FAUSTO MASÓ
Venezuela fue otro país con un gran futuro, nadie adivinó que terminaría en este presente bochornoso. Era una democracia modelo, en una América Latina plagada de dictadores, que había sacado de la pobreza a millones de personas, un lugar a donde emigraban italianos, colombianos, chilenos, cubanos… Una maravilla, pues, que ignoraban los propios venezolanos.
Venezuela fue otra, contó con los dirigentes políticos más ilustrados y hábiles del continente, en tiempos que en los países vecinos se mataban unos a otros. Esa Venezuela cambió, en buena parte porque nos convencimos de una estupidez, de que aquel país era un desastre, nos vendieron que había que destruirlo todo para edificar algo nuevo. Votamos masivamente por Hugo Chávez. Así nos fue y todavía no reconocemos la grandeza de los presidentes civiles.
Desde los tiempos de la Colonia hasta hoy esos gobiernos de presidentes como Rómulo, Caldera, Leoni y el mismo Pérez, han sido insuperables. Inexplicablemente el país se convenció de lo contrario y creyó de nuevo en los militares, en los que habían arruinado a los venezolanos durante 200 años.
En estos días el fallecimiento de Enrique Tejera París nos recordó esas verdades, de esa Venezuela decente, inteligente, preparada y capaz de construir una gran sociedad. Tejera, un personaje de otra época que no era simpático a muchos porque no lo habían conocido de cerca.
Hace tres años Tejera París en un almuerzo me contaba cómo rezaba constantemente el Padre Nuestro, temía morir en cualquier momento. Al final esperó la muerte tranquilamente. Y hasta me anunció la proximidad del final en su propia casa, estaba enfermo, enfrentaba plácidamente sus últimos días. No hablamos sobre lo poco que le quedaba de vida, quizá porque deseaba que se equivocara, a pesar de que a su edad la muerte siempre está tocando la puerta, o soñábamos con que viviera 100 años. Estaba dispuesto a dejar esta vida sin dramatismo, como algo natural. Además, bromeó. Habló de sus memorias, quizá yo le insistía en que ocuparían un lugar en la historia de Venezuela, comprobé que el tono plácido de sus memorias lo acompañaba hasta el final, como si ya se hubiera reconciliado con su propia desaparición, o supusiera que marcharía a un lugar mejor. Salí de viaje, y a la vuelta supe que había fallecido.
Al releer sus memorias vuelve a admirarnos la tranquilidad con que menciona, por ejemplo, su amistad con el Che Guevara, su plácida visión del nacimiento de la democracia en Venezuela, su relación con tantos líderes venezolanos. El tiempo le había dado una tranquilidad para contemplar la historia como un gran paseo, una oportunidad que nos concede la providencia. Saber que estaba muriéndose, como me dijo, no le quitaba la sonrisa de su rostro y en ese sentido me dejó un último recuerdo, o quizá ocurría que se reía mucho conmigo, con mi falta de respeto por la historia, el futuro y el destino.
Enrique Tejera París fue fundador de Cordiplan y de la CVP. Tardó 20 años en construir una casa en el terreno que había comprado, era un hombre honesto a carta cabal. Presidente del Banco Industrial, dejó la institución con el capital duplicado, fue además director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional. Y un gran memorialista, el mejor que ha habido en Venezuela.
A Tejera lo olvidarán en esta Venezuela atareada por la miseria, acosada por los militares que nuevamente la han arruinado. Pero sus memorias se seguirán leyendo, fue un gran prosista. Volverá entonces a renacer. Como debe ser, porque este presente lamentable es un simple borrón en la historia venezolana.
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