FAUSTO
MASÓ
Después
de la alegría del triunfo electoral, algo inusual para la oposición en estos
años, vendrá la preocupación por el futuro. La MUD es una alianza electoral que
costó mucho trabajo lograr, pero sin la cual nadie llegaría hasta la Asamblea,
solo que después del 6 de diciembre esa alianza debe convertirse en política,
en un plan de acción conjunto para enfrentar al chavismo que seguirá en el
poder y hará todo lo posible para anular la Asamblea, con la ayuda de un
Tribunal Supremo obediente, y provocará así una grave crisis que de una forma,
u otra, abrirá las puertas a la vuelta de la democracia real. Un Maduro que
represente a una minoría en el poder, y también a una fracción del chavismo no
tiene futuro pero tiene el poder, sin ganas de dejarlo, porque más de un
funcionario teme con razón terminar en la cárcel.
Ese
es el drama político que se agrava porque la opción, lejana o cercana, de tomar
el poder, acentuará las divisiones en la oposición. Con todo su derecho,
Leopoldo sueña con pasar de la cárcel a Miraflores. Se anuncian tiempos
turbulentos, sin que nadie tome en cuenta la verdadera crisis, el naufragio
económico de Venezuela.
Este
es el peor gobierno de la historia venezolana, y probablemente uno de los
peores que haya conocido América Latina. El chavismo no piensa en el mañana,
sino en gastar y sobrevivir; en el pasado los partidos, tan criticados
injustamente, contaban con economistas y técnicos con una visión sobre el
futuro. Con la palabra revolución Chávez ocultó su ignorancia, su profundo
desconocimiento de los procesos revolucionarios mundiales, su pretensión
infantil de confundir la Venezuela de 1998 con la Cuba de 1958. Maduro heredó
esa pesadilla y ha sido fiel a su concepción ideológica, a pesar de que al
principio de tomar el poder algunos pocos chavistas intentaron un viraje.
Maduro lo rechazó y ordenó avanzar a toda máquina hacia la nada. Chávez poseía
una personalidad carismática, aunque su habilidad de poco le hubiera servido en
estos meses, como todo despilfarrador al que le tocan la puerta para cobrar las
cuentas pendientes.
¿Sabrá
la oposición responder a esta crisis?
Obviamente,
aprenderá a la fuerza, con los palos, igual que el país, pero pagaremos ese
aprendizaje que no se logrará de un día para otro. Hay la ilusión del milagro
petrolero, de que suba el precio del barril y otra vez salve a Venezuela, pero
será un consuelo por poco tiempo, porque en definitiva el petróleo ya, por sí
solo, no sostiene la economía nacional. Carlos Andrés, y el propio Caldera al
final, comprendieron esta verdad e intentaron abrir al país hacia nuevos
rumbos. No pudieron, en buena parte porque el país rechazaba el costo que
significa esa apertura. Llegaremos a convencernos, a los golpes, de la
necesidad de una apertura radical a las inversiones, lo que no significa
confundir empresarios con aprovechadores. Pero también se requerirá una lucha a
muerte contra la corrupción para recuperar la credibilidad de la política, no
reducirla a un grupo de ladrones y narcotraficantes que quieran reemplazar a
otro. El 6 de diciembre es un paso para sacar al chavismo del poder y cambiar a
Venezuela. Un paso imprescindible en un largo y pedregoso camino, que nadie
parece tomar en cuenta, como si bastara con el resultado electoral para superar
esta crisis. Dicho esto hay que salir a votar, a buscar una gran victoria el 6
de diciembre y a continuación abrir los ojos, volver la alianza electoral una
alianza política, dispuesta a afrontar los peligros y al chavismo que seguirá
en el poder, y una crisis que se empeorará.
Amanecerá
el 7 de diciembre y no veremos el futuro pero avanzaremos entre las brumas y el
caos. Adelante, pues. ¿Qué otro remedio hay?
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