JORGE REVERTE
Hay países con los que la historia tiende a ensañarse de mala manera, como Venezuela, donde la tiranía está envuelta en un ropaje de inmaculada democracia. En Venezuela se cumple el primer requisito de la limpieza política, y es que los procesos electorales se desarrollan de manera muy pulcra: se vota y se cumple el mandato de las urnas.
Paradójicamente, Leopoldo López ha sido condenado a 13 años de cárcel, en la sentencia más injusta que se ha dado en América en muchos años. El juez que la ha dictado ha aplicado un año más de los que pedía el fiscal. Nadie en Venezuela ignora que es una sentencia que va contra la justicia, los que están a favor de ella y los que están en contra de esa monstruosidad.
Por una vez, en España, el stablishment y la mayoría de la oposición coinciden en su postura al respecto. La postura de Margallo y la de Felipe González resumen a la perfección lo que piensa el 90% del Parlamento. No nos importa lo que piensen los radicales nacionalistas vascos. Lo que importa en lo referente a lo sucedido cuando apoyan al Gobierno de Maduro y sus jueces domesticados es que estén ahí los que han votado una supuesta alternativa radical y progresista, como es Podemos y formaciones similares. Apoyar a Maduro y su gente es apoyar una variante del fascismo. Una variante que en este caso tiene una característica muy peculiar: da respaldo a una presunta democracia basada en el derecho colectivo. En Venezuela, la tendencia es esa. No se trata de los derechos individuales, sino de los derechos de los ciudadanos como pueblo. Porque, según Maduro, según Chávez en su momento, de lo que se trata es de defender la revolución bolivariana, y ya sabemos que la revolución se come casi siempre a sus presuntos beneficiarios. Leopoldo López es un demócrata, pero un obstáculo para la revolución. Entonces, se acaba con él, aunque sea pisoteando la justicia y la cabeza de López.
En una España atribulada por la puesta en cuestión de su propia existencia, la situación de López no preocupa, por supuesto, a Iglesias y compañía. Tampoco a los demás ensimismados en la identidad. De eso nos sobra en este país (o estos países).
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