¿GOBIERNO DE TRANSICIÓN?
Luis Pedro España
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Hay algo que nunca deberíamos olvidar. Los libros no se equivocan. Igual que en medio del festín petrolero y de la cháchara misionera la teoría económica nos decía que los números de consumo y crecimiento eran insostenibles, y más temprano que tarde veríamos las consecuencia de tan insensatas políticas en forma de pobreza y recesión, en el presente no hay forma de seguir gobernando con la lógica del pasado sin que se comprometa seriamente la estabilidad.
Hoy es más que evidente que el país vive una etapa histórica caracterizada por la transición. Por un inminente cambio político que nos conducirá a una realidad muy distinta, ojalá que pronta y para mejor, de aquella con la que tanto y por tanto tiempo nos amenazó el gobierno.
El gobierno de Nicolás Maduro, independientemente de lo que dure en el tiempo, será recordado como un período de transición. Difícil saber si será virtuoso, como el de Valentín Paniagua en el Perú, o accidentado y complejo como lo fue la transición posgomecista en nuestro país.
En todo caso, partidarios o no del gobierno, todos sabemos que estamos en pleno trance de tener que hacer las cosas diferentes, de cambiar la política económica, de reordenar la forma de hacer política y de intentar nuevamente la reinstitucionalización del país, luego de que las prácticas autocráticas, características de como se fue manejando el país, no pueden mantenerse, porque no pueden heredarse.
En materia económica es más que obvia la realidad de transición. La ilusión del socialismo petrolero, esa forma de entender la economía mitad de enclave, mitad de supervivencia, por muy fructífera que fuera para mantener de rodillas a los agentes económicos, necesitaría un nivel de precios del petróleo varias veces mayor al actual. Debimos vivir meses y hasta años de desabastecimiento e inflación para que se entendiera que sin producción nacional la renta petrolera, no importa su tamaño, simplemente no alcanza para cubrir necesidades y aspiraciones de los 30 millones de almas que ocupan este territorio.
En materia política ocurre otro tanto. De la chistera que dejó el mago ya no salen conejos. Se ha convertido en un saco de gatos, de tendencias encontradas y de ideas poco o nada pragmáticas que no ayudan a orientar la transición hacia un nuevo país. Por más que busquen en el legado, el “plan de la patria” o en los cuentos del arañero, en todos ellos no encontrarán más que generalidades, buenos deseos o lista de intenciones que no esbozan ni un solo “cómo”, dado que ya no cuentan con la varita mágica de los altos precios del crudo.
Este gobierno de transición será reconocido de esa manera pero a posteriori. A sí mismo no se reconoce de esa manera y, claro está, los ciudadanos de hoy tampoco creen que lo sea. Desde la perspectiva del ahora, solo se trata de un mal gobierno, que se resiste a hacer la transición política y económica de un país que cada vez luce más inviable.
En su intento por mantener un orden de cosas imposible, se hace cada vez más violento e intolerante. La represión es el signo de su resistencia a adecuarse a los tiempos. Somos la vergüenza de un continente que va dejando la fuerza bruta a un lado para tratar de gestionar sus conflictos y diferencias más con instituciones que con populismo, más con inclusión que con polarización y con más progreso que igualitarismo ramplón.
La autocracia del pasado nos dejó sin instituciones con las cuales canalizar las diferencias y gestionar la transición del presente. Es por ello que al gobierno lo que le queda es la vuelta al “plan de machete” como única respuesta que se tiene a las protestas (ya no importa si pacíficas o no), o la lista de conspiradores como forma reiterada de criminalizar a la disidencia.
El endurecimiento de la línea contra el cambio es otro de los indicadores de su inminencia. Como decíamos al principio, los libros no se equivocan, el problema es que no sabemos cuándo tendrán la razón.
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