JOSHUA GODDMAN
ASSOCIATED PRESS
No hay manera de que pase desapercibida la montaña de hollín tóxico
que se yergue a un lado de la carretera sobre los soleados matorrales
del oriente de Venezuela.
La acumulación de un derivado del
petróleo conocido como coque no es sólo un peligro ambiental que
contamina el aire de las comunidades vecinas, sino un un símbolo de
desaprovechamiento y de la promesa incumplida de la industria petrolera,
que hoy día resulta más vital que nunca para la salud económica de
Venezuela.
Durante años, la petrolera estatal PDVSA exportó coque
con grandes ganancias. Pero un incendio en 2009 inhabilitó una banda
transportadora que lo llevaba a los barcos. Desde entonces las
exportaciones casi se han paralizado y el residuo se ha ido acumulando,
lo que representa millones de dólares al día en ingresos perdidos en una
era de profunda crisis económica marcada por carestías generalizadas y
una inflación desbordada que alcanza el 68%.
Se suponía que así no iban a ser las cosas.
Las negras dunas se asientan a la entrada de lo que durante
mucho tiempo fue conocido como Faja Petrolífera del Orinoco y que el año
pasado fue renombrada como Faja Petrolífera Hugo Chávez, en honor al
difunto presidente.
En esa zona, del tamaño de Costa Rica, se
ubican las reservas petroleras más grandes del mundo, y cerca de la
mitad de la producción actual de crudo de Venezuela. Chávez viajó a esta
región, desarrollada por compañías estadounidenses en la década de
1930, cuando decidió terminar con la propiedad extranjera de la riqueza
petrolera nacional.
"No puede haber proyecto socialista si el país
no tiene el control de su riqueza, de sus recursos", declaró Chávez el
Día del Trabajo del 2007 al anunciar que cancelaría contratos de miles
de millones de dólares con las compañías petroleras extranjeras.
Pero
el mal manejo económico, agravado por el reciente desplome de los
precios del crudo, ha creado graves problemas para la industria
petrolera, dicen analistas.
Luego de una huelga en 2002-2003,
Chávez expulsó a miles de trabajadores de PDVSA y llenó la nómina con
partidarios del gobierno que carecían de capacitación y experiencia.
Mientras usaba los ingresos generados por los altos precios del petróleo
en proyectos sociales, la compañía acumulaba deudas y postergaba
inversiones. El resultado, de acuerdo con analistas, ha sido un continuo
declive en la producción, de 3,3 millones de barriles diarios en 1998
—el año previo al ascenso de Chávez al poder— a los actuales 2,4
millones de barriles.
El deterioro de la industria es evidente en
toda la faja petrolífera, desde las obras suspendidas de seis plantas de
prerrefinación necesarias para el transporte del crudo pesado de la
región, hasta los lotes vacíos en su mayor parte donde Chávez firmó
acuerdos de perforación con aliados antiestadounidenses como
Bielorrusia, Cuba e Irán.
Unos trabajadores que tomaban un
descanso junto a un camino sin pavimentar dijeron que, hace seis meses,
la empresa para la que trabajan —Tucker Energy Services, contratista de
PDVSA— les pedía preparar seis nuevos pozos cada semana. Ahora esa cifra
ha caído a la mitad, y temen que baje todavía más.
"Somos la chequera del país... si se va la chequera, se hunde el país", dijo el técnico Argenis Santos.
El
presidente Nicolás Maduro, cuya tasa de aprobación ha caído a cerca de
25%, no tiene más remedio que depender de PDVSA para ayudar a Venezuela a
recuperarse, y ha estado tratando discretamente de atraer de nuevo a
algunas de las empresas perforadoras extranjeras rechazadas.
Aun
en su deteriorado estado, el petróleo sigue siendo vital para la
economía, ya que representa 96% de las exportaciones. Y a diferencia de
la fractura hidráulica en Estados Unidos o de los pozos en aguas
profundas de Brasil, cuya explotación se ve amenazada por el desplome de
casi 50% en los precios del crudo, el volumen de petróleo venezolano de
fácil extracción haría rentable su producción casi a cualquier precio,
aunque no tanto a los niveles actuales.
Si bien la producción en
la faja se ha expandido gradualmente, ha declinado en viejos pozos de
otras regiones, y los economistas dicen que los proyectos en la región
avanzan demasiado lento para ayudar a mitigar la crisis o para acercarse
a la meta de Chávez de producir seis millones de barriles al día en el
2019. Algunas de las compañías estatales que Chávez trajo para remplazar
a las perforadoras privadas, como PetroVietnam y Petronas, de Malasia,
han detenido su producción o han abandonado el país debido a la
turbulencia económica local y a diferencias con el gobierno de Maduro.
Mientras
tanto, las exportaciones petroleras de Estados Unidos a Venezuela, en
gran medida aditivos para diluir el crudo pesado venezolano, se han
multiplicado por 12 en la última década debido a la falta de
mantenimiento en las refinerías locales.
The Associated Press solicitó reiteradamente una entrevista a PDVSA, pero la compañía no brindó ninguna.
Al
viajar por la desatendida región es fácil ver por qué la decisión de
Chávez de expulsar a las petroleras extranjeras sigue siendo popular.
En
el poblado de San Tomé, los campamentos de trabajadores llenos de
árboles construidos por la empresa Gulf Oil, de Andrew Mellon, dan
testimonio de las condiciones de vida discriminatorias que imperaron
durante décadas. Los estadounidenses gozaban de un club campestre en lo
que todavía se conoce como Campo Norte, mientras que sus colaboradores
venezolanos vivían en el menos espacioso Campo Sur al otro lado del
camino.
Francisco Rivas Lara, quien siendo un adolescente empezó a
trabajar en la industria petrolera venezolana en la década de 1940 como
asistente de oficina en Texaco, cree que la nacionalización fue el
camino correcto luego de décadas de dominio de las multinacionales.
Pero
dijo que la corrupción y el favoritismo para escoger a políticos en
lugar de a profesionales capacitados son responsables de la condición
actual de la industria.
"El dinero no tiene patria y las compañías
transnacionales no tienen corazón", dijo Rivas, quien dirige
actualmente el programa de ingeniería petrolera en la Universidad
Nacional Experimental de la Fuerza Armada Bolivariana. "La gente ha
confundido el socialismo con vagabundería, con sinvergüencería, con
corrupción y con robo".
Ante las crecientes presiones económicas,
Maduro ha aflojado algunos de los rígidos controles del país a la
inversión extranjera. A cambio de préstamos, las compañías reciben mayor
control de los proyectos y tienen acceso a un tipo de cambio más
favorable. Hasta ahora, Repsol de España y Chevron han aceptado la
oferta.
Los inversionistas también acogieron con beneplácito la
llegada de Eulogio del Pino como presidente de PDVSA, en remplazo del
añejo zar petrolero Rafael Ramírez. Del Pino, un tecnócrata educado en
la Universidad de Stanford, es visto como un personaje menos político.
Pero
los analistas dijeron que la mayoría de las compañías invierten lo
mínimo a la espera de que mejore el ambiente para negocios. En tanto, la
falta de divisas es tan grave que Maduro ha planteado la posibilidad de
vender la subsidiaria estadounidense de PDVSA, Citgo. También prometió
elevar los precios de la gasolina, que son los más bajos del mundo y que
muchos venezolanos consideran un derecho de nacimiento.
No obstante, parece improbable que tales medidas alivien la crisis económica.
"Sería
un milagro mantener los actuales niveles de producción", dijo Richard
Obuchi, economista y especialista en energía de Caracas. "La industria
necesita un salto de inversión que es prácticamente imposible dada la
incertidumbre económica".
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