FERNANDO MIRES
“El destino de España está en manos de la CUP” fue uno de los titulares de El País ese 27 de Diciembre. A primera vista, opinión exagerada. Pero el periodista que la insertó, tenía razón. Pensemos: ese día la CUP, en representación del ultraizquierdismo separatista de Cataluña, decidiría en tres votaciones si apoyaba la investidura de la presidencia de Artur Mas. Si el resultado era positivo, Artur Mas en representación de Junts Pel Sí (Convergencia, Ezquerra y otros) y la CUP iniciaría –como ya había anunciado de modo golpista el 27.10. 2015- los trámites para convertir de una vez por todas a Cataluña en una nación independiente.
Una alianza entre los conservadores (y neoliberales) de Junts pel Sí y los anticapitalistas de la CUT es un micro-equivalente de lo que sería una alianza a nivel nacional entre el PP de Rajoy y el Podemos de Pablo Iglesias: una absoluta imposibilidad. Pero esa imposibilidad es posible en Cataluña gracias a ese monumento al oportunismo llamado Artur Mas.
A Artur Mas no importan los programas, ni las ideologías, ni los valores ni los principios. Lo importante es sumar desde todos los lados en aras de su obsesión: pasar a la historia como el fundador de la república independiente de Cataluña. A fin de cumplir ese destino Mas ha hecho a la CUP concesión tras concesión hasta quedar –lo dice su propia gente- como un pollo desplumado.
Pero Artur Mas no llega a las alturas de su predecesor.
Al anciano Jordi Pujol, quien después de haber gobernado 23 años llegó a considerar la caja fiscal de Cataluña como patrimonio familiar, se le recordará también como el patriarca que supo lograr excelentes condiciones autonómicas para Cataluña en la España de la transición. Nunca, es cierto, abandonó Pujol la idea independista. Pero tampoco intentó imponerla a troche y moche violando la constitución y mucho menos pactando con quienes siempre fueron sus enemigos viscerales: la ultraizquierda, esa misma que el día 27-D tenía a Cataluña y con ello el destino de toda España en sus manos.
Como era de esperarse entre gente que nunca ha valorado a la democracia, las elecciones de la CUP resultaron una grotesca farsa. Después de tres larguísimas vueltas, los más de tres mil electores obtuvieron un empate matemático, 1515 votos cada uno (!!). La tercera vuelta duró el doble de la segunda y los resultados fueron dados a conocer solo después que los directivos determinaran a puertas cerradas el empate. Escrutinios que hicieron recordar a las elecciones en los antiguos países comunistas en donde los resultados eran dados a conocer después de que el comité central los discutía.
En cualquier caso “los anticapitalistas” no lograron ocultar que ellos, al igual que la derecha, se encuentran profundamente divididos. A un lado los que ponen el anticapitalismo por sobre el independentismo. Al otro los que ponen al independentismo por sobre el anticapitalismo. Estos últimos, delatando su talante oportunista, argumentaban que si no se realizaba ahora la independencia -en medio de la crisis política que vive España después del 20-D- no se haría nunca. Es decir, para ellos se trataba de aprovechar una circunstancia transitoria para decidir un “para siempre” histórico.
¿Es esa la gente que piensa gobernar a Cataluña si triunfa la escisión? Ha sido seguramente la pregunta de muchos separatistas que ven ahora con horror la locura desatada por el oportunismo de Mas y esos jacobinos sin historia, dispuestos a pescar a río revuelto cuando se trata de alcanzar un poder que en condiciones de mayor estabilidad nunca alcanzarían.
La crisis política española es, sin embargo, verdadera. Ella ha sido provocada en parte por el, después de Artur Mas, más oportunista político de España: Pablo Iglesias.
Quien lograra para su partido personal, Podemos, nada menos que 69 escaños, lo hizo no gracias a los votos de Podemos sino a los de los separatistas con los cuales pactó en Cataluña, Comunidad Valenciana y Galicia (y quien sabe donde más). Sin esos votos Podemos no habría pasado de los 40 escaños.
De este modo Pablo Iglesias ya no es solo el líder de los anti-capitalistas, es además el líder de los separatistas de todas las izquierdas y de todas las derechas que exigen un referendo. Ha pasado a ser así el Mesías de la balcanización de España, de esa España invertebrada a la que se refería José Ortega y Gasset, formada “por piedras tiradas a lo largo del camino”.
El gran viraje de Pablo Iglesias al convertir a su partido en una organización social-separatista fue llevado a cabo entre gallos y media noche. No hubo ningún congreso, ninguna discusión colectiva, ni siquiera una consulta general en su partido. Y nótese, no estamos hablando de una coma más o menos. Iglesias decidió por sí solo un asunto que tiene que ver nada menos que con la integridad geográfica de toda una nación. Y lo decidió solo para obtener –como si él fuera el Clint Eastwood de la política- un puñado de votos.
Tanto o más grande es el oportunismo de Iglesias si se tiene en cuenta que para cumplir su objetivo se pasó por el lado oscuro de su persona el legado de las tradiciones internacionalistas y no nacionalistas de esa izquierda a la cual jura pertenecer. No vaciló, además, en romper con el pacto tácito acordado por los demás partidos: el de no incluir en la agenda electoral el tema de los separatismos. A ese pacto tácito se atuvo incluso Ciudadanos, pese a que el tema de la nación está inscrito en el centro de su programa.
El proyecto de Pablo Iglesias puede todavía ser cumplido. El novato pero ambicioso Pedro Sánchez ya había sacado cuentas alegres para repartirse el poder con Iglesias. Contaba con el apoyo de las ingenuas bases de izquierda del PSOE. Tuvo que hacerse oír la voz firme de la andaluza Susana Díaz para frenar a Sánchez y salvarlo de que se convirtiera junto a Mas e Iglesias en el tercer gran oportunista de la nación. A Susana Díaz se unieron Emiliano García-Page de Castilla - la Mancha y Guillermo Fernández Vara de Extremadura. Pero la última palabra no ha sido dicha.
Algunos barones del PSOE han logrado imponer a Sánchez condicionar un pacto con Podemos a la renuncia al referendo. Pero en ese punto hay que ser cuidadosos. Iglesias no es un hombre de principios. Si se trata de acceder al poder puede utilizar sutilezas como “posponer”, “des-priorizar” en lugar de “renunciar” al referendo.
Pero no solo el tema separatista diferencia a Podemos del PSOE. Hay otros que son existenciales para la política española y europea. Pongamos solo algunos ejemplos: Podemos es un partido anti- UE. Podemos es pro-Putin y anti-Merkel. Por si fuera poco Podemos maneja discursos dobles: mientras Iglesias critica a Maduro, sus seguidores en el Parlamento Europeo votan en contra de la liberación de presos políticos en Venezuela. Mientras dice aceptar al euro, en el Parlamento Europeo se pronuncian junto al Frente Nacional de Francia en contra del euro.
Todo indica pues que si el PSOE, aún obviado el tema de los referendos, pacta con un partido hipotecado, hipotecará de paso su propio futuro. Eso no lo merece el partido de Felipe González, gran actor en la reconstrucción de la democracia post-franquista.
PSOE tiene otras alternativas: la más sensata sería aceptar un pacto de gobierno junto al PP y Ciudadanos (propuesta original de Ciudadanos). Puede también abstenerse en el acto de investidura y aceptar un gobierno del PP tolerado y vigilado por los demás partidos. Puede ir, por último, con todos los riesgos que eso implica, a una segunda elección.
La peor de todas las alternativas es una alianza del PSOE con Podemos en nombre de una izquierda mítica que ya no existe en ninguna parte. Si eso ocurre, España caerá definitivamente en las manos de esos oportunistas para quienes el poder no es nada más que un fin en sí. Ha llegado quizás la hora en la cual los españoles deberán salvar a España de sí misma.
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