PEDRO PALMA
Durante el segundo semestre de
2014 y primer trimestre del presente año, el dólar estadounidense se ha
fortalecido notablemente con respecto a otras monedas de las economías
industrializadas y a las de los países emergentes, las latinoamericanas
entre ellas. El sostenido crecimiento experimentado recientemente por la
economía norteamericana parece indicar la consolidación de su
recuperación, después de los devastadores efectos de la crisis
financiera que estalló en 2008. Eso ha llevado a las autoridades de la
Reserva Federal a anunciar el fin del programa de estímulo monetario que
ha estado implementando durante varios años, por considerar que ya no
se necesita seguir creando masivas cantidades de dinero para adquirir
bonos del Tesoro, con el fin de inyectar grandes volúmenes de recursos
para incentivar la actividad económica. Ese anuncio ha generado la
expectativa de que las tasas de interés subirán en Estados Unidos,
haciendo cada vez más atractiva la adquisición de dólares, para
beneficiarse de su fortalecimiento y del mayor rendimiento esperado.
Ese
arbitraje a favor de la moneda norteamericana se potencia por la
implementación de políticas monetarias expansivas en Japón y en Europa,
economías que buscan estimular su crecimiento a través de la inyección
de dinero, tal y como lo hizo la Reserva Federal en años recientes. De
esta forma, la conversión de abundantes yenes, euros o libras esterlinas
por dólares explican en buena medida la apreciación de la moneda
norteamericana con respectos a esas otras divisas durante los últimos
nueve meses, siendo esta de 15% a 16% con respecto a las monedas
japonesa y británica, y más de 24% con respecto al euro.
Múltiples
son las consecuencias de un proceso de apreciación del dólar como ese.
Por una parte, los exportadores norteamericanos pierden competitividad,
pues sus productos se le encarecen a los importadores de aquellos países
cuyas monedas se han depreciado, limitando las exportaciones
norteamericanas. Por el contrario, los exportadores europeos, japoneses y
latinoamericanos se benefician, pues la depreciación de sus monedas
abarata en Estados Unidos sus productos manufacturados, estimulando sus
exportaciones. Adicionalmente, cuando el dólar se fortalece los precios
de los commodities que se valoran y transan en esa divisa
tienden a bajar, pues los importadores de los países cuyas monedas se
han depreciado tienen que pagar más para obtener los dólares que se
necesitan para adquirirlos; ello reduce su demanda haciendo que los
precios bajen, máxime ahora que China ha moderado su demanda debido a la
desaceleración de su economía. Si bien el abaratamiento de esos
productos básicos beneficia a los consumidores de las naciones que los
importan, eso también reduce las exportaciones de los países emergentes
que los producen, haciendo que sus monedas se deprecien con respecto al
dólar, que sus economías se desaceleren o entren en recesión y que, a la
larga, importen menos, en especial de Estados Unidos.
Eso
es particularmente relevante en el caso del petróleo, siendo esa una de
las razones que explican el reciente desplome de los hidrocarburos,
conjuntamente con la situación de sobreoferta existente. Por ello, las
monedas de los países que exportan petróleo, como el peso colombiano y
el bolívar, se han depreciado con respecto al dólar más intensamente que
las de otras economías latinoamericanas, siendo la situación del
bolívar un caso extremo, debido a la altísima dependencia que tenemos de
la renta petrolera. Eso implica menores ingresos de dólares, una fuerte
depreciación de nuestra moneda y el encarecimiento de lo que
importamos, traduciéndose todo ello en escasez, mayor inflación, caída
de la capacidad de compra de los ingresos de las personas y severas
pérdidas patrimoniales, lo cual genera una fuerte recesión, mayor
desempleo y empobrecimiento de la población.
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