domingo, 13 de diciembre de 2015


Es miércoles a las 2:55 de la tarde en la esquina de Solís, frente a la entrada de la estación de Metro de El Silencio y a unos metros del Palacio de Miraflores. Entonando el himno nacional, más de cien simpatizantes del chavismo comienzan oficialmente la primera sesión de parlamentarismo de calle convocada luego por el Comando de Campaña Popular Hugo Chávez, cuyo nombre resumen sus miembros con la palabra Caphucha.
Luego del canto patrio, distintos voceros empiezan a desfilar uno por uno por la parte trasera de un camión para dirigir discursos cortos a los presentes. Las visiones son distintas y a la vez muy parecidas. Algunos acusan a funcionarios del gobierno, otros piden una rectificación profunda del proceso político revolucionario, pero todos coinciden en dos detalles clave: la derecha es peligrosa y quiere acabar con el chavismo, por lo que hay que defender a Nicolás Maduro. El amargo de la derrota en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre es el sabor de esta semana entre los chavistas.
“La patria no se vende, la patria se defiende”. “Yo soy chavista y de los duros, y los chavistas nos resteamos con Maduro”. Consignas como esas se escuchan en los cortos intervalos que hay entre cada intervención. Ese mismo espacio lo aprovecha uno de los miembros de Caphucha para explicar el origen del grupo.
“Somos un movimiento popular compuesto por distintas organizaciones de base que mantenemos contacto directo con el gobierno a través de los consejos presidenciales creados el año pasado. Nuestra idea es concretar una agenda común de trabajo”, comenta el joven que prefiere declarar bajo anonimato.
Cuando se le pregunta si podrían llevar alguna de sus propuestas a la próxima Asamblea Nacional, que estará dominada por la Mesa de la Unidad Democrática, la respuesta es taxativa: “No tenemos nada que hablar con la oposición. Es una posición firme, hay que radicalizar el proceso”.
Los miembros  de Caphucha son parte de los 5.610.148 venezolanos que votaron por el chavismo en las elecciones del 6 de diciembre, 41% del total de la votación. El grupo es uno más de varios que tiene este movimiento político y lo atomizan en corrientes diferenciadas por su intensidad ideológica y su cercanía al poder.
Hay socialistas duros que no reconocen al adversario ni la posibilidad de cambiar los actuales criterios económicos, pero también existen grupos más pragmáticos que toman en cuenta el valor del diálogo y la posibilidad de llevar a cabo acciones que enderecen la economía, esa que se les convirtió volvió un búmeran de votos castigo. De igual forma, hay otros grupos con poder que no quieren perder influencia y otros alejados de esa esfera y deseosos de entrar.
Entre ese mar de diferentes posturas navega Maduro. En las primeras de cambio, luego del duro golpe que significaron los resultados del domingo, decidió complacer al público más radical.
A las 6 de la tarde el Presidente llegó manejando una camioneta al lugar donde Caphucha realizaba su asamblea. Se bajó y saludó con ánimo. Luego les pidió que eligieran a 200 delegados y se fueran a conversar con él en Miraflores. Estuvo con ellos hasta pasadas las 10 de la noche.
“¿La revolución, Venezuela, qué debe hacer? O triunfa la contrarrevolución y se impone un modelo neoliberal tutelado por los Estados Unidos, fascista, lleno de odio, que acabe con todos los logros de la revolución, o nosotros hacemos una contraofensiva popular, en el espíritu del 13 de abril y del 4 de febrero, para avanzar en el rescate de las ideas genuinas”, sentenció Maduro en un contacto televisivo que hubo durante la reunión.
El pasado. El chavismo y su partido político, el PSUV, eran hasta 2013 grupos cohesionados y comandados por un líder indiscutible: Hugo Chávez. Su muerte trastocó esta realidad y Nicolás Maduro, el heredero de la posición central del poder, terminó con un margen de acción reducido ante la necesidad de negociar con distintos grupos internos para preservar la unidad.
“Se dedicó a ser un Presidente a base de préstamos”, sentencia Javier Corrales, académico de Amherst College, en Estados Unidos, y autor del libro Un dragón en el trópico, texto en el que describió junto con el académico Michael Penfold los rasgos autoritarios del chavismo antes de la muerte de Chávez.
Frente a la obligación de negociar para no perder apoyos, Maduro terminó convertido en un jefe de Estado “débil”. La principal consecuencia de esto fue su inacción ante distintos problemas que empezaron a socavar la estabilidad del país, la crisis económica principalmente.
En 2014 hubo grupos que le presentaron propuestas para una reforma macroeconómica que permitiera enderezar el camino y evitar que la inflación y la escasez aumentaran de manera descontrolada, como terminó ocurriendo y más aún después de la caída de los precios del petróleo.
En esos grupos había figuras relevantes, como Temir Porras, politólogo de La Sorbona, en Francia, muy cercano a Maduro durante sus años de canciller y quien llegó a ser comisionado presidencial para Asuntos Estratégicos hasta junio de 2014, y Rafael Ramírez, ex presidente de Pdvsa y antiguo vicepresidente del Área Económica. Ambos terminaron alejados de los hilos del poder.
“No ver el problema económico como una prioridad complicó aún más el escenario. Lo pragmático era identificar los problemas macroeconómicos y hacerlos desaparecer por el mismo bien del gobierno. Chávez varió algunas premisas macroeconómicas según las coyunturas vividas en los distintos años de su gobierno. Eso no es un cambio de rumbo ni traicionar el socialismo”, comenta Porras más de un año después de su salida.
Ante la forma negativa con que otros grupos más radicales o beneficiados por las distorsiones económicas veían las reformas, Maduro se fue por otro camino. Viendo debilitadas las dos bases que habían sostenido la popularidad del chavismo, el liderazgo carismático del presidente fallecido y el clientelismo por la caída del precio del crudo, el jefe de Estado optó por la ideología y la organización.

Arrancaron dentro del PSUV distintas iniciativas para formar una doctrina de pensamiento alrededor del legado de Chávez y afianzar el socialismo, a la vez que se terminó de cimentar la burocracia de la organización, la cual está muy ligada al Estado, según han demostrado distintos trabajos de El Nacional. Diosdado Cabello, primer vicepresidente del partido, fue una pieza clave dentro de la maquinaria.
Con este objetivo se eligieron a los Jefes de Círculo de Lucha Popular y de Unidades de Batalla. Todos asistieron posteriormente a cursos de formación dictados por el Sistema de Formación Socialista del partido, dirigido por la exministra María Cristina Iglesias.
Esto lo condimentaron con un creciente abuso de las herramientas del Estado para beneficiar al PSUV y perjudicar a la oposición, lo que se tradujo en un crecimiento de la hegemonía mediática y medidas como decretar el estado de excepción en circuitos electorales clave.
Pero la tentativa no fue tan efectiva como se esperaba, a pesar de que cerca de las elecciones se reactivó el clientelismo con entrega de viviendas, tablets, pensiones y más. El nuevo chavismo fue a elecciones y preservó 41% de la votación, pero eso no fue suficiente para alcanzar la mayoría parlamentaria. Por primera vez en una década son minoría indiscutible y perdieron el control de uno de los poderes del Estado.
El presente. Corrales considera que la derrota del domingo inició un “juego de culpas” en el chavismo para achacarse mutuamente la responsabilidad de la situación.
“Para evitar que lo señalen a él, Maduro toma la batuta. En momentos así, el Presidente opta normalmente por ser autoritario. Se vuelve entonces mandón, intolerante y estricto”, advierte el académico.
La situación del domingo fue tan negativa para el chavismo que en lo inmediato puede permitir preservar la unidad con Maduro en la posición central. Todos los dirigentes de peso con proyección nacional salieron derrotados, lo que evita que alguno cargue contra el jefe de Estado. 
Esto es especialmente relevante en el caso de Cabello, quien a pesar de que logró ser reelecto a través del voto lista también tuvo muy malos resultados en Monagas.
La primera reacción de Maduro fue mantener unida a su base ante el miedo de que un enemigo externo, la oposición, pueda acabar con los logros alcanzados. Para esto acordó reuniones urgentes con los gobernadores, el PSUV, los partidos aliados y los movimientos populares.
A esto se sumó la arremetida contra cualquier grupo disidente que busque dividir al chavismo arrogándose el legado del líder fallecido. Una muestra fue la reacción de simpatizantes del gobierno ante la rueda de prensa de los ex ministros Jorge Giordani y Héctor Navarro.
El evento terminó abruptamente cuando un grupo que se identificó como “23 de Enero en Vanguardia” tomó el salón en el que reflexionaban sobre los resultados del 6-D, al grito de “ratas” y consignas como “Con Maduro me resteo”.
Además, el Presidente apostó a una renovación interna al pedir que todos sus ministros pongan sus cargos a la orden bajo la idea de que el socialismo debe ser reimpulsado y hay medidas que se deben rectificar. A esto se unió que Cabello solicitó lo mismo a todos los vicepresidentes del partido, la mayoría de los cuales forman la columna vertebral de la Dirección Nacional.
Con esto Maduro intenta sacar dos ventajas de la situación: 1) atrae o mantiene al chavista descontento vendiendo un propósito de enmienda y prometiendo reimpulsar el proceso, y 2) trata de estabilizarse forjando nuevas lealtades personales.
Sobre el primer punto, Rubén Mendoza, coordinador nacional de los Círculos Bolivarianos, asegura que era necesario debido a que la dirección de la revolución estaba dominada “por un juego de tronos en el que un pequeño grupo domina todos los cargos importantes”. A su juicio, esto es lo que frenó la consolidación del socialismo.
Por otra parte, Corrales profundiza sobre el segundo aspecto: Maduro puede condicionar la salvación política de algunas figuras importantes que quedaron sin cargos a cambio de lealtad “incondicional” a su liderazgo.
“Si maneja bien la situación, incluso podría tratar de salir de algunas figuras que le resulten incómodas”, considera el analista.
Si fortaleciera su liderazgo a lo interno y reduce la necesidad de negociación, podría tomar algunas decisiones personales sobre el camino a seguir.
 
El futuro. Pero el principal problema del chavismo continúa vivo y se hace más peligroso: la crisis económica.
Una salida pudiese ser la negociación con los adversarios en busca de estabilidad. “En los años 80 y 90 muchos gobiernos latinoamericanos intentaron acordar agendas económicas con la oposición para preservar gobernabilidad”, recuerda Corrales.
Algunos en el chavismo no ven mal la posibilidad de dialogar con el adversario.
“La Asamblea Nacional es el espacio donde se concentra el debate político entre representantes de distintas fuerzas. Lo natural es que los diputados, tengan las visiones que tengan, dialoguen. Sería ilógico que no lo hagan”, considera Porras.
Sin embargo, hay otros grupos que han descartado de plano cualquier negociación por los momentos, entre los que se cuentan movimientos sociales como Caphucha, partidos políticos aliados y actores dentro del propio Gobierno. En este punto es que el tema de las distintas facciones vuelve a ser un problema.
Sin embargo, Porras confía en que pudiese darse un debate interno en el que surgieran visiones en común.
“El Presidente ganaría mucho si congrega a toda la diversidad del chavismo, la cual tiene como referencias fundamentales a Chávez y el bolivarianismo. Se puede generar un frente amplio y diverso que se reconozca. En general la militancia chavista tiende a ser disciplinada, pero antes tiene que haber un debate”, advierte el politólogo.
El jueves, durante la reunión de la plenaria extraordinaria del III Congreso del PSUV, Maduro convocó a la formación de un Congreso Económico de Pensamiento Socialista hacia el Modelo Productivo, que comenzará el miércoles y del cual deben surgir ideas para “un nuevo modelo económico sustentable”. Ese foro puede servir para definir la agenda del chavismo en esa materia y puede ser el punto de encuentro entre las visiones.
El Presidente, por ejemplo, propone aumentar las responsabilidades de las Unidades de Batalla dándoles más tareas de fiscalización y producción. Otros dirigentes, como Freddy Bernal, miembro de la Dirección Nacional del partido, consideran que se tienen que tomar medidas para acabar con las distorsiones que tiene la economía, según dijo en una entrevista a Televen el jueves.
Otro factor de peso que puede radicalizar o moderar al PSUV será la actitud que presente la oposición. “Depende de qué ofertas hace la MUD. Si es muy radical e intransigente, el chavismo responderá del mismo modo”, considera Corrales.
En primera instancia el discurso chavista fue duro ante la derrota, pero es más probable que su voluntad de dialogar o no pueda dilucidarse según las acciones concretas que tome. Los nombres que predominen en el nuevo gabinete darán una pista, al igual que las figuras que se mantienen como diputados.
Muchos dirigentes relevantes del PSUV quedaron electos el 6 de diciembre, si varios no asumen su curul se podría entender que intentarán invisibilizar al Poder Legislativo. Si acuden a sus escaños, podría ser una señal de voluntad de acercamiento.
Fin e inicio. Hasta ahora parece haber más interrogantes que certezas sobre el futuro del chavismo, aunque luce seguro que se avecinan transformaciones.
Si se abrieran al diálogo, aunque fuera por razones tácticas para superar el problema económico, sería un cambio en su forma de ver y entender la política. Se estaría reconociendo al opositor como adversario y no como enemigo, un cambio fundamental si se considera que el oficialismo ha sido en la última década un movimiento hegemónico que intentaba concentrar todo el control del Estado.
Pero esto pudiera no suceder. El jueves, durante la plenaria extraordinaria del PSUV, Maduro llamó a la “reconquista” de una nueva hegemonía política. Si este objetivo es inmediato implicaría confrontación directa con la Asamblea Nacional opositora. Esto igual sería un escenario nuevo porque el oficialismo actuaría desde una posición minoritaria tras haber perdido los comicios del domingo pasado.
Una lucha abierta pudiese complicar la solución de la crisis económica, lo que podría desestabilizar aún más la posición actual del Gobierno.
“Los últimos meses demuestran que los desequilibrios macroeconómicos generan inconvenientes políticos. Si se quiere tener estabilidad, hace falta la estabilidad económica y buscar remedios para el desequilibrio. Eso puede hacerse a la vez que se camina hacia el socialismo”, considera Porras.
Entre las elecciones presidenciales del 7 de octubre de 2012 y las parlamentarias del 6 de diciembre de 2015, el chavismo pasó de 55% de votos a 41%, una caída de 14 puntos. Está en su peor momento en 17 años. Aunque son procesos distintos, es evidente la pérdida de popularidad del oficialismo durante el período de crisis económica, lo que abre posibles riesgos de perder el poder central.
Esa pérdida sería devastadora para una organización como el PSUV, cuya burocracia se sustenta en lo que el académico Ángelo Panebianco llamó “profesionales camuflados”, aquellos funcionarios en posiciones de Estado que se dedican al trabajo político. Además, una parte de su base de apoyo está compuesta por lo que Panebianco calificó como “arribistas”, simpatizantes no ideológicos cuya lealtad se debe a beneficios materiales.
El movimiento se prepara para una nueva etapa y las respuestas que su dirigencia brinde a las distintas interrogantes determinarán en qué se convierte en el futuro. Sin embargo, una cosa es seguro: “El chavismo no está en la tumba. Las elecciones demostraron que aún hay millones de venezolanos que lo siguen”, afirma Corrales

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