sábado, 8 de marzo de 2014

YO PISARÉ LAS CALLES NUEVAMENTE

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Elizabeth Fuentes

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Esto no se lo llevó quien lo trajo: este horror lo trajo Hugo Chávez importado de Cuba porque aspiraba a permanecer en el poder más tiempo que los Castro y, en consecuencia, se dedicó 14 años a estructurar la misma oscura telaraña caribeña que les ha permitido a los dictadores de la isla hacer lo que les da la gana frente a un pueblo atemorizado y hambriento, con dos consignas bien bonitas.
Y no me refiero a la parodia de elecciones o la justicia arrodillada ante el poder, sino a ese silencioso monstruo que también utilizó el nazismo en sus mejores días para enfrentar la disidencia a punta de pistola, los dichosos “colectivos” que, visto lo que hemos visto, no son otra cosa que delincuentes armados, abastecidos de municiones, pagados y organizados desde Miraflores para pisotear a quienes osen pretender sustituir a Chávez o Maduro, que no es lo mismo pero es igual. Delincuentes que, suponemos, habrán exigido en contraprestación que los dejen matar sus tigres –en todas sus acepciones– para poder tener sus Iphones y sus Nike como toda la gente, pero sin tener que pagarles ni un céntimo a sus víctimas porque las dejaron en el sitio de un solo pepazo.
Dice el dirigente de Catia Saverio Vivas que el calco a la cubana es tan exacto que en las zonas populares “ya tenemos vecinos encargados de informar a los colectivos que la comunidad está haciendo una protesta política”.  Entonces se aparecen para amedrentarlos. Es decir, que los sapos de los comités de Defensa de la Revolución ya están aquí, vigilando a los parroquianos y soplándoles a los colectivos quién hace qué, por qué y dónde, para que los malandros en moto se aparezcan a impedirles su legítimo derecho a la protesta. Y, como en Cuba, el día que Saverio trató de hacer un mitin frente a la sede del PSUV de Catia le dieron una golpiza tan fuerte que le dejaron inconsciente y con varias costillas fracturadas.
Eso es lo que quieren hacer ahora, pero en todo el país. Generar el mismo pánico de este a oeste, extender ese Estado represor que hasta ahora había funcionado solo en las zonas populares – las que más le temen a la hora de la chiquita–, para que todos los ciudadanos nos acostumbremos a vivir jodidos y en silencio, como en los barrios. Que hagamos las colas frente a los supermercados pero sin decir ni esta boca es mía. Que nos calemos a la partida de corruptos desfilando con sus camionetas blindadas y sus escoltas o a las hijas de Hugo dándose la gran vida sin explicar cómo, igualito que hacen los hijos de Fidel.
La broma es que en Cuba, hay que reconocerlo, el asunto partió de una epopeya. Unos barbudos en la sierra derrotando a un dictador. Y con ese cuentico, los cubanos se la calaron un tiempazo. Pasaron hambre, miseria y aislamiento “por culpa del imperialismo”, asunto que manejó Fidel como toda una hazaña colectiva.  Pero es aquí cuando a Maduro la chuleta cubana ya no le servirá  para nada, porque ni ha demostrado liderazgo ni valentía a la hora de la verdad, ni cuenta con el más mínimo respeto popular que le permita mantener a un pueblo hambriento y calladito demasiado tiempo.
Ya veremos a sus colectivos rodeando quién sabe a quién, cuando no les lleguen los “recursos” ni el hamponato común les alcance para hacer mercado. Ya veremos a los colectivos recibiendo gas del bueno, como toda la gente.

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