CARLOS RAUL HERNANDEZ
Si nos ponemos a ver, la catástrofe latinoamericana ha podido ser peor, aunque no para Venezuela que se la sacó completa. En los veintiséis años que vienen desde 1990, la locura logró su sueño imposible y prácticamente se apoderó del continente, lo que el Brad Pitt de Ecuador llamó “un cambio de era”. En esa fecha Lula da Silva convocó el Foro de Sao Paulo para buscar nuevos caminos revolucionarios en la región y sin duda el plan resultó políticamente exitoso. La izquierda antes insurreccional, de enunciado y acciones violentas, en algunos caso se puso la piel de cordero, en otros se hizo cordero y comenzó a hablar el lenguaje de la democracia. Se tornan hiperdemocráticos y transitan la vía electoral para conseguir lo que, cuando echaban espuma por la boca –ejemplo útil a algunos opositores venezolanos–, se alejaba de sus manos como en el suplicio de Tántalo.
Cuando el hambriento y desgraciado hijo de Zeus estiraba los brazos para tomar un apetecible fruto del árbol, las ramas se elevaban. Pero el nuevo idioma resultó exitoso. Teóricos catalanes, franceses y australianos tenían de moda entonces una vacía y peligrosa retórica neo-republicana (todavía se escucha): democracia verdadera, directa, protagónica, revolución-ciudadana contra las cúpulas que pervertían, la corrupción, la “vieja clase” política y la “refundación” de la república, soflamas que fascinaron a los demócratas tontos. Así alcanzaron la victoria con-chávez-manda-el-pueblo en 1998, Lula en 2002 y Néstor Kirchner en 2003. Tabaré Vázquez con el Frente Amplio en 2004 en Uruguay, y lo siguió Evo Morales en Bolivia en 2005. Año estelar fue 2006, porque se consagran Michelle Bachelet del Partido Socialista Chileno, Rafael Correa de Alianza País en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua por el Frente Sandinista.
Cuando el hambriento y desgraciado hijo de Zeus estiraba los brazos para tomar un apetecible fruto del árbol, las ramas se elevaban. Pero el nuevo idioma resultó exitoso. Teóricos catalanes, franceses y australianos tenían de moda entonces una vacía y peligrosa retórica neo-republicana (todavía se escucha): democracia verdadera, directa, protagónica, revolución-ciudadana contra las cúpulas que pervertían, la corrupción, la “vieja clase” política y la “refundación” de la república, soflamas que fascinaron a los demócratas tontos. Así alcanzaron la victoria con-chávez-manda-el-pueblo en 1998, Lula en 2002 y Néstor Kirchner en 2003. Tabaré Vázquez con el Frente Amplio en 2004 en Uruguay, y lo siguió Evo Morales en Bolivia en 2005. Año estelar fue 2006, porque se consagran Michelle Bachelet del Partido Socialista Chileno, Rafael Correa de Alianza País en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua por el Frente Sandinista.
Más bien salió barato
Cristina Kirchner llega en 2007 y gobierna hasta 2015. En 2008 triunfa Fernando Lugo en Paraguay con Alianza Patriótica. En 2009 José Mujica sucede a Tabaré Vázquez en Uruguay, y gana Mauricio Funes del Frente Farabundo Martí en El Salvador. Dilma Rousseff sustituye a Lula en 2010 –repite en 2014–, todo en familia, y Ollanta Humala en Perú en 2011. Nicolás Maduro se impone de manera heterodoxa en 2013, de nuevo Bachelet en 2014 y repite el Frente Farabundo Martí ahora con Salvador Sánchez Cerén. En 2015 regresa Tabaré Vázquez con el Frente Amplio uruguayo. Para bien de este desventurado continente, bastantes de esos camaradas abandonaron las posiciones revolucionarias, populistas o rabiosas y se dedicaron a gobernar civilizadamente. Vázquez tuvo una gestión impecable, igual que Mujica, aunque a éste le importe un adarme que el diablo se lleve a Venezuela, a la que el Cono Sur le debe bastante.
Funes fue un auténtico demócrata. Bachelet es solo una mediocre gobernante, que se salvó en la primera Presidencia porque no se puso creativa, pero después una sardina vallejiana se apoderó de su mente. Ollanta Humala, con cualquier crítica, hace avanzar al Perú y respeta la democracia. Otros sacaron los colmillos autoritarios, pero han mantenido economías dinámicas, como Ortega y Morales que violentaron el Estado de Derecho para perpetuarse ilegítimamente. En adelante, el análisis se complica. Los Kirchner son una mafia y no un partido, de corrupción y el autoritarismo sin bridas. Decidieron no pagar la deuda externa, así fingir bonanza y estafaron miles y miles de tenedores de bonos que confiaron en Argentina. El país fue a la ruina.
Cristina Kirchner llega en 2007 y gobierna hasta 2015. En 2008 triunfa Fernando Lugo en Paraguay con Alianza Patriótica. En 2009 José Mujica sucede a Tabaré Vázquez en Uruguay, y gana Mauricio Funes del Frente Farabundo Martí en El Salvador. Dilma Rousseff sustituye a Lula en 2010 –repite en 2014–, todo en familia, y Ollanta Humala en Perú en 2011. Nicolás Maduro se impone de manera heterodoxa en 2013, de nuevo Bachelet en 2014 y repite el Frente Farabundo Martí ahora con Salvador Sánchez Cerén. En 2015 regresa Tabaré Vázquez con el Frente Amplio uruguayo. Para bien de este desventurado continente, bastantes de esos camaradas abandonaron las posiciones revolucionarias, populistas o rabiosas y se dedicaron a gobernar civilizadamente. Vázquez tuvo una gestión impecable, igual que Mujica, aunque a éste le importe un adarme que el diablo se lleve a Venezuela, a la que el Cono Sur le debe bastante.
Funes fue un auténtico demócrata. Bachelet es solo una mediocre gobernante, que se salvó en la primera Presidencia porque no se puso creativa, pero después una sardina vallejiana se apoderó de su mente. Ollanta Humala, con cualquier crítica, hace avanzar al Perú y respeta la democracia. Otros sacaron los colmillos autoritarios, pero han mantenido economías dinámicas, como Ortega y Morales que violentaron el Estado de Derecho para perpetuarse ilegítimamente. En adelante, el análisis se complica. Los Kirchner son una mafia y no un partido, de corrupción y el autoritarismo sin bridas. Decidieron no pagar la deuda externa, así fingir bonanza y estafaron miles y miles de tenedores de bonos que confiaron en Argentina. El país fue a la ruina.
“Ladrón o no ladrón, queremos a Perón”
Argentina ha sido incapaz de librarse del fantasma de Juan Domingo Perón, que logró el milagro de destruir una nación floreciente y promisoria en apenas nueve años. A seis décadas ese espectro impide que levanten cabeza. Lula tuvo un buen desempeño cuando el auge de las materias primas, pero no prosiguió las reformas económicas de Cardoso porque un Estado elefantiásico era requisito para construir la inmensa maquinaria de corrupción que enriqueció a los dirigentes bajo su vista y se llevó a Rousseff y al PT. Dirceu, el hombre de más estrecha confianza de Lula que hubiera sido presidente en vez de ella, preso por el caso mensalao hacía negocios de Petrobras desde el calabozo. Hoy cumple sentencia de 25 años. Correa es de los más patéticos. Mantiene una mentira económica porque la prensa no puede publicar cifras reales y con su “dinero electrónico” ha podido envilecer hasta el dólar.
Destruyó las clases medias y cuando estalle la bomba, se sabrá la verdad de su teatro, al que llama “la década ganada”. Sobre Venezuela nos queda rogar que no se repita en nosotros la maldición faraónica de los argentinos para que las próximas generaciones no vivan escasez, inflación y muerte en las calles, obra de nuestros redentores, y que los dirigentes hayan entendido el reto para evitar que el país perezca en el remolino de los Estados fallidos. Hay que cambiar de raíz y si el desmontaje no es exitoso, el populismo puede regresar. En este momento se ponen a prueba las transiciones brasilera y argentina, que deberán hacer los cambios sin perder el apoyo sustantivo. Este balance latinoamericano de pequeños déspotas, corrupción, incapacidad, intoxicación ideológica, nos ha tocado la parte más grande. También es una enseñanza para el continente. Los revolucionarios no tienen remedio, aunque se vistan de seda.
@CarlosRaulHer
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