martes, 8 de marzo de 2016

El peligro de las esperanzas políticas

     


La esperanza es el sueño del hombre despierto” (Aristóteles).

Ante la escandalosa tribalización del país, mucha gente habla de aferrarse a la esperanza. El asunto con la esperanza es que, al igual que ocurre con cierta forma de asumir las religiones, ella puede constituirse en un extraordinario factor de liberación y crecimiento, o en un castrante elemento de adormecimiento personal y colectivo.
Algunas personas conciben la esperanza como la confianza en que ocurrirá o se logrará lo que se desea. Es esperar que pase lo que se quiere. Sin embargo, desde una acepción mucho más activa, la esperanza es una virtud que se construye, una virtud mediante la cual la persona pasa de la situación pasiva de suceder a la condición activa de existir. Siguiendo a Tomás de Aquino, la esperanza es lo que anima, y por tanto es inseparable de la acción.
Solía decir Václav Havel que la esperanza no es lo mismo que optimismo. No es la creencia de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido y que vale la pena luchar por él. Por eso la esperanza no es un aguardar pasivo, sino una actitud de construcción, de labrar lo que se busca conseguir, de sembrar lo que se quiere cosechar.
Una esperanza mal entendida, en el sentido de simplemente confiar que las cosas van a cambiar “porque esto no lo aguanta nadie”, o en el sentido mágico optimista de suponer que los cambios que se desean son inevitables, puede ser tan peligroso como inconveniente. Tal postura, en vez de movilizarnos a hacer cada uno su parte para viabilizar y hacer posible los cambios necesarios, puede conducirnos a una actitud pasiva-contemplativa muy alejada de lo que hoy necesitamos.
La MUD acaba de anunciar la convocatoria a una enmienda de la Constitución y al revocatorio presidencial como parte de una serie de mecanismos para intentar superar la crisis. No se trata ahora de “esperar” a que alguno de ellos ocurra. La estrategia, para ser exitosa, tiene que ser simultánea e inseparablemente política y electoral. Es una línea de sistemática acción política basada en la continuación de la organización popular, y que tiene su necesaria e irrenunciable expresión electoral. Como lo hemos afirmado en otras oportunidades, si la estrategia no incluye las dos cosas, pues simplemente está condenada al fracaso. 
Cuando se habla de acción política, nos referimos al trabajo de retomar y vigorizar la conexión con las organizaciones populares, acompañar y hacer conectar entre sí las manifestaciones de protesta social, robustecer a la MUD como instancia de viabilidad y fortalecimiento de las fuerzas democráticas, seguir abriendo las puertas al pueblo oficialista desencantado, y colaborar con la despolarización y el acercamiento entre los venezolanos. Pero también se trata de acelerar –sin pruritos ni reticencias no acordes con la urgencia y gravedad del momento– un acercamiento, conversación, negociación política, acuerdo mínimo, consenso básico o como quiera llamarse, con aquellos sectores del oficialismo que no quieren que el país se pierda o no están en ese juego, para lograr una transición necesaria que pase por la remoción de la actual clase gobernante, y que le dé oportunidad a su proyecto político de mantenerse más allá de Maduro y Cabello.
Así mismo, la acción política inseparable de la estrategia de cambio supone diseñar tareas políticas y de organización concretas que puedan desarrollar los ciudadanos, desde sus comunidades y hasta de sus propias casas. Se trata de involucrar a la gente en una agenda cronológica de luchas y actividades que no solo incentive y fortalezca la movilización sino que, al desarrollarlas, sirvan como escudo disuasivo que haga difícil cualquier desenlace distinto al que provenga de la soberanía popular.
Nuestro reto, el de la dirigencia y el del pueblo, es dotar de sentido y contenido a la esperanza, de modo que ella deje de ser solo un deseo, y se convierta en una formidable fuerza política que haga indetenible el cambio en la conducción del país.

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