BEATRIZ DE MAJO
Los
Estados, en sus relaciones mutuas y en su búsqueda de eficiencia y de avances
concretos, tienden más a bilateralizarse en la hora actual que a interactuar
entre grupos numerosos de naciones. A lo largo del siglo pasado las únicas
instituciones multilaterales que tuvieron éxito en sus propósitos, y
garra en sus ejecutorias fueron las que apuntaron a un objetivo de
carácter muy específico, con una meta e instrumentos bien definidos y, por lo
general, reunieron a un número limitado de países.
Es un
hecho cierto que cuanto más vasto y poco explícito el objetivo común, menos el
órgano que los reúne tiende a mostrar resultados positivos y no pasan de
celebrar encuentros donde se emiten declaraciones de buenas intenciones que no
se traducen en progresos concretos ni individual ni colectivamente.
Ni la
ALAC ni la Aladi, por ejemplo, mostraron resultados espectaculares como
órganos de integración y de impuso del comercio por lo excesivamente vasto de
su espectro de acción, mientras que esfuerzos más limitados como el Pacto
Andino, el Mercado Común Centroamericano o el viejo Mercosur llegaron a
alcanzar algunos frutos de significación.
La
distancia entre las doctrinas y modelos de desarrollo que aplican los países
miembros o los tamaños comparativos de las economías envueltas en un esfuerzo
de esta naturaleza se conjugan para hacer muy empinada la cuesta de la
integración o incluso de la cooperación, sobre todo cuando estas organizaciones
involucran aspectos de supranacionalidad en sus decisiones, lo que las torna
inoperantes o extremadamente lentas en su evolución.
La triste
historia de la integración continental y subregional ha sido esa.
La Celac
no se salva de esa evolución inevitable y ya lo estamos viendo en el abordaje
de los temas que se tratan en su seno, los que no producen sino meras
declaraciones de intención cuyo contenido está tan diluido como un criollito
guayoyo. Es el diseño original de los organismos lo que determina esa
poca garra que se traduce en resultados vagos, tibios, inoperantes y que
aportan poco o nada a las necesidades nacionales. Si polititización es otra
tara no de diseño pero si de operación.
Tanta
fanfarria en torno a la pasada Cumbre, la III, para que su documento de
cierre no sea sino otro bodrio que ni siquiera es contundente en los aspectos
que trató en su agenda de deliberaciones, y eso que el tema del combate a
la pobreza es un elemento básico de la estrategia interna de cada uno de los 33
países.
En
contraposición otros nuevos intentas de cooperación que han nacido en nuestra
región si vienen concretando acciones vanguardistas que terminarán por hacer
importantes aportes al desarrollo de quienes se han sumado a participar. La
iniciativa de la Cuenca del Pacífico, ya se vislumbra como un hecho económico
multilateral de envergadura que no tardará mucho en dinamizar al comercio de la
región con Asia.
La
coyuntura económica actual está haciendo que otros mecanismos de interacción o
de integración se tambaleen – como es el caso de la Unión Europea. Es, por
tanto el momento de dotar a las instituciones que recién hemos creado de
consistencia y deslastrarlas de la contaminación política que no reporta ningún
beneficio. De lo contrario su utilidad seguirá siendo nula y su aporte a los
problemas de los países y de la región, inexistente.
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