EMILIO NOUEL V.
Para el lector extranjero de estas líneas, haría falta decir,
de arrancada, que por ‘corotos’
entendemos en esta tierra caribeña, los enseres de la casa o los efectos
personales de alguien.
Y eso es lo que ya estamos imaginando en estos días para la
señora Dilma Rousseff, presidente de la vecina República Federativa de Brasil,
cuya partida de Planalto parece un hecho casi ineluctable y sin probabilidad
de regreso.
Cuando ganó las elecciones por poquísimo margen a Aecio
Neves, hace menos de dos años, barruntaba este servidor que no la tendría fácil
la señora Dilma.
Decía entonces a un periodista que me entrevistó, que el
cuadro general de Brasil auguraba tiempos tormentosos para un gobierno que se
iniciaba de manera precaria, que lo obligaba a negociar con un grupo de
partidos muy diversos, dada la consabida ‘balcanización’ política de ese país.
La economía también era un factor condicionante que ya venía
dando dolores de cabeza a la administración de Dilma: la población estaba
sufriendo los rigores de la inflación y el desempleo, sin olvidar que los
escándalos de corrupción no cesaban, involucrando directamente al partido de
gobierno.
El resultado electoral no tranquilizaría al país, una
profunda polarización estaba instalada y la firme oposición al gobierno no
cesaría, era lo que el tenso clima del proceso electoral había reflejado.
Las cargas no lograron enderezarse y la crisis se acentuó.
Aquellos vientos huracanados siguieron trayendo más lodos.
Poco a poco la popularidad de Rousseff se fue derrumbando
hasta llegar a menos del 10% de respaldo, según las encuestas.
Las acciones judiciales sobre graves casos de corrupción en
la empresa Petrobras y otras se incrementaron, desembocando en detenciones de
funcionarios públicos y grandes empresarios contratistas del gobierno, que
habían financiado a políticos y campañas electorales, entre ellas, la de la
misma Rousseff, a quien, igualmente, se le acusa de fraude fiscal, al expandir
el gasto público en año electoral (2014), lo que vino a poner la guinda al pastel.
En ese entorno fue cogiendo cuerpo la iniciativa política de
buscar una fórmula de salida de Rousseff y la posibilidad de defenestración
constitucional apareció con amplio apoyo parlamentario. El partido socio que la
sostenía, el PMDB, se retira de su gobierno, se suceden varias renuncias de
ministros, Dilma comete un grave error al tratar de nombrar ministro a Lula, se
judicializa la política y en el Congreso se desencadena el proceso de impeachment.
Según la información que se tiene, los días de Dilma están
contados para su partida. La votación en la Cámara de diputados que tuvo ya
lugar y la que se espera en el Senado, apunta a ese desenlace. Se acaba de
iniciar otra investigación contra ella por obstrucción a la justicia.
Ante esta arremetida, Lula y Dilma han echado mano del mismo
argumento del cura Lugo cuando fue destituido constitucionalmente en Paraguay.
Se trataría de un golpe de Estado, según ellos, el impeachment contra ella. Cuando
está claro que en aquel caso, como en éste, actúan las instituciones políticas
civiles, de conformidad con la normativa de la Constitución y las leyes, más
allá de las motivaciones políticas expresadas abiertamente o las subterráneas.
Igualmente, como su amigo Maduro en Venezuela, ha empezado a
culpar a la oposición de la crisis económica que la está eyectando del poder.
A comienzos de esta semana, corre el rumor de que la señora
Rousseff estaría pensando en la renuncia para que así haya elecciones
anticipadas. Quizás sea la mejor
solución para Brasil e incluso para ella y su mentor Lula.
Para el gobierno venezolano, la caída del PT y la destitución
de Dilma será un acontecimiento terrible. Perderá a uno de sus compinches
mayores en la región; a un protector formidable, por la gravitación de ese país
en el hemisferio.
El derrumbe de Lula y Dilma contribuirá al aislamiento
creciente del gobierno chavista en el hemisferio, lo que es una gran noticia
para la Venezuela democrática.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
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