ALBERTO BARRERA TYSZKA
Lo del mango es francamente extraordinario. No puedes dejar de verlo.
Es insólito. El presidente recibe la fruta directo en la cabeza. Se
agacha un poco. Luce azorado. No se lo cree. ¿Un mango? La gente se ríe,
comenta, lanza al aire expresiones, grita. Él parece confundido y, al
final, devuelve la fruta. A la distancia, Maduro parece incluso un poco
avergonzado. Y probablemente tiene razón. Ese pequeño suceso también es
un dato estadístico. Es una encuesta que tal vez jamás mencione
Hinterlaces. Es una contundente opinión sobre su gobierno, sobre su
figura. A Chávez jamás le hubieran lanzado ni siquiera una semilla de
parchita. ¿Qué está pasando? ¿Acaso ya no lo respetan? ¿Qué significa
esto? ¿Alguien recuerda cuando a George W. Bush le lanzaron un zapato?
En
la siguiente escena, el presidente está en Anzoátegui. Fresco,
sonreído. Parece otro. Cuenta la experiencia, habla de la cantidad de
mensajes que recibió en ese acto y, de pronto, menciona el mango. De lo
más seguro, de lo más McLuhan: el mango es el mensaje. Habla con
naturalidad y muestra la fruta con un texto escrito en gruesa tinta
negra. Un nombre, un teléfono, una llamada de auxilio. Resulta entonces
que dentro del mango hay una mujer que, como premio, recibirá un
apartamento. Olvídate de Twitter. La naturaleza ofrece una poderosa red
social, mucho más efectiva y directa. La vida es un guacal. Si quieres
resolver tus problemas, lánzale una patilla al presidente.
Lo que
realmente me parece extraordinario es lo que no podemos ver. Lo que
existe entre esos dos mangos. Esa línea de sombra y silencio que va de
una fruta a otra. Ahí se oculta un equipo de genios anónimos, una feroz
agencia de publicidad que combina tres elementos letales: mucha
creatividad, mucho dinero y ningún escrúpulo.
¿Quiénes son? ¿Dónde
están? ¿Cómo actúan? Tienen una capacidad de reacción admirable.
Trabajan con una velocidad y con una eficacia sorprendentes. En menos de
24 horas inventan y producen una ficción que convierte una burla al
poder en una breve telenovela que promueve al poder. Publicitariamente,
trabucan las debilidades en fortaleza. Son unos maestros del engaño
masivo. Con gente como esa, podrían realizarse muchas temporadas más de Mad Men.
Son los verdaderos reyes del capitalismo salvaje. Los profesionales del
marketing político. Los que día a día convierten la mentira en una
renovada verdad nacional.
No se trata de simple propaganda. Es
algo mucho menos artesanal. Se trata de un ejercicio permanente de
creatividad, de producción de sentidos. Se trata de una continua
invención de la realidad. El mango vacío cruza como una pedrada inquieta
y luego regresa domesticado, lleno de un significado distinto,
transformado en una nueva promesa.
Es un procedimiento que puede
aplicarse a casi todos los ámbitos. Las supuestas denuncias de Leamsy
Salazar contra Diosdado Cabello se devuelven convertidas en un supuesto
todavía mayor, en un tal Jim Luers, un vocero invisible que citan VTV y
Telesur, que sirve para legitimar que el poder demande judicialmente a
unos medios de comunicación. El oficialismo es, cada vez más, una
inmensa compañía actoral. Debe salir a escena a vender los nuevos
mangos. Para ser un buen revolucionario se requiere más oratoria que
ideología, más telegenia que disciplina, más histrionismo que moral. La
revolución es una ficción sin límites.
Entre lo que ocurre y lo
que el gobierno dice que ocurre hay siempre un acto imaginativo, una
ejecución virtual. Toma al azar cualquier caso: los asesinatos de Otaiza
o de Robert Serra; la crisis eléctrica y la reducción del horario
laboral de todas las dependencias públicas; la reservas de oro empeñadas
en un banco extranjero; la muerte de nueve personas en uno de los
edificios de la Gran Misión Vivienda… La realidad es un mango. Un mango
que hay que pintar rápidamente. Un mango que requiere otra historia.
Una nueva piel, un maquillaje diferente. Un mango que necesita
urgentemente ser inventado.
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