EL FIN INMINENTE DE LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA
Oscar Arias Sánchez
No sé cuántas veces hemos creído, a lo largo de los últimos 15 años,
que Venezuela está al borde del cambio, que ya no puede soportar, que
algo tiene que ceder. Y sin embargo, el régimen chavista ha persistido a
pesar de los augurios que desde sus inicios vaticinan el fin inminente
de la revolución bolivariana. ¿Qué explica esta resiliencia? ¿Cómo se
entiende que un sistema claramente anti-democrático haya logrado
resistir tantas presiones y continúe, al menos hasta hace poco,
recibiendo el apoyo del electorado?
Sobre esto se han escrito
volúmenes y se escribirá todavía mucho más. Venezuela al inicio del
siglo XXI seguirá fascinando a los académicos y los analistas durante
décadas por venir. Pero es innegable que dos piedras angulares de la
supervivencia del régimen chavista han sido el desempeño económico,
sustentado sobre el comercio del petróleo, y la popularidad de su líder
(en su momento Hugo Chávez y después, en menor medida, Nicolás Maduro).
Creo que todos podemos coincidir en que estas dos fuerzas se encuentran
hoy en el peor estado registrado desde 1999. La acelerada caída en el
precio internacional del petróleo, y el consecuente deterioro de las
condiciones fiscales de un gobierno que acapara casi la totalidad de los
servicios esenciales, han impactado la vida cotidiana de los
venezolanos en una forma que, ahora sí, parece insostenible.
Es un
cliché decir que el dilema actual del chavismo es la “crónica de una
muerte anunciada”. Pero es la verdad. Maduro puede hacer todas las
contorsiones retóricas posibles, calificando la situación de “guerra del
petróleo” y de intento de “colonización mediante el colapso económico”,
pero ningún otro país en años recientes ha dispuesto de mayores
recursos con peores resultados. Ningún otro gobierno ha dilapidado sus
ingresos de una manera tan temeraria. Nadie más que el régimen chavista
es responsable por esto. No hay conspiración internacional que explique
que las colas para comprar harina o jabón duren dos días. Eso solo se
explica por la existencia de un gobierno corrupto, ineficiente, dedicado
al culto de la personalidad y obsesionado con ocultar el fracaso de un
modelo que ya no hay forma de subvencionar.
Amartya Sen demostró
célebremente que nunca se ha registrado una hambruna en una democracia
consolidada. En cierta forma, la situación por la que atraviesa
actualmente Venezuela no solo demuestra su déficit fiscal, sino también
su déficit democrático. Las instituciones que han sido socavadas a lo
largo de los años, la iniciativa empresarial que ha sido obstruida, la
oposición que ha sido suprimida, la separación de poderes que ha sido
anulada, son fuerzas que hubieran evitado que el país se acercara tanto
al borde del despeñadero. Una democracia canaliza el descontento popular
con eficacia. Una democracia rectifica errores con prontitud. Chávez y
Maduro se encargaron de ahogar esa capacidad de respuesta. Ahora Maduro
más bien aprieta el puño con mayor fuerza, intentando acallar a quienes
alzan la voz. Que Leopoldo López esté en la cárcel, que María Corina
Machado enfrente un juicio digno de una novela de Arthur Koestler, no
hace sino confirmar que el gobierno ha perdido el control.
No
debemos cometer el error de dar por sentado el fin de una era. Antes
bien, es la responsabilidad de todo demócrata, y no solamente de los
venezolanos, ayudar para que Venezuela logre hacer una transición
democrática. La crisis de legitimidad del régimen chavista tiene que ser
contrarrestada por la legitimidad de la oposición. Estamos frente a una
verdadera coyuntura histórica. Nos corresponde a todos colaborar para
que ocurra un cambio, y ocurra de forma pacífica.
La prioridad no
debe ser remover a una persona específica. Eso es un error que otros
países han cometido, derrocando líderes cuya salida no tuvo efecto sobre
la situación real. La prioridad debe ser la institucionalidad
democrática. Lo que es indispensable es restablecer el Estado de Derecho
y la separación de poderes. Lo que es indispensable es abandonar la
perversa intromisión de las fuerzas armadas en la vida civil. La
legitimidad de la oposición debe derivarse de su adhesión a ciertos
principios, no de su ataque a ciertas personas. Debe derivarse de su
compromiso con el respeto a la institucionalidad y de su negativa a
utilizar la violencia como moneda de cambio. En este momento, nada es
más apremiante que la situación de desabastecimiento y racionamiento.
Cuando se trata de las necesidades más básicas, el riesgo de violencia
escala. Por eso, hoy quiero realizar un llamado a la oposición para que
ejerza un liderazgo responsable.
Y realizo también un llamado a la
comunidad internacional para que vuelque sus ojos sobre Venezuela.
Conozco bien la dinámica de las relaciones internacionales. Sé que
existe una competencia por la atención a nivel global, y que Venezuela
comparte el escenario con regímenes que presentan un riesgo más cercano
para las potencias mundiales. Sin embargo, quiero subrayar que estamos
en un punto de inflexión: en una Venezuela postrada económicamente, y
aislada políticamente, la presión internacional puede generar resultados
positivos. La primera condición debe ser, como lo he dicho muchas
veces, la liberación de todos los presos políticos. Cada día que
Leopoldo López pasa en la cárcel, cada día que se arrestan oficiales
electos o estudiantes, es una violación a los derechos humanos, a la
Carta de las Naciones Unidas y a la Carta Democrática de la Organización
de Estados Americanos.
La liberación de los presos políticos debe
ser el primer paso de una estrategia que lleve a un pleno
restablecimiento de la democracia en Venezuela. Aunque comprendo las
diferencias de la situación actual en Venezuela con otras transiciones
en la historia mundial, también creo que hay lecciones que no deberíamos
olvidar. Mandela no hubiera logrado nunca el fin del apartheid si no
hubiera pensando en el propio de Klerk, en el Partido Nacional y en el
papel que habrían de jugar en la transición sudafricana hacia la
democracia. No es la división ni la venganza lo que llevará a Venezuela a
un mejor futuro, sino la inclusión pacífica e inteligente.
Yo
confío en que ha llegado la hora. Confío en que los venezolanos sabrán
reconocer que el régimen chavista pudo haber tenido, en sus inicios,
intenciones nobles, pero su fracaso es indiscutible. El modelo económico
que quizás alguna vez estuvo inspirado en la justicia social, ha
desembocado en la escasez y la necesidad. No hay que ser de derecha ni
de izquierda para admitir que no vale la pena preservar algo por su
promesa. Las cosas se preservan o desechan por sus resultados. Es hora
de evaluar un experimento político que, como tantos otros, se sostuvo
sobre el espejismo de la bonanza económica que trae un boom en los
precios de productos primarios. Es hora de adoptar un régimen que se
sostenga, de una vez y para siempre, sobre valores democráticos.
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