Editorial Tal Cual
La verdad es que fue un desastre para el gobierno venezolano su comparecencia ante el Comité contra la tortura de las Naciones Unidas.
Y no sólo porque su delegación tuvo que enfrentarse a un equipo de muy consecuentes profesionales del oficio de proteger los derechos humanos, sino por la notable debilidad intelectual de sus miembros. El que la presidía, José Vicente Rangel hijo, no hizo sino repetir las tristes letanías mendaces de la revolución cuando se le exigía respuestas concretas y racionales a las acuciosas preguntas que se le hacían, a las terribles acusaciones que estaban sobre el tablero. La delegada de la Fiscalía, M. Berthé, marcó un hito cuando dijo que se “despreocuparan” de la violación de la juez Afiuni porque no había puesto la denuncia formal. Lamentable.
Pero lo interesante del asunto es que una serie de acontecimientos que en el país, a pesar de las críticas opositoras, envueltos en la verborrea oficial inagotable, en las garras del poder omnímodo, en el sopor de buena parte de la conciencia nacional terminaron por “normalizarse”, por archivarse, ahora, en otro escenario, a lo mejor el más visible del mundo, se trocan en lo que verdaderamente son, monstruosidades.
En general no solo suscitaron el repudio sino el asombro de los miembros de la comisión. No uno sino muchos terremotos hubiera causado en otro país el caso Afiuni, dice un comisionado. Otro asegura que es la primera vez que ve un caso semejante, una juez agredida, encarcelada, y violada, simplemente por cumplir sus funciones, dice otro. Valga la penar recordar que este fue el máximo atentado de Hugo Chávez contra la autonomía del Poder judicial, no sólo por lo macabro del caso sino por el efecto aterrador sobre los otros jueces que osasen disentir de la directriz ejecutiva.
Otro tema anonadante para los comisionados: el magistrado Damiani acepta que solo un tercio de los 1.600 jueces lo es por concurso, los dos restantes viven en la mayor precariedad e inestabilidad laboral, a merced pues de los jerarcas.
Pero también preguntan por qué usan la Fuerza Armada para reprimir manifestaciones, ¿estado de excepción, de emergencia? O qué son esos colectivos armados, sin dios y sin ley. ¿Cómo se explica que de 9.000 denuncias de torturas en ocho años haya solo doce agentes del orden sometidos a juicio? ¿Por qué anda suelta la torturadora de Marvinia López, la que le daba con el casco en la cara, tan fotografiada en su atrocidad, casi un símbolo de los desafueros gubernamentales de los recientes meses de protesta? Y la “tragedia” de las cárceles, con sus centenares de muertos anuales y su armamento, inhumanamente sobrepobladas. Y las mujeres detenidas violadas o humilladas. Y los patriotas cooperantes, esos perversos mirones de la vida de los otros, cuyo testimonio condena. ¿Y las más de cien denuncias de torturas y malos tratos ignoradas durante las protestas que se iniciaron en febrero? ¿Y el aislamiento y la vejación abyecta de López y los alcaldes presos? Por último, cuándo dejan ir a la comisión a Venezuela para ver directamente lo que pasa, cuándo.
Total que nunca la revolución bonita y humanista se mostró tan fea e inhumana y ante el planeta entero. Un verdadero cotejo entre la barbarie local y ciertos principios cada vez más asentados en la comunidad internacional, al menos en la parte más iluminada de ésta. Tanto fue así que José Vicente Rangel, padre es padre, trató de poner un recatado manto sobre esa vergüenza, diciendo el domingo que la oposición había sufrido dos grandes derrotas: la victoria de Dilma Rouseff y la entrada de Venezuela en el Consejo de Seguridad. Muy curioso, porque doña Dilma es mujer respetable, además ganó por un milímetro, lo que equilibra mucho el país, y no le gustan las niñeras y las injerencias. Y en cuanto al Consejo de Seguridad son honores a compartir con adecos y copeyanos y, mutatis mutandi, unos cuantos sátrapas del planeta. Nada, a los déspotas les suele ir mal cuando se les caen los disfraces.
Fernando Rodríguez
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