una visión de su conjunto y que, además, se halla en un crecimiento tan impetuoso que todo informe y toda estadística resultan superados por los hechos». Los últimos lustros han aumentado la vigencia de esta descripción, aunque ese mismo ritmo de crecimiento haya transformado sensiblemente al coloso que, según contaba Zweig hace setenta años, debía su atraso en buena medida a la falta de combustible. Hoy Petrobras es una de las mayores petroleras del mundo, y desde 2009 se ha colocado por encima de las que lideraban el mercado latinoamericano –la mexicana Pemex y la venezolana Pdvsa.
La decadencia de esta última compañía, en cambio, no es mero vaivén de los tiempos. No es lasitud, sino miseria inducida el mal que acogota a la productividad de Venezuela. Los sufridos habitantes de este país peregrinan infructuosamente por abastos y supermercados, mientras tienen bajo los pies las mayores reservas de crudo del planeta. Bien que lo saben todos, porque gracias a ellas ha caído un chaparrón asistencialista cada vez que Chávez, entre las divagaciones de «Aló, Presidente», atizaba con una ocurrencia nueva al ministro del ramo. Por gracia, también, del maná del subsuelo, ha conseguido su gran ascendiente internacional una diplomacia que no necesitaba de más: armada de la chequera, hasta un Nicolás Maduro –ex canciller del caudillo difunto– era capaz de dirigirla. No inocuamente, claro: el expansionismo del régimen bolivariano es el único conocido que, en lugar de conquistar, se saquea a sí mismo y entrega ingentes cantidades de dinero por someterse a la dominación de una «potencia» extranjera (¡Cuba!). Curioso caso de autoimperialismo, registrado nada menos que en la patria de los «libertadores» del subcontinente.
No obstante, las noticias que hace poco reseñaban en la Prensa el racionamiento impuesto a los consumidores venezolanos no iban acompañadas de ningún informe sobre revueltas como las que ahora hay en Brasil. Uno tiene la impresión de que, en el país que más lenguas se hace de la «democracia popular», la gente es cada vez más un espectador pasivo de su propio destino. La primera explicación que parece salir al paso es el miedo, y con sobrados motivos. Los excesos del chavismo no fueron acogidos siempre con resignación: la Plaza Francia, en el caraqueño barrio de Altamira, pretendió ser alguna vez la Tiananmen de la resistencia venezolana, y quien la hubiese visto entonces, llena de manifestantes y de bríos, hubiera dudado sinceramente sobre el alcance que tendría el régimen. Pero en diciembre de 2002, «la Revolución» (ese ser con la cara de Chávez pero con las manos del «pueblo en armas») cortó por lo sano: un pistolero llegó en una moto y disparó a quemarropa contra las personas que allí se concentraban pacíficamente, con saldo de tres muertos. Luego, en 2004, a propósito de un referendo para revocar el mandato presidencial, intentaron las protestas recuperar la plaza y se repitió la incursión de los «espontáneos» defensores de la causa chavista: cayó esta vez fulminada una mujer de 62 años. Desde luego, se entiende lo de conformarse, los más valientes, con tocar las cacerolas desde la seguridad de casa.
Sin embargo, lo represivo del régimen no explica completamente la pasividad de los venezolanos. Para comprenderla, en cambio, convendría mirarla a la luz de los dos grandes factores que ahora jalonan las protestas de Brasil. El primero es el reforzamiento de la clase media. Mientras en el gigante suramericano aquel grupo –ya superior a la mitad de la población– incorpora cada vez más los usos y las expectativas de una nación desarrollada, en Venezuela la gente da gracias cuando puede acceder a un par de rollos de papel higiénico, y se felicita cuando sufre un asalto y sale viva para contarlo. El pasado mes de febrero han cumplido 30 años desde que la tierra de Bolívar puso pie en la pendiente económica (con el famoso «viernes negro» de 1983) capitalizada por Chávez para imponer la máxima «depaupera et impera», hasta este extremo que hoy representa el colapso del tejido productivo del país.
Hartos de corrupción
Y mientras la agencia tributaria bolivariana ha sido, sobre cualquier otra cosa, un instrumento para el acoso y derribo de los empresarios, los reclamos de los brasileros reflejan la eficacia de la reforma fiscal emprendida con el cambio constitucional de 1988, pues es a título de esforzados contribuyentes como los ciudadanos de Brasil aspiran a obtener hoy unas contraprestaciones justas. La democracia, para ellos, ha dejado de ser ese intercambio de regalos entre gobernantes y gobernados que se ha practicado siempre en América Latina, y mucho menos estarían dispuestos a gritar, como en los mítines del oficialismo venezolano, «con hambre y sin empleo/con Chávez me resteo».
Lo anterior remite a la otra clave de esta crisis, que es el hartazgo de la corrupción. Las protestas ya han sido capaces de hacer retroceder en el Congreso brasileño la propuesta de enmienda constitucional que limitaba la capacidad de investigación del Ministerio Público, y que parecía un bochornoso espaldarazo del partido mayoritario a la impunidad. En Venezuela, en cambio, la corrupción no es una piedra de escándalo, sino una contraseña para actuar en todas las esferas de la vida. Aunque se instaló con el pretexto de derrocarlos, el chavismo no investigó nunca a los corruptos del antiguo régimen venezolano. En esto, por el contrario, eran mejores las adhesiones que la persecución: el control de cambio de divisas implantado por Chávez (con su consecuente mercado negro paralelo) ha puesto a disposición de cualquiera un medio de enriquecimiento fácil, si se saben urdir las alianzas que permitan compartir esos beneficios con la Revolución. Las clases medias no han sido, ni mucho menos, ajenas a estas ventajas, y así todo el mundo mira para otro lado cuando se habla de corrupción. No es ya sólo que, a diferencia de Brasil, el régimen no haya contribuido a crear ciudadanía; es que los corruptos son, por definición, anticiudadanos: insolidarios, egoístas, preocupados sólo por su propio interés, mezquinos, ciegos y sordos a las aspiraciones de la nación.
SIN GRACIA

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Alberto Barrera Tyszka

El Nacional


Esta semana se cumplirán 4 meses de la muerte de Hugo Chávez. Y, contra todo pronóstico, el catecismo oficial no ha obtenido el éxito esperado. Aun con una mayor consolidación burocrática, y con resultados importantes en la legitimación internacional, la imagen del gobierno sigue siendo sobre todo una ausencia. El chavismo sin Chávez no ha conseguido reinventarse. No ha logrado construir una identidad propia. Solo se define por lo que no es, por lo que le falta.

De manera natural, la muerte de Chávez comenzó a despolarizar al país. Se necesita su carisma para mantener la adrenalina en alto, para sacar ganancia de una permanente confrontación. Los asesores del gobierno entendieron que sin Chávez la pugnacidad podía alimentar, más bien, a Capriles, darle fuerzas y espacio a la oposición. Vivimos días extraños. Todo sigue peor pero tenemos la sensación de que algo se está desinflamando. Las denuncias de invasiones terroristas ya no dan ni para hacer una broma. Eso que llaman chavismo cada día se desdibuja más. Muy rápidamente, se gastaron su épica. 

Quizás por eso todo el boato oficial suena falso. La retórica del poder nos propuso algo que, paradójicamente, tiene muy poco que ver con la imagen de sí mismo que construyó el propio Chávez. Nos ofrecen una grandilocuencia postiza, una pompa pesada y distante, para celebrar a alguien que se dedicó a sabotear las grandilocuencias postizas y las pompas pesadas y distantes. Cada vez que con voz cavernosa hablan de “comandante eterno” o del “líder supremo”, traicionan simbólicamente al personaje que construyó Chávez para relacionarse con las grandes mayorías. 

Chávez fraguó una identidad ligada a la sencillez, a la humildad, a la fragilidad popular frente a los rituales del poder. Ahora, los rituales del poder lo han convertido en una ceremonia sin ingenio, en un prócer. 
Le dan premios, hacen homenajes, ponen su nombre en estadios y en plazas…y ya todo termina dando un poco igual. 
Al final, nadie parece recordar nada. Todo es una rutina predecible. Donde antes aparecía Chávez jugando beisbol en un estadio militar, ahora hay unos gorditos, con uniformes ajustados, tratando de imitarlo, queriendo jugar en su nombre, intentando convertir una caimanera en un evento religioso. Y, por supuesto, no les sale. A nadie le interesa. No emocionan. Solo burocratizan la fe.

Ahí está su más terrible y trágica definición positiva: son aburridos. No importa mucho lo que digan. Pueden mentarle la madre a Santos o decirle papito mi rey a John Kerry. Da lo mismo. Pueden decir que la corrupción es capitalista, que la ineficacia es imperialista y que el machismo también es yanqui. No pasa nada. Nadie se distrae. El poder perdió su gracia. 

Chávez se permitía desmanes y abusos porque tenía gracia. Así matizaba la violencia y le daba una cierta espesura discursiva a sus acciones. Era un militar que recitaba a Mario Benedetti. Una mezcla inédita de autoritarismo y cursilería. Ahora las cosas quizás son iguales pero se perciben y se ponderan de distinta manera. 

No hay forma de justificar la prohibición que el Estado venezolano le ha impuesto a la ex jueza Afiuni. Ríete de los gringos y de su persecución a Edward Snowden. Esto es violencia institucional de la buena. Censura salvaje y en serio. Y no hay nadie con suficiente gracia en el equipo oficial como para ofrecer un argumento, una frase de Bolívar, un chiste. 

Tampoco tienen gracia Jorge Rodríguez ni Ernesto Villegas. Salir con la grabación de una señora que, en las primarias de la oposición, no sacó ni 110.000 votos no solo es un delito, es de mal gusto, es algo mezquino. No se le puede pagar el sueldo a un ministro para que ande en esas babosadas. Ya las cosas no son como antes. Ahora hay más inflación que chavismo. Ahora la corrupción es un tema. Los sueños también se están desinflamando. Ya no hay héroes sino gobierno, un gobierno como cualquiera. El chavismo sin Chávez no es una revolución.
ELOGIO DE NELSON MANDELA


       Mario Vargas Llosa

Nelson Mandela, el político más admirable de estos tiempos revueltos, agoniza en un hospital de Pretoria y es probable que cuando se publique este artículo ya haya fallecido, pocas semanas antes de cumplir 95 años y reverenciado en el mundo entero. Por una vez podremos estar seguros de que todos los elogios que lluevan sobre su tumba serán justos, pues el estadista sudafricano transformó la historia de su país de una manera que nadie creía concebible y demostró, con su inteligencia, destreza, honestidad y valentía, que en el campo de la política a veces los milagros son posibles.
Todo aquello se gestó, antes que en la historia, en la soledad de una conciencia, en la desolada prisión de Robben Island, donde Mandela llegó en 1964, a cumplir una pena de trabajos forzados a perpetuidad. Las condiciones en que el régimen delapartheid tenía a sus prisioneros políticos en aquella isla rodeada de remolinos y tiburones, frente a Ciudad del Cabo, eran atroces. Una celda tan minúscula que parecía un nicho o el cubil de una fiera, una estera de paja, un potaje de maíz tres veces al día, mudez obligatoria, media hora de visitas cada seis meses y el derecho de recibir y escribir sólo dos cartas por año, en las que no debía mencionarse nunca la política ni la actualidad. En ese aislamiento, ascetismo y soledad transcurrieron los primeros nueve años de los veintisiete que pasó Mandela en Robben Island.
En vez de suicidarse o enloquecerse, como muchos compañeros de prisión, en esos nueve años Mandela meditó, revisó sus propias ideas e ideales, hizo una autocrítica radical de sus convicciones y alcanzó aquella serenidad y sabiduría que a partir de entonces guiarían todas sus iniciativas políticas. Aunque nunca había compartido las tesis de los resistentes que proponían una “África para los africanos” y querían echar al mar a todos los blancos de la Unión Sudafricana, en su partido, el African National Congress, Mandela, al igual que Sisulu y Tambo, los dirigentes más moderados, estaba convencido de que el régimen racista y totalitario sólo sería derrotado mediante acciones armadas, sabotajes y otras formas de violencia, y para ello formó un grupo de comandos activistas llamado Umkhonto we Sizwe, que enviaba a adiestrarse a jóvenes militantes a Cuba, China Popular, Corea del Norte y Alemania Oriental.
Debió de tomarle mucho tiempo —meses, años— convencerse de que toda esa concepción de la lucha contra la opresión y el racismo en África del Sur era errónea e ineficaz y que había que renunciar a la violencia y optar por métodos pacíficos, es decir, buscar una negociación con los dirigentes de la minoría blanca —un 12% del país que explotaba y discriminaba de manera inicua al 88% restante—, a la que había que persuadir de que permaneciera en el país porque la convivencia entre las dos comunidades era posible y necesaria, cuando Sudáfrica fuera una democracia gobernada por la mayoría negra.
En aquella época, fines de los años sesenta y comienzos de los setenta, pensar semejante cosa era un juego mental desprovisto de toda realidad. La brutalidad irracional con que se reprimía a la mayoría negra y los esporádicos actos de terror con que los resistentes respondían a la violencia del Estado, habían creado un clima de rencor y odio que presagiaba para el país, tarde o temprano, un desenlace cataclísmico. La libertad sólo podría significar la desaparición o el exilio para la minoría blanca, en especial los afrikáners, los verdaderos dueños del poder. Maravilla pensar que Mandela, perfectamente consciente de las vertiginosas dificultades que encontraría en el camino que se había trazado, lo emprendiera, y, más todavía, que perseverara en él sin sucumbir a la desmoralización un solo momento, y veinte años más tarde, consiguiera aquel sueño imposible: una transición pacífica delapartheid a la libertad, y que el grueso de la comunidad blanca permaneciera en un país junto a los millones de negros y mulatos sudafricanos que, persuadidos por su ejemplo y sus razones, habían olvidado los agravios y crímenes del pasado y perdonado.
Habría que ir a la Biblia, a aquellas historias ejemplares del catecismo que nos contaban de niños, para tratar de entender el poder de convicción, la paciencia, la voluntad de acero y el heroísmo de que debió hacer gala Nelson Mandela todos aquellos años para ir convenciendo, primero a sus propios compañeros de Robben Island, luego a sus correligionarios del Congreso Nacional Africano y, por último, a los propios gobernantes y a la minoría blanca, de que no era imposible que la razón reemplazara al miedo y al prejuicio, que una transición sin violencia era algo realizable y que ella sentaría las bases de una convivencia humana que reemplazaría al sistema cruel y discriminatorio que por siglos había padecido Sudáfrica. Yo creo que Nelson Mandela es todavía más digno de reconocimiento por este trabajo lentísimo, hercúleo, interminable, que fue contagiando poco a poco sus ideas y convicciones al conjunto de sus compatriotas, que por los extraordinarios servicios que prestaría después, desde el Gobierno, a sus conciudadanos y a la cultura democrática.
Hay que recordar que quien se echó sobre los hombros esta soberbia empresa era un prisionero político, que, hasta el año 1973, en que se atenuaron las condiciones de carcelería en Robben Island, vivía poco menos que confinado en una minúscula celda y con apenas unos pocos minutos al día para cambiar palabras con los otros presos, casi privado de toda comunicación con el mundo exterior. Y, sin embargo, su tenacidad y su paciencia hicieron posible lo imposible. Mientras, desde la prisión ya menos inflexible de los años setenta, estudiaba y se recibía de abogado, sus ideas fueron rompiendo poco a poco las muy legítimas prevenciones que existían entre los negros y mulatos sudafricanos y siendo aceptadas sus tesis de que la lucha pacífica en pos de una negociación sería más eficaz y más pronta para alcanzar la liberación.
Pero fue todavía mucho más difícil convencer de todo aquello a la minoría que detentaba el poder y se creía con el derecho divino a ejercerlo con exclusividad y para siempre. Estos eran los supuestos de la filosofía del apartheid que había sido proclamada por su progenitor intelectual, el sociólogo Hendrik Verwoerd, en la Universidad de Stellenbosch, en 1948 y adoptada de modo casi unánime por los blancos en las elecciones de ese mismo año. ¿Cómo convencerlos de que estaban equivocados, que debían renunciar no sólo a semejantes ideas sino también al poder y resignarse a vivir en una sociedad gobernada por la mayoría negra? El esfuerzo duró muchos años pero, al final, como la gota persistente que horada la piedra, Mandela fue abriendo puertas en esa ciudadela de desconfianza y temor, y el mundo entero descubrió un día, estupefacto, que el líder del Congreso Nacional Africano salía a ratos de su prisión para ir a tomar civilizadamente el té de las cinco con quienes serían los dos últimos mandatarios delapartheid: Botha y De Klerk.
Cuando Mandela subió al poder su popularidad en Sudáfrica era indescriptible, y tan grande en la comunidad negra como en la blanca. (Yo recuerdo haber visto, en enero de 1998, en la Universidad de Stellenbosch, la cuna del apartheid, una pared llena de fotos de alumnos y profesores recibiendo la visita de Mandela con entusiasmo delirante). Ese tipo de devoción popular mitológica suele marear a sus beneficiarios y volverlos —Hitler, Stalin, Mao, Fidel Castro— demagogos y tiranos. Pero a Mandela no lo ensoberbeció; siguió siendo el hombre sencillo, austero y honesto de antaño y ante la sorpresa de todo el mundo se negó a permanecer en el poder, como sus compatriotas le pedían. Se retiró y fue a pasar sus últimos años en la aldea indígena de donde era oriunda su familia.
Mandela es el mejor ejemplo que tenemos —uno de los muy escasos en nuestros días— de que la política no es sólo ese quehacer sucio y mediocre que cree tanta gente, que sirve a los pillos para enriquecerse y a los vagos para sobrevivir sin hacer nada, sino una actividad que puede también mejorar la vida, reemplazar el fanatismo por la tolerancia, el odio por la solidaridad, la injusticia por la justicia, el egoísmo por el bien común, y que hay políticos, como el estadista sudafricano, que dejan su país, el mundo, mucho mejor de como lo encontraron.

Publicado originalmente en el diario El País (España)

Destruir a Falcón, López y Mardo



   CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ |  

EL UNIVERSAL
domingo 30 de junio de 2013  
La mentira llevada a la abyección, la inhumanidad extrema para acabar adversarios políticos o un grupo social, etnia o religión, la ruindad sin medida ni contemplaciones en el verbo y la acción, son propios de las revoluciones de izquierda y de derecha desde Robespierre. Los jacobinos acusaron a María Antonieta de pedofilia con su hijo, lo que la derrumbó espiritualmente y la hizo una anciana en pocos meses. Un policía honorable Simonovis, muere encarcelado por una acusación diabólica, sin pruebas, tramada entre el desaparecido presidente, el Tribunal y la Fiscal General. Ahora proceden a unarazzia contra líderes de la oposición democrática.

Simbólicamente "el incorruptible" Robespierre se dio el mismo un tiro en la jeta, tal vez para matar su lengua criminal que ocasionó tantas atrocidades. Mandíbula en trizas tuvo que esperar la eternidad de su ejecución y el verdugo no hizo ningún esfuerzo para no lastimarlo. El totalitarismo moderno entendió con Goebbels que la calumnia puede ser efectiva, sobre todo cuando se usa desde el poder. Inventar el delito y "sancionarlo". Por eso la necesidad imperiosa de controlar medios de comunicación, tribunales y Ministerio Público. Hitler acusaba a los judíos de la quiebra de Alemania, de las epidemias y de la eterna "conspiración" para que perdiera la Primera Guerra, y de destruir la economía.

Stalin es culpable de 50 millones de muertes, pero sus señalamientos sistemáticos convirtieron a Trotsky en el símbolo del mal. La maquinaria soviética y sus seguidores en el mundo hicieron el milagro de que un hombre acorralado, solitario, perseguido, al que apenas dos países accedieron darle asilo, fuera para muchos demiurgo de todas las perversidades en cualquier lugar. Muchos intelectuales, demócratas, "progresistas" no ocultarán su satisfacción cuando la mano de Stalin le astilló el cráneo en México con el piolet de Ramón Mercader. El ganso intento de Zapatero de paletear el pasado para recontar los crímenes de 1936, sólo desenterró el rencor de las tumbas.

El incendio de Amuay

Hizo evidente que republicanos y franquistas, es decir, la mayoría los españoles, actuaron como forajidos que no vacilaban en emborracharse con la sangre de sus vecinos de calle. Los totalitarismos modernos imitaron lo ocurrido en la Antigüedad, la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna. Sucesivamente a los Cristianos en Roma, las "brujas" y los judíos los incriminaron de "envenenar las aguas" para contagiar la peste, reunirse alrededor de un burro, el Demonio, y hacerle fellacio, volar y comer niños vivos en el sabatt. Juan Bodino uno de los pensadores políticos más importantes, era al mismo tiempo inquisidor, declaraba ver "con sus ojos" mujeres que tenían relaciones carnales con el demonio y volaban en escobas, para mandar a quemarlas vivas.

El gobierno venezolano acusó a los opositores del incendio de la Refinería de Amuay en el estado Falcón. Dicen los expertos que una deflagración de esa planta equivaldría a varias bombas atómicas y haría desaparecer Paraguaná ¿Podrían Humala, Santos, Mujica, Rousseff, Rajoy, Obama, Merkel, o cualquier otro mandatario civilizado, señalar un partido político institucional de provocar algo así? No porque cuando un líder dice semejante cosa, lo hace con las pruebas en mano. Si el Presidente sabe quiénes son los responsables de tan estremecedora atrocidad, ya debería haberlos llevado a la justicia, en desmedro de ser cómplice de algo tan espeluznante.

El presidente de Pdvsa tendría que explicar cómo en 14 años de hermético control revolucionario, de despedir 23 mil trabajadores, la empresa que era modelo mundial de eficiencia se convirtió en un nido de terroristas. Igual acusar al país vecino de una locura tal como que hay una conspiración "desde Bogotá" con la oposición venezolana para derrocar al gobierno.

Terrorismo de Estado

Es Terrorismo de Estado. Cuando diputados o ministros incriminan empresarios por el desabastecimiento y hablan de una "guerra económica", aplican fielmente las tácticas propagandísticas nazis. Quién sabe por qué medios lograron apoyo de FAO para hacer universal la mentira de reducción de la pobreza cuando la ciudadanía está cada vez más en la miseria. Pero eso o cualquiera de los disparates, demencias, ruindades con las que el finado inició un estilo para degradarlo todo y, con solo relativo éxito, disolver las resistencias sicológicas del país, nunca se oirá en boca de mandatarios decentes, porque significa bajar al subsuelo de la escala ética que la política democrática no permite.

Y no porque los políticos sean buenos a o malos, sino porque quien lo hiciera quedaría calcinado electoralmente, a menos que contara con el control de las comunicaciones y agentes al frente de la Justicia y el organismo electoral. En las narices del país, sin el más leve pudor, la Fiscal General y la Comisión de Contraloría construyen delitos a Falcón y Mardo para arrebatar el estado Lara a la alternativa democrática e impedir que el segundo sea alcalde de Maracay. Mantendrán la inhabilitación de Leopoldo López. Quieren ganar a fuerza deterrorismo de Estado lo que la sociedad les niega por el voto, según les enseñó Goebbels. Como hicieron con la presidencia de la República.

@carlosraulher
ENTREVISTA A RAMON GUILLERMO AVELEDO

"Los chavistas enchufados saben que esto se va  a terminar"

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ROBERTO GIUSTI

  EL UNIVERSAL
domingo 30 de junio de 2013  
No pierde la calma y reivindica su capacidad para conciliar a los irreconciliables, aun cuando sea ahora él a quien hayan colocado en la mira. Convaleciente de una fuerte gripe, los médicos le han ordenado reposo; por eso se lamenta de no poder asistir a la marcha de este sábado y ante la tormenta que ha desatado el oficialismo en su contra no pierde la calma. En los tiempos que corren, la virtud por excelencia del político es la prudencia: "Hay personas a quienes no les gusta mi manera de ser porque me quisieran imprudente. Pero (Max) Weber, decía que "pasión, sentido de la responsabilidad y mesura son las cualidades imprescindibles del político. Y a eso nos debemos". 

-La insistencia de los voceros del Gobierno en referirse al audio de María Corina Machado, ¿no indica que intentarán algún tipo de acción en tu contra?

-Los comprometidos son ellos porque están demostrando su falta de escrúpulos con el uso del espionaje. El mismo día que Maduro dice que se debe traer para acá a Snowden porque espiar es malo, aparecen un ministro y su jefe de campaña ofreciéndole al país un fruto del espionaje.

-¿No se puede decir lo mismo del audio que presentó la oposición con el individuo de La Hojilla?

-No porque en ese mismo audio el conductor de La Hojilla dice que está grabando la conversación a manera de refuerzo del informe que le presenta al funcionario cubano. Por lo tanto, nadie lo estaba espiando. El se grabó a sí mismo. En cambio la diputada Machado y el profesor Carrera Damas están hablando en privado y en una residencia particular.

-En todo caso, ¿no te sientes acosado?

-Esto puede comprometerme o no. Pero el Gobierno sabe perfectamente en qué ando porque me espía. Es muy sencillo: estamos dedicados, en la Mesa de la Unidad, a construir la alternativa para un cambios político. Cambio que, lo hemos dicho en público y en privado, en Washington o Siquisique, debe ser pacífico, democrático, constitucional y electoral.

-¿Estás advirtiendo, entonces, que no dijiste lo que se dijo, habías dicho en el Departamento de Estado? (que la salida era un golpe)

-Lo que apareció que se dijo porque por supuesto no lo dije, ni lo creo, ni lo pienso. Además, no tendría que afirmarlo en el extranjero porque si lo pensara lo diría y primero que todo aquí. Lo que sí dije lo declaré a la prensa, lo ratifiqué en el Consejo de Las Américas y en una rueda prensa en el National Press Club.

-¿Por qué dices: "lo que apareció que se dijo"?

-Porque uno no puede asegurar que eso haya sido dicho. Según la información que tenemos esa fue una conversación de dos horas, evidentemente editada. Entonces ¿cómo sabemos que en ese audio, presentando con tanto gozo por el doctor (Jorge) Rodríguez, los personajes dijeron exactamente lo que aparece allí? 

-Sí eso es así, ¿no estarían yendo en tu contra? 

-Este gobierno tiene el Cicpc, la Fiscalía, los tribunales. Así que si quieren proceder pueden hacerlo. Yo estoy aquí, sigo aquí y a dirección de mi casa es fácil de encontrar porque vivo en el mismo sitio desde 1979. De manera que eso se sabe. Y yo no me voy a ir. Nada que ver.

-¿A qué atribuyes que el audio lo haya presentado el Alcalde de Libertador?

-El hecho de que el doctor Rodríguez presente, con tanto gozo, este material, ¿no nos dice que el Gobierno no puede vivir sin alguien como el señor de La Hojilla? Y estando vacante ese papel en el elenco, ¿será que los cubanos hicieron un casting para escoger el mejor equipado sicológicamente o fue que él se ofreció voluntariamente? 

-¿No es ese un episodio que dará paso a otros en la continuación de la trama? El canciller Jaua adelanta, por ejemplo, que se debe liquidar "el germen fascista".

-Ellos vienen con eso desde hace tiempo. Intentan crear una matriz de opinión según la cual la oposición es violenta y fascista. Así, el Canciller llegó a cometer la desmesura de imputar a la oposición 8 muertes ocurridas el 15 de abril , en actos de violencia que ocurren todos los días. Lo hizo en una reunión con el cuerpo diplomático y lo que produjo fue perplejidad e incomodidad, al comparar esos hechos con la "noche de los cristales rotos" (la arremetida nazi contra los judíos ocurridos en la Alemania de Hitler en 1938). Todo eso forma parte de una campaña dirigida a buscar contención.

-¿Qué pretenden contener? 

-El problema para el Gobierno es que el Comandante Supremo ya no está y han perdido una formidable valla que mantenía unida a una sección muy importante del pueblo. Entonces tratan de inyectarle miedo, reserva y aprehensión, frente a nosotros. Pero también buscan hacer lo mismo con el resto del país acerca del "riesgo terrible" que se correría si nosotros tuviéramos responsabilidades mayores. Es otro capítulo de una historia que aún no termina y en esa estrategia del miedo si sienten que deben usar a los tribunales, lo harán.

-En tu contra.

-Depende de ellos. Hasta ahora no lo han hecho. Yo tengo una denuncia, en el Ministerio Público, por parte de alguien que hace las veces de periodista en el canal 8. Me acusa de instigación a la violencia y de agresiones que él o sus camarógrafos habrían sufrido en las inmediaciones de un acto nuestro en el 23 de Enero. Hasta ahora no he tenido noticias de ese proceso, pero ellos podrían accionar en cualquier momento porque está demostrado que si no tienen pruebas las fabrican. 

-Eso se hacía antes porque Chávez gozaba de un importante apoyo popular. ¿Se puede seguir actuando igual si consideramos que ha habido un reacomodo político- electoral en el país?

-Ellos saben que este es un Gobierno en fase terminal y para eso hay unos términos constitucionales de los cuales somos partidarios. Pero, ¿por qué es terminal si ha sido elegido por 6 años? Porque una revolución no se termina nunca aunque aquí cambió la historia y empieza una nueva etapa. Cuando ellos dicen que "Venezuela cambió para siempre", se refieren a que mandarán para siempre. Pero ya saben que eso no es así. Hay quienes piensan en prolongarlo. Otros se preparan para una duración más corta. Pero todos saben que esto se va a terminar. Entre otras razones porque su posibilidad de hacer lo que les da la gana está objetivamente reducida por una noción subjetiva: la percepción, entre ellos mismos, de una gran desconfianza en el porvenir del proceso.

-Afirmar que el Gobierno está en fase terminal, ¿no es agua para el molino de los chavistas que te acusan de desestabilizador?

-Algo que se plantea como eterno, pero que ahora que se ve finito, está finalizando porque su medida no es la de un gobierno constitucional recién electo que durará 6 años. Su medida es la de "siempre". La revolución como pretensión de una historia nueva . Pero como todas las revoluciones esta también dejará de ser. El Tercer Reich iba a durar mil años y mira tú que no pasó de 12. Ya todos ellos tienen conciencia de la finitud y saben que esto se va a terminar. No lo reconocen, tratan de disimular , pero saben que se va terminar. Algunos, incluso, se preparan para sobrevivir.

-¿Entendemos que esto va a pasar o está pasando sólo porque ya Chávez no está?

-Todos estudiamos las legitimidades en Weber y una de ellas es la legitimidad carismática. Pero una cosa es tener la noción teórica, calificar de tal al régimen y pensar que, mientras se instala el socialismo, se depende del carisma del líder. Sólo que, una vez removida esa pieza, el Gobierno resulta muy distinto. Finge ser igual e invoca constantemente al difunto, pero mientras más lo invoca más notable se hace su ausencia. Es el fingimiento para agarrarse de algo que ya no existe. Por eso, a poquito de las honras fúnebres y de enormes manifestaciones genuinas, en unas elecciones convocadas con el cadáver aún tibio y cuyo resultado se concebía como homenaje final, pasó lo que pasó. Casi 800 mil venezolanos que votaron en octubre por el Presidente difunto, en abril lo hicieron por Capriles. Quedó demostrado que el vínculo era con el líder carismático más que con un proyecto ideológico.

-¿Cuál es la consecuencia de todo eso? 

-Se habla de división entre factores de lo que fue el chavismo. Están juntos por intereses que luego los dividirán. Pero la real división está en el abismo, de mutua desconfianza, que hay entre los enchufados y el pueblo partidario del proceso.

Rafael Correa, paladín de la libertad


        Moisés Naim
EL PAÏS 
A pesar de sus vicisitudes, Julian Assange y Edward Snowden son muy afortunados. Al menos no son periodistas ecuatorianos. Si lo fuesen, sus circunstancias serían aún peores. Snowden y Assange también tienen la suerte de que el presidente de la nación agraviada por sus filtraciones sea Barack Obama y no Rafael Correa.
El presidente de Ecuador ha ganado cierta visibilidad internacional al convertirse en un apasionado defensor de los derechos humanos y la libertad de expresión. Curiosamente, Correa no muestra el mismo fervor libertario cuando se trata de los periodistas de su país. De Ecuador para afuera, Rafael Correa habla como si fuese un moderno Jean-Jacques Rousseau, mientras que dentro de su país se comporta como si fuese Fidel Castro. Adora la libertad de expresión de los extranjeros que filtran información sobre otros gobiernos, pero aborrece y reprime la de sus compatriotas.
Según Fundamedios, una organización que defiende la libertad de expresión en Ecuador, en 2012 se produjeron 173 “actos de agresión” contra periodistas, incluyendo un asesinato y 13 asaltos. Catalina Botero, la relatora especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y Frank La Rue, relator especial de la ONU sobre la libertad de opinión y de expresión, manifestaron en 2012 su profunda preocupación por la decisión del Tribunal Nacional de Justicia de Ecuador de confirmar una sentencia penal y civil contra tres directivos y un periodista del diario El Universo. Fueron condenados a tres años de cárcel y a pagar una exorbitante multa de 40 millones de dólares. ¿Qué crimen merece un castigo tan severo? Haber publicado una columna que ofendió al presidente Correa.
La Sociedad Interamericana de Prensa ha descrito la nueva ley que regula los medios de comunicación impulsada por Correa como “el revés más serio para la libertad de prensa y de expresión en la historia reciente de América Latina”. La Asociación Colombiana de Prensa y Medios Informativos (Andiarios) califica esa ley como “la estocada final” contra la libertad de expresión en Ecuador.
Un editorial del Washington Post recomienda a Edward Snowden leer con cuidado la Sección 30 de la ley Correa. Ahí se prohíbe la libre circulación, en especial a través de los medios de comunicación, de información “protegida por una cláusula de reserva”. La legislación faculta al Gobierno para multar a cualquier persona involucrada en la difusión de “información reservada”, incluso antes de que la persona sea sometida a juicio. Si Snowden hubiese actuado en Ecuador como lo hizo en EE UU, no solo él sino todos los periodistas que recibieron y divulgaron esa información hubiesen sido objeto de inmediatas sanciones financieras —seguidas por un juicio—.
Este doble rasero es convenientemente ignorado por el presidente Correa y los estadistas que forman parte de su equipo. En un paroxismo de hipocresía, Ricardo Patiño, el ministro de Relaciones Exteriores de Ecuador, declaró después de reunirse en Londres con Julian Assange: “Pude decirle cara a cara, por primera vez, que el Gobierno de Ecuador sigue firmemente comprometido a proteger sus derechos humanos… Durante la reunión pudimos hablar sobre las crecientes amenazas contra la libertad de la gente para comunicar y conocer la verdad…”. El canciller Patiño aún no ha revelado cómo va a luchar contra “las crecientes amenazas a la libertad de la gente para comunicar y conocer la verdad”… en su país.
De hecho, será interesante ver cómo este Gobierno tan preocupado por la libertad de expresión responde a una comunicación oficial de 12 páginas que le acaba de enviar la relatora especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Entre muchas otras preocupaciones, la relatora Botero alerta que, según la nueva ley, cualquier denuncia de corrupción que a juicio del Gobierno disminuya la credibilidad de un funcionario público puede ser calificada como “linchamiento mediático”. Esto conlleva sanciones para el periodista y el medio que haya divulgado la información.
Es así como, al mismo tiempo que Rafael Correa amordaza a sus críticos, intenta presentarse ante el resto del mundo como un paladín del derecho a criticar a los gobiernos. Claro que no a todos. Hasta ahora, las filtraciones han sido muy selectivas y perjudican principalmente al Gobierno de EE UU. Esperamos con gran interés y expectativa las revelaciones de WikiLeaks o las de alguien como Snowden que divulguen los secretos de los gobiernos de Rusia, Irán, China o Cuba. O los del Gobierno ecuatoriano.
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0-800 SENIAT


Milagros Socorro
Cuentan que en la sede principal del Seniat, ubicada en Mata de Coco, Caracas, hubo llanto el pasado jueves 20 de junio, al saberse que la máxima autoridad del ente, José David Cabello Rondón, había hecho “un llamado a los venezolanos a denunciar cualquier tipo de irregularidad, a través de la línea telefónica 0-800 SENIAT (736428) y el correo electrónico denuncia@seniat.gob.ve”. 
Pero no todas las lágrimas tenían la misma densidad. 
Unos lloraron de piedad al concebir la idea de que la monumental corrupción que campea en el servicio, y de la que allí se habla abiertamente y sin disimulo, hubiera pasado inadvertida hasta ese momento por el cándido Cabello Rondón, quien vino a enterarse de la compacta red criminal que opera en la institución que dirige, el día en que detuvieron al jefe de Operaciones de la Aduana Marítima de La Guaira, por presuntos delitos de extorsión y asociación para delinquir, y le encontraron “algo más de 4 millones de bolívares en efectivo, en allanamiento a un apartamento del este de Caracas, desde donde se presume, dirigía junto a sus cómplices, las operaciones”. 
Otros lloraban de la risa. Por algún motivo, la imagen del “súper” conminando a la población a denunciar irregularidades en el Seniat, los movía a las carcajadas. 
Y no faltó quien sugiriera que el verdadero objetivo de la invitación a señalar corruptos es detectar quiénes están haciendo cobros irregulares y negociados, sin entregar la tajada correspondiente a los jefes. De hecho, se dice que la detención del funcionario de La Guaira se debió, precisamente, a que se estaba quedando con parte de la suma que debía cotizar al “pote aduanero”, la estructura piramidal de coimas mediante la cual, como ha dicho el periodista Manuel Isidro Molina, “directivos nacionales y regionales del Seniat han manejado una montaña de millardos de bolívares”, provenientes de la matraca, la extorsión y otros ilícitos aduaneros y fiscales, que les reporta tal volumen de dinero (al margen del control bancario) que los implicados lo movilizan el efectivo, en bolsas, maletas y cajas de gran tamaño. 
Cada funcionario enganchado a la cadena de corrupción (que, desde luego, no son todos, pero sin duda abarca un buen número, sujeto a fuerte presión de sus mandos), desde la base tiene que aportar un porcentaje de su guiso al pote. El dineral se capta no solo por los cobros irregulares de servicios que el Seniat debe prestar gratuitamente, sino por el tejemaneje de las aduanas, que es casi ilimitado. El chanchullo de los contenedores, por ejemplo, se atiene a una tarifa particular y muy escalonada: los precios se fijan según la dimensión de metros cúbicos y/o el valor de la mercancía que traen (o deberían traer); y también dependen del funcionario al frente de la trácala. 
Y no faltó quien llorara de nerviosismo. La pesca de sardinas alertó a los peces gordos. De allí que poco después de la captura del chivo expiatorio de La Guaira, se diera la orden en el Seniat de “bajar el perfil”. 
Por lo menos por dos semanas -se dijo en asamblea a la que asistieron numerosos empleados, algunos de los cuales aportaron información para esta nota- no hacer negocios. Van a tener que conformarse con sus sueldos. 
Al menos por estos días, hay angustia en el ambiente. Y la consigna es enconcharse. No hacer olas, Pasar lo más desapercibidos posible. Como en todo proceso de corrupción, las evidencias están a la vista, por los muchos rastros y porque no hay manera de esconder la riqueza de muchos funcionarios del Seniat, cuyo tren de vida supera con creces lo que sus ingresos formales podrían cubrir (es una averiguación muy expedita, puesto que bastaría con revisar sus declaraciones al ISLR y compararlas con sus haberes). De allí que en los corrillos se pondera la abundancia de alumnos de Arné Chacón Escamillo, quien administró con tal maña su sueldo y sus cestatickets, que pasó de empleado del Seniat a banquero y propietario de caballos de carrera, entre otros boatos. 
Una corredora de inmuebles me explica que la gran cantidad de adquisiciones hechas por funcionarios del Seniat con un pago único y por precios mayores a los de la plaza (algunos llegan con maletines llenos de dinero y superan las ofertas formuladas por otros aspirantes), han afectado al mercado inmobiliario. Empleados que devengan un promedio de Bs 15.000 al mes (en salario integral), compran apartamentos, locales, negocios y carros carísimos “chin chin”. 
(Continuará).

EL NACIONAL.