SERGIO RAMIREZ
La primera pregunta que escucho acerca de Nicaragua es en qué se
parece esta segunda etapa de la revolución a la primera. Es lo que he
oído a los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de Madrid, y a
los de la Universidad de los Ozarks, en Arkansas, en los últimos días.
Mi repuesta es que no hay tal segunda etapa de la revolución.
La pregunta es justa, porque Daniel Ortega, presidente sandinista de
los años ochenta, lo es hoy otra vez, a partir de las elecciones de
2006, y luego fue reelegido en 2011. Ahora no sabemos si será candidato
de nuevo, o lo será su esposa, que gobierna junto con él.
El poder actual pretende envolverse en la misma retórica
revolucionaria de aquellos años. Pero se trata de un discurso que suena a
imitación, o falsificación. Imperialismo, burguesía, soberanía
nacional, socialismo, son palabras de ese viejo diccionario que
perdieron su significado, porque el mismo poder se lo ha quitado. O hay
que leer ese discurso al revés, como si fuera todo lo contrario.
No hay ningún traslado real de la riqueza a manos de los más
desamparados. El 48% de la población subsiste con menos de 2 dólares al
día, y de entre ellos, la mitad subsiste con menos de 1 dólar al día.
Nicaragua ocupa uno de los tres últimos lugares en los índices de
miseria de América Latina, junto con Haití y Honduras.
El discurso de defensa a ultranza de la soberanía nacional en contra
del imperialismo yanqui no es más que retórica. Los intereses de la
seguridad nacional de Estados Unidos en Centroamérica y el Caribe no
tienen ya nada que ver con la antigua guerra fría, como lo demuestra el
inicio de la normalización de relaciones con Cuba.
En un artículo publicado recientemente en Bloomberg, se cita a
William Brownfield, subsecretario de Estado para Narcóticos, diciendo
que “los esfuerzos del Gobierno de Nicaragua para proteger a su pueblo y
su territorio de las actividades de los traficantes de droga han sido
muy positivos”, lo cual es más importante, afirma, que los “diversos
elementos complicados” en las relaciones de Estados Unidos con
Nicaragua. La cooperación para detener cargamentos de drogas es lo
estratégico en estas relaciones, no la democracia.
Esta posición demuestra que la progresiva desaparición del sistema
democrático en Nicaragua no es motivo de preocupación de Estados Unidos,
ni tampoco de ningún país relevante, en un mundo conmocionado por la
amenaza del terrorismo yihadista y el califato islámico, igual que por
el creciente poder de los cárteles internacionales de la droga.
El credo del general Sandino, que inspiró la lucha del Frente
Sandinista, estuvo basado en tres principios básicos: soberanía
nacional, democracia y justicia económica. En su resistencia contra las
tropas de ocupación de Estados Unidos hasta que logró su salida de
Nicaragua, la defensa de la soberanía nacional fue lo más relevante. Y
ahora ha sido entregada a China.
La idea de la construcción de un canal interoceánico ha gravitado
sobre nuestra historia desde los tiempos de la colonia, y Estados Unidos
le impuso a Nicaragua un tratado en 1914 para construir ese canal, algo
que nunca hizo. Ahora, Wang Ying, un desconocido millonario de Pekín,
100 años después, es el nuevo amo y señor de la soberanía nicaragüense,
como concesionario del canal a través del Tratado Ortega-Wang, con
duración de 100 años.
Ortega ha sabido tocar un resorte de esperanza muy antiguo en el alma
de los nicaragüenses. Cuando la construcción del canal se anunció en
2013, se prometió la creación de un millón de nuevos puestos de trabajo,
una cifra estrafalaria. Ahora ha sido reducida a 30.000 empleos de baja
categoría, mientras los puestos mejor cualificados serían para los
chinos que llegarían masivamente al país para hacerse cargo de las
obras.
La revista The Economist, en un análisis del estado democrático en el
mundo, divide a los países entre democracias plenas e imperfectas, y
regímenes autoritarios e híbridos. Nicaragua es enlistada entre los
“regímenes híbridos”. En estos sistemas, afirma el análisis, existen
irregularidades sustanciales en las elecciones que usualmente las alejan
de ser libres o justas, y existen serias debilidades institucionales.
En este mismo grupo estarían también Ecuador, Honduras, Guatemala y
Bolivia.
Pero la frontera entre regímenes autoritarios y regímenes híbridos es
muy tenue, y ya Nicaragua ha avanzado no pocos pasos para adentrarse en
ese oscuro territorio de la ausencia de democracia. Ortega, o su
esposa, se impondrán de cualquier manera en las elecciones
presidenciales de 2017.
Pero los Gobiernos familiares han terminado siempre en grandes
desastres políticos. Las tensiones empezarán a manifestarse y crecerán
en la medida en que las esperanzas creadas por el discurso populista de
Ortega se agoten, sobre todo con el final de la cooperación de
Venezuela, que debe enfrentar los bajos precios del petróleo, el
desabastecimiento, la inflación y una crecida deuda externa de corto
plazo.
Y otro punto importante de inflexión será el fracaso del proyecto del
canal, percibido hoy como una gran esperanza, y que se convertirá en
frustración cuando el tiempo demuestre que no era sino un invento
desalmado.
Sergio Ramírez es escritor
No hay comentarios:
Publicar un comentario