COLORÍN, COLORAO
Leandro Area
Al contrario, este cuento no se ha acabado y a cada rato pareciera estar comenzando de nuevo en una realidad que patina sobre sí misma y se hunde más. El gobierno venezolano no encuentra forma de salir de este embrollo y más bien, terco hasta la risa ajena, llevándose al país en los cachos, sigue insistiendo en la epopeya de la liberación que ha venido a parar, cuándo no, en pobreza, injusticia y atraso. La política, la economía, la vida cotidiana han sido confinadas a un cerrojo manejado por quienes se hacen representar por el color rojo en lo que comunismo y sangre tienen de mensaje cifrado.
Lo del descenso en los precios petroleros y sus consecuencias sobre la vida de la nación no ha hecho si no regurgitar en el rumiante heliogábalo que son lo que era ya una indigestión social incontenible. Fracaso del modelo económico alternado paradójicamente con bonanza irreal pero peor aún, mal administrada por medio de despilfarro, creación de falsa ilusiones, analgésicos anti ácidos y anti flatulentos, trajeron estos barros.
No pienso que corrupción, dádivas o propinas hayan bajado sus santamarías por esta crisis petrolera, ya que el negocio político del gobierno depende en buena parte de estos compinches. Esa es una economía que se mueve con distintos resortes y de ser así, viendo el desmadre moral que nos comparsa, no me imagino aún al Sindicato Único de la Corrupción, en razón de glamour más que otra cosa, haciendo huelga de hambre demandando derechos.
Las salidas asomadas por estos gobernantes han sido las de siempre: retórica provocadora, mayor endeudamiento externo, más impuestos y represión. Los errores no se discuten, las alternativas no se plantean, pues sería confesar desde su lumpia heroica que fracasaron.
Y aunque los cuentos se puedan alargar hasta el hartazgo, es de suponer que en algún lugar de eso que los románticos llaman la “conciencia social” existe una dormida sensibilidad que los dirigentes políticos deben ayudar a despertar. Por el momento esa opción sigue patrullada por los dueños del socialismo monopólico que dominan la realidad mental de nuestro prójimo desde la hegemonía militar y mediática.
Ya pasadas las esperanzas frígidas de los que aspiraban a cargos y a mayor democracia en el TSJ o en el CNE, otros cuentos corren. Que si el del estallido social provocado y propiciatorio de un golpe desde dentro o desde fuera, por ellos mismos o por otros; que si el espontáneo, producto del acumulado descontento social que ahora no ve salida en esperanzas arratonadas de bolsillos vacíos mientras que los de sus pares revolucionarios se llenan a mares.
Faltará en esta historia más de un capítulo para que la democracia, palabreja con la que nos llenamos la boca fácilmente, cobre su sentido real que no es sino en sugerido en la metáfora del derecho irrenunciable que tiene cada quien para alcanzar la libertad de sentirse a sí mismo dispuesto y sin ataduras para emprender los desafíos que su pasión le exigen.
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