domingo, 30 de agosto de 2015

FRONTERAS Y CONTRABANDO

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HECTOR ABAD FACIOLINCE

Los problemas de fronteras se solucionan eliminando las fronteras. Como esto no es siempre viable para los gobiernos (porque a los dos lados hay intereses económicos y sistemas políticos incompatibles) entonces hay que tratar de solucionar el factor que genera más tensión y violencia en las fronteras: el contrabando de cosas.
El problema con las mercancías radica básicamente en tres aspectos: las protegidas, las subsidiadas y las ilegales. Si un país produce azúcar cara y protege a los productores de azúcar (caso de Colombia) entonces no dejará entrar azúcar barata pues eso afectaría la producción nacional. La verdad es que a quienes afecta es a los consumidores nacionales. El proteccionismo suele ser un negocio de familias y gremios y se soluciona abriendo las fronteras, pero su influencia política y económica no lo permite. Se dedican entonces ingentes recursos a reprimir el contrabando de azúcar. Doble derroche de recursos. La solución es abrir la frontera y dejar entrar el azúcar barato hasta que los precios se nivelen.
Se dirá que un país debe proteger la industria nacional. Suena bien, pero a la larga lo que esto genera es un problema peor: contrabando de telas, cigarrillos, carros, televisores, azúcar, etc. El proteccionismo solo funciona con una represión feroz en las fronteras, que genera corrupción en las autoridades. Para que nunca falle hay que crear un gobierno represivo como el de Corea del Norte. Es peor el remedio que la enfermedad. ¿Pero y la leche? ¿Debemos dejarnos inundar de leche subsidiada holandesa? Si Holanda fuera un país fronterizo, sí, pues no habría más remedio. Como está tan lejos, no, y hay que proteger a los lecheros, que no son pocas familias sino cientos de miles de campesinos.
Veamos ahora los productos subsidiados. Este no es tanto un problema de Colombia -que no subsidia casi nada- sino de Venezuela. El populismo venezolano intenta mantener tranquila su base electoral vendiéndoles barata la canasta básica: arroz, aceite, harina, huevos, medicamentos de primera necesidad. No es que estos productos se produzcan abundantemente al otro lado, sino que se importan con el precio del dólar falso. Un gobierno tiene derecho a subsidiar estas mercancías, pero si quiere que su política funcione tiene que blindar las fronteras, no dejando que esos productos se filtren a países limítrofes. La responsabilidad de que no se den esos trasvases es del país que subsidia, no del vecino que se mantiene abierto al comercio para que entre lo que quiera. Si la Guardia Nacional, el Ejército o la policía aduanera se dejan sobornar, el problema es del país que subsidia, no del país adonde entran los productos. Lo mismo puede decirse de la gasolina. Si Venezuela quiere regalar la gasolina, es un asunto soberano; pero no le corresponde a Colombia, sino a Venezuela, velar porque esa gasolina no pase la frontera. Colombia, en cambio, en vez de perseguir con ejército y policía este contrabando, debería cruzarse de brazos. Un país debe recibir todo lo que le regalen. ¿Que entonces no se vende gasolina nacional? Pues se exporta más cara.
Veamos los productos ilegales. Si son ilegales a lado y lado (como la cocaína), el país productor tiene que controlar la producción y el país receptor tiene que evitar el tránsito. Pero resulta que la cocaína es tan buen negocio que el país productor no da abasto para perseguir a los traficantes. Y al otro lado también es tan buen negocio que las autoridades se hacen las de la vista gorda y se enriquecen con dejar pasar. Ahí la culpa es compartida y la única solución es la seriedad: o se reprime en serio y no pasa ni un gramo, o se despenaliza y se deja el negocio en manos de los particulares. La primera solución se ha intentado durante decenios y no ha funcionado. Debería probarse la segunda.
¿Y las personas? Las personas nunca deberían ser tratadas como mercancías, ni aquí ni allá. La nacionalidad no da ni quita el atributo de seres humanos.

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