TULIO HERNANDEZ
El socialismo no existe en Venezuela. Lo que se supone es un modo de organización de la sociedad y la economía alterno al capitalismo, no se construyó en estos años de gobierno. Fue solo una consigna. Una asignatura pendiente.
Quien esto afirma no es un activista opositor. Palabras más, palabras menos, es lo que el domingo pasado declaró Aristóbulo Istúriz, nuevo vicepresidente de la República, en el programa televisivo conducido por José Vicente Rangel, años atrás también vicepresidente.
La declaración de Istúriz, un dirigente político experimentado, obviamente no es inocente. Primero se blinda cumpliendo la tarea de repetir la lección oficialista de la guerra económica, el imperio, la oligarquía y toda la conocida argumentación roja. Pero luego va directo al grano de su acrobática argumentación central: el proyecto socialista no ha fracasado en Venezuela por una sencilla y única razón, porque no existe. Lo que ha fracasado es el viejo rentismo petrolero, el verdadero modelo económico de estos diecisiete años.
Para aquel sector del chavismo que se ha tomado en serio la idea de que en Venezuela ocurrió una revolución, la de Istúriz debe resultar una confesión de fracaso. La aceptación de una estafa. Pues, si lo que dice es cierto, el gobierno debería, de inmediato, borrar todas las vallas y eliminar los spots televisivos que anuncian sus logros como “Hecho en socialismo”.
Para preservar la esperanza en el proyecto, en el socialismo, el vicepresidente ha recurrido a la condena parcial de los diecisiete años de gobierno homologándolo en su economía a todos los gobiernos anteriores, desde Gómez hasta Caldera II.
Algo parecido hicieron muchos teóricos marxistas cuando el fracaso del comunismo era inocultable. Se inventaron el concepto de “socialismo realmente existente”, para intentar demostrar que ese no era el proyecto verdadero. Que el modelo original dibujado por Marx, el comunismo como etapa histórica superior de la humanidad, estaba en lo correcto pero que la manera como lo aplicaron soviéticos y chinos había corroído lo esencial de la Utopía igualitaria. La práctica era una aberración. Pero la teoría seguía impoluta. Libre de culpas.
El pensamiento dogmático generalmente está asociado a un proyecto de creación de una nueva sociedad que sus agentes asumen como parte de una verdad ya escrita paso a paso desde el comienzo hasta el final. Cuando la realidad no responde dócilmente a los dictámenes del proyecto, sobrevienen entonces las armas, el abuso de poder, la coerción para hacer que la práctica cuadre “como sea” con la teoría. O llega el fracaso. La pérdida del poder.
Acostumbrados al blanco y negro, lo no controlable los paraliza. Por eso los proyectos autoritarios no se avienen con el futuro. Su zona de confort, su manual de conceptos elementales, está en el pasado. De allí la sobredosis de héroes, citas a pensadores y referencias a ejemplos históricos que saturan su discurso.
Por la misma razón el chavismo, como a los malos cristianos, elude responsabilidades, le cuesta asumir sus culpas. Saben que la debacle económica los asedia, pero hacen todo lo posible por postergar las acciones correctivas porque, salvo que se las ingenien, todos los caminos conducen al aumento de la gasolina, el freno de la máquina que imprime dinero inorgánico, la reducción del déficit fiscal y la eliminación del subsidio cambiario que consume 15% del PIB.
Como Uslar en el pasado, proponen ahora contra el rentismo una sociedad productiva. Pero una sociedad productiva, lo saben bien los chinos, los únicos comunistas que sobrevivieron a la debacle, necesita de la iniciativa empresarial. Y a la iniciativa empresarial la asfixian los controles estatales.
Isturiz ha revivido el dilema hamletiano del presidente Pérez: “Ni capitalismo ni socialismo, sino todo lo contrario”. Jesús Martín Barbero nos dio el antídoto: No hay que caer en la trampa neoliberal, que cree que sólo el mercado crea sociedad, ni en la de la izquierda estatista, que cree que el mercado no crea sociedad.
No era del siglo XXI. Era invisible. Sólo una mentira más.
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