ANGEL OROPEZA
Si la
buena vida y las delicias del poder y las riquezas no hicieran más
soportables las tensiones y el stress, uno casi que pudiera sentir
lástima por nuestros amigos del madurocabellismo. Porque el drama al que
se enfrentan no es, ciertamente, nada fácil.
Los
últimos estudios arrojan que, en promedio, más del 80% de los
venezolanos considera que el país marcha por mal camino. Además, 7 de
cada 10 venezolanos duda de la capacidad de Maduro para resolver los
problemas actuales del país. Para colmo, hay un terremoto de
transiciones de lealtades políticas a lo interno del mundo oficialista.
Ante la
realidad inocultable de una Venezuela que se cae literalmente a pedazos,
¿cómo hace el gobierno para explicar a los suyos la tragedia que
vivimos, ya que no funciona ni negarla ni esconderla? Pues bien, sólo
hay 2 explicaciones posibles:
- Una, que el modelo económico-político militarista implosionó, lo que implica reconocer que el “legado” del expresidente Chávez fue sólo una sarta delirante de errores, disfrazados por un manto de gastados clichés, y que se sostuvo sólo por unos precios del petróleo artificialmente altos. En otras palabras, un modelo que estaba condenado al fracaso por su inviabilidad estructural, y que sólo sirvió para labrar grandes fortunas a unos pocos y someter a la población a un proceso de empobrecimiento inédito. Baste sólo recordar que según la Encuesta Social 2014 realizada por la UCAB, la UCV y la USB, la pobreza en Venezuela alcanzó ya al 48,4% de los hogares. Además, de los 3.5 millones de hogares que para 2014 estaban en condición de pobreza, un 33% corresponde a “nuevos pobres”.
- La segunda explicación, ya que la
primera –aunque correcta- no se puede aceptar sin correr el riesgo de
renunciar a la fuente originaria de fortunas y poder, es recurrir a la
tesis de que el gobierno es víctima de una conspiración, esta vez
titulada “la guerra económica”, que viene a ser pariente cercana de la
ya prostituida “guerra psicológica”, prima de los interminables
“magnicidios”, y familia de la ya gastada teoría de las conspiraciones y
conjuros.
Pero, ¿cuál es el problema que enfrentan nuestros burócratas con la segunda explicación? Pues sencillamente que casi nadie les cree. Según Delphos (enero), poco más de 80% de los venezolanos cree que la principal causa de lo que vive el país no es una guerra económica, sino la mala administración de Maduro. Y según Hercón (enero), sólo 9.5% de sus encuestados cree que Venezuela sufre de tal “guerra económica”.
Era
entonces urgente hacer algo para que el cuento de la conspiración
resultara algo más creíble. Y, por supuesto, nada mejor para esto que
acelerar la radicalización, buscarse unos chivos expiatorios para
mostrarlos como supuestos responsables y, en consecuencia, aumentar la
represión. De hecho, en lo que va de 2015 el gobierno ha anunciado la
detención de más de 20 empresarios y gerentes de distribuidoras. Además,
si los venezolanos sufren escasez por culpa de los acaparadores,
bachaqueros y comerciantes inescrupulosos, la solución lógica al
problema, según la mentalidad primitiva del militarismo gobernante, es
endurecer las sanciones para mantener indefinidamente un modelo que no
funciona.
La lección
de Farmatodo y Día a Día, por citar sólo los ejemplos más conocidos, es
que el gobierno está dispuesto a lo que sea con tal que no le carguen
la factura de la escasez, y justificar el argumento risible de la
“guerra económica”.
Lamentablemente,
lo cierto es que la crisis se va a agravar, Y frente a ello, el
gobierno parece convencido que la única esperanza de la permanencia de
la revolución es acelerando la polarización y dividiendo el país en dos:
los que todavía se cree que pueden ser seducidos, y los que se busca
doblegar por el miedo. El radicalismo político es así necesario para
acompañar al radicalismo económico, y ambos surgen de la necesidad, casi
existencial, de hacer creíble que el “legado” no es un fraude.
Angel Oropeza – @AngelOropeza182
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