JEAN MANINAT
La oposición se ha encuevado por cuenta propia, sin que la nomenclatura del PSUV, o el alto gobierno, hayan delineado el camino con golosinas para encaminarla hacia el disparadero en el que se encuentra ahora. Ni bien se había obtenido la mayoría en la Asamblea Nacional (AN) y se había instalado su Junta Directiva, cuando públicamente se lanzó un plazo de 6 meses para encontrar una fórmula democrática, constitucional y electoral para “salir de Maduro”. Fue el pistoletazo que alentó a los sectores de mayor peso que conviven en la MUD a presentar -cuanto antes- el mecanismo de su predilección entre los que contempla la Constitución, para dejar clara constancia de que no les temblaba el pulso, ni pestañeaban, en su afán de salir del primer mandatario y su nefasto gobierno cuanto antes.
Pronto, cada uno emergió con su bagette recién horneada bajo el brazo: la renuncia, la enmienda y el revocatorio eran mostradas humeantes, apetecibles y al alcance de la mano glotona. La renuncia desfalleció ante tantas cuchufletas cruentas y la dificultad de sus proponentes para explicar cómo la petición de renuncia -se supone un acto voluntario- iba a mellar la inconsciente coraza del presidente Maduro y sus allegados. La enmienda constitucional, por su parte, era un carrito de cuerda kamikazi, destinado a partir desde el vientre progenitor con muy poco entusiasmo hacia el choque fatal, anunciado, en contra del muro de hormigón inconstitucional del TSJ. Antes de producirse el impacto, ya sus conductores habían saltado al vagón del referendo revocatorio presidencial, dejando que el vehículo de la enmienda confrontara su suerte nonata.
Y aquí viene un sobresalto. Sobrevivió el referendo revocatorio presidencial gracias al ímpetu y tesón que suele ponerle a sus propósitos el gobernador y líder de la oposición, Henrique Capriles, y a que era el mecanismo más plausible de llevarse a cabo, a pesar de las dificultades antidemocráticas que, se sabía, iba a enfrentar tal como lo estamos viendo hoy por hoy. La respuesta a su convocatoria ha sido abrumadora. El calvario que recién comienza: las firmas aceptadas/no aceptadas por el CNE, la lentitud que le quieran imprimir al proceso, y hasta su eventual postergación hasta el año entrante no deberían sumir a la oposición democrática en una actitud de todo por el todo, de ahora o nunca, como la que apuraban -y apuran todavía- los adelantados de siempre luego de la elección presidencial de 2013 (Blood, gas and tears. Remember?), según la cual Capriles debió conducir a las masas hacia la confrontación final, como en aquella sangrienta batalla que plasmó Scorsese en Gangs Of New York.
La lucha por el referendo revocatorio presidencial ya está siendo difícil y lo será más aún en los días por venir. Como era de esperarse, el gobierno ha recurrido, y recurrirá, a los dispositivos de los que todavía dispone para “faulear” el proceso mientras el árbitro electoral finge desmayos en el campo de juego para retrasar el reloj. La Unidad Democrática ha dejado claro su voluntad de no cejar en el propósito de lograr que el referendo revocatorio presidencial tenga lugar este año. Y le cabe razón. Pero al optimismo de la voluntad hay que contrastarle el pesimismo de la inteligencia -según la manida, por lúcida, fórmula gramsciana: “El pesimismo es un asunto de la inteligencia; el optimismo de la voluntad”- y pasearse por la posibilidad de que el gobierno logre su cometido de ir corriendo la arruga, o al menos ir alterando el calendario hasta llevarlo a las puertas del año entrante. ¿Entonces qué? El “Maduro vete ya”, aún reloaded por la terrible situación que vive el país, no debería ceñir toda la acción política de la oposición. Quedan otros ámbitos de la lucha día a día que no deberían descuidarse y que son la mecha y la pólvora social de lo que puede venir. Mejor no desatenderlos. Por cierto: ¿y las elecciones regionales?
@jeanmaninat
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