FAUSTO MASÓ
Crecen los que están convencidos de que a Nicolás Maduro le queda poco en el poder, sin que nadie adivine cuál será el episodio final, en ningún caso imaginan un trágico desenlace. No, esto es de risa. A Nicolás le quedaría por lo menos un año en el poder: no cabe imaginar que los militares lo saquen de Miraflores, no es tan fácil que unos militares desplacen a los otros militares que ocupan los ministerios. Además, la oposición que repite ser democrática, en teoría rechazaría un golpe de Estado. En teoría, claro, porque puesta contra la pared lo aceptará, con tal de que se lo disfracen un poco. Ese no sería el final de esta crisis, sino otro episodio de la comedia.
Venezuela no es Cuba, ni de lejos. Cuba emprendió una guerra de 100 años contra Estados Unidos. Ahora los Castro pusieron, por fin, los pies en el suelo, dejaron de despreciar la geografía y abandonaron un heroísmo fanfarrón. Los defensores de esta Numancia del Caribe siempre han soñado con tomar vacaciones, salir de putas, comprar calzado de moda, ¡viajar a Estados Unidos! Ya lo están haciendo.
Después de prepararse tantas mañanas para enfrentar una invasión, ya están hartos de trasladarse en bicicleta. Todos los días saben que algún conocido en Miami cambia de carro cada año y lleva a sus hijos al McDonald’s. Están cansados, muy cansados. Perdieron la fe en el hombre nuevo… y en el viejo. Ellos que vigilaban en el horizonte la aparición de la flota enemiga, agarraron una insolación.
Todavía recitan en los colegios de la isla algún poema a la fidelidad revolucionaria. Verdad que también envejecieron sus enemigos de Miami que se convirtió en una gigantesca ciudad artificial. Unos y otros representan un espectáculo sin interés.
No se volvió inmortal el Che por haber sido un buen ministro de Industrias, o un invencible jefe guerrillero, sino por su muerte patética: nunca fabricó una buena bicicleta ni le ganó una batalla al Ejército boliviano: coleccionó fracasos en todos los continentes. Tenía un ojo certero para equivocarse, pero aun así un soñador despierta más simpatía que un realista consumado como Fidel. Una amiga, gerente de relaciones públicas del hotel Tamanaco, que conoció de cerca a este último cuando fue huésped de Chávez, dice que le parecía un vendedor de autos usados.
El caso venezolano es peor, mucho peor. Esto se apagará como una vela sucia consumida. No hay mañana para esta revolución, ni tampoco pasado. Pero, ¿tiene futuro la oposición? Vamos a toda marcha hacia ninguna parte.
A la Revolución cubana la representan unos caudillos envejecidos; además, quieren hacer negocios con Estados Unidos, olvidaron las razones que los movió a jurar vencer o morir. Les fallan las articulaciones, las rodillas no les aguantan el cuerpo. Les pasó el tiempo igual que a los cubanos de Miami, aunque estos se consuelan con los cachivaches de la sociedad de consumo: carros, televisores, juegos electrónicos. La guerra entre cubanos se convirtió en una trifulca en un asilo entre ancianos que agitan sus bastones en el aire, mientras las enfermeras tratan de calmarlos. ¡Ustedes no están para esos trotes!, les dicen.
Los cubano-americanos volvieron Miami la mayor Colonia Tovar del mundo, donde hacen el papel de cubanos para distracción de los futuros visitantes.
¿Cuál será el destino de los revolucionarios venezolanos? ¿Habrá revolucionarios para fines de 2016? Hemos emprendido un viaje sin destino donde solo hay un consuelo, como cantaba Lavoe: “Todo tiene su final”.
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