RAUL FUENTES
En Manhattan, película estrenada en 1979, y tal vez la mejor de su filmografía, Woody Allen ensaya, mientras escuchamos una brillante interpretación de Rhapsody in Blue (George Gherswin), distintas aperturas para lo que escribe el protagonista, pero también para la cinta misma; en su tira y encoge buscando el comienzo adecuado, Isaac Davis, libretista de televisión, pergeña, juzga y desecha las primeras líneas de lo que intenta narrar para –Sísifo y cuento del gallo pelón– reiniciar su labor hasta encontrar las palabras apropiadas. Algo similar experimento al momento de evaluar lo acontecido el 6 de diciembre –fecha que ingresa con sabor a fiesta en el calendario de efemérides nacionales– y las posibles repercusiones de un tsunami opositor que se ha interpretado como el principio del fin de un anacrónico experimento que debe servir de lección al liderazgo emergente.
Si estas líneas hubiesen aparecido el pasado lunes, y dado el torpe cariz plebiscitario que a las elecciones parlamentarias quiso imprimirle quien oficia de presidente, tal vez las habría comenzado jugando Pum –¡te jodiste, Pum!– y, enratonado de triunfo, con la primera estrofa de una canción de Billo –“Hoy todo me parece más bonito…”; o, evocando versos del “Chino” Valera Mora, poeta que el chavismo hizo suyo sin comprender su atrabiliaria lírica– “Amanecí de bala/ amanecí magníficamente bien todo arisco/ hoy no cambio un segundo de mi vida por una bandera roja”–. También podría haber destacado que, por estar ese día (de resurrección o de gloria) consagrado a san Nicolás de Bari, el país recibió tremendo aguinaldo: ¡jo-jo-jo-jó! Pero, como la semana abundó en opiniones sobre la victoria y la derrota, nos limitamos a señalar que el oficialismo seguirá culpando de su fracaso a la “guerra económica” –lo sensato sería aceptar que el voto mayoritario fue, precisamente, contra la economía de guerra instaurada por un neófito en la materia y secundada por una tropa de aventureros y abanderados de políticas periclitadas–, un retintín que no se lo creen ni ellos mismos, pues, se trata de un chapucero alegato para librar de culpas al tándem Maduro & Cabello, cuyos antagonismos y contradicciones hacen sospechar que el cobre se bate en Fuerte Tiuna y no en Miraflores y, mucho menos, en el cuartel de la montaña.
Esos dos caporales en pugna, que conviven en artificial simbiosis, son los máximos responsables de la debacle del Gran Polo Patriótico, porque, sin dotes de estadistas ni capacidad de persuasión –ni de convocatoria, ya que esta depende del cuánto hay pa’ eso que ya no hay–, no se les ocurrió nada mejor que delegar en el ectoplasma perenne la tarea de conmover, con su etérea presencia, a una masa decreciente y hastiada para exigir que la lealtad a su memoria se trasladara a las ánforas comiciales. Con la fidelidad, a falta de papel toilet, la gente se limpió el que te conté y se rebeló contra una gestión inoperante y un heredero que, si buscaba confirmación, se quedó con los crespos hechos. El pasado 6 de diciembre, Chávez murió por segunda vez –¡uh, eh, Chávez ya se fue!–, esperamos que definitivamente, cosa difícil en un país que (Eugenio Montejo dixit), no ha terminado de enterrar a Gómez.
Mientras la voluntad del venezolano ha encendido luces en el túnel del porvenir, la maquinaria roja no solo ha comenzado a desvencijarse, al punto de que en su estructura son notorias la fatiga y falta de mantenimiento, sino que puso la cómica con la operación remate y el 1x 10, artimaña y as bajo la manga que no pudieron torcer la crónica, perdónesenos el lugar común, de una derrota anunciada y de un fraude abortado a tiempo para evitar se armase la de san Quintín. Ahora, aferrados a la furia y la negación, comienzan a excretar desmañadas y retorcidas consideraciones –al apotegma (primer mandamiento de la ley del eterno) “el pueblo nunca se equivoca”, Maduro y sus paniaguados dan a entender que, si no se le tutela, sucumbe fácilmente a las tentaciones capitalistas y es proclive a veleidades pequeñoburguesas –para mantenerse en sus trece y continuar enfrascados en su comedia de equivocaciones.
Ya ha transcurrido una semana del fulminante KO que el bravo pueblo le propinó a la arrogancia madurista y cabellera; la prudencia no recomienda excesivas dosis de confianza, maratónicas manifestaciones de alegría ni, mucho menos, hurgar en la herida del que acumula fuerzas para ver cómo devuelve el zarpazo; no está de más, sin embargo, si no Gershwin, algo de Billo: “Toy contento/ yo no sé qué es lo que siento,/ voy cantando como el río, como el viento/ me pongo a bailar no puedo expresar qué es lo que siento/ pues reviento con las ganas de cantar”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario