RAUL FUENTES
Suelo escribir estas líneas la noche del miércoles o, a más tardar, la mañana del jueves; esta semana, sin embargo, aguijoneado por la temprana lectura de dos trabajos firmados por un par de javieres, colaboradores habituales de El País semanal y de obra justamente reconocida y laureada, Javier Cercas (El lado humano) y Javier Marías (Perrolatría), estuve tentado a acometer esta tarea el mismísimo domingo. ¿La razón? Ambos mencionan a Hitler y a los perros: el primero, al referirse a la bondad que subyace en los hombres, aun cuando sean arquetipos de iniquidad –en la época de Pérez Jiménez, una actriz sureña vinculada sentimentalmente a Miguel Silvio Sanz, decía que este, a pesar de ser un torturador de sádico y sobresaliente desempeño (no en balde fue mano derecha de Pedro Estrada), tenía un corazón de oro–, sostiene que “Hitler no era (…) un perro inhumano; si lo hubiese sido, el problema estaría resuelto: muerto el perro, se acabó la rabia. Pero no era un perro y la rabia no se ha acabado”; en otro registro, acaso para irritar a los hombres que aman a los perros, Marías, al tildar de lerda la idea de que los “perrólatras gozan de superioridad moral y de un salvo conducto de ‘bondad”, nos recuerda en un paréntesis que el bueno de Adolfo era uno de tales canófilos.
Si a esa convergencia añadimos unas palabras de Hermann Göring, relegadas al depósito de los ya veremos para qué sirven –“...El pueblo puede ser persuadido. Esto es fácil. Todo lo que hay que decir es que está siendo atacado y denunciar a los pacifistas como faltos de patriotismo porque quieren exponer su país al peligro. Da resultado en todas las naciones”–, el mandado estaba hecho; había nomás que extrapolar: muerto Chávez no sucumbió el chavismo –el líder perdura a través de un médium que, no es ni su sombra y, más faramallero y peleón que él, dice tener su corazón, balbuciendo un remedo de su jerga belicista y rabiosa, llena de conflictos asimétricos y conflagraciones de cuarta o quinta generación–. Seguir por esa senda e hilvanar un previsible alegato antirrojo era un tiro al piso, porque, como reza el refrán, perro que ladra no muerde, menos aún el alimentado con guerrarina económica.
Ya con los pies en el lunes, quise saber qué sucedía con el esfuerzo ciudadano para hacer respetar su decisión de prescindir de los servicios de Nicolás ¿Podíamos ignorar jornadas que, pase lo que pase, serán memorables, sobre todo porque la voluntad del soberano se ha revelado inquebrantable frente a los obstáculos que el Ejecutivo y los poderes alcahuetes siembran en el camino del cambio? No. El martes, empero, cuando proyecciones conservadoras señalaban que la validación de firmas, malgré las morrocoyas del CNE, podría alcanzar la cantidad requerida para seguir adelante con el largo adiós –quedaría pendiente la certificación de las mismas, otro as bajo las mangas quelonias–, el señor José Luis Rodríguez Zapatero –¡CLAP!, ¡CLAP!, ¡CLAP!–, actuando en la práctica (para solaz de Podemos) como enviado del gobierno bolivariano (írrito de origen y ejercicio), intentaba en la OEA desconcentrar a la nación invocando un diálogo imposible, porque entre las premisas que listó no incluyó la petición de Fuenteovejuna para deponer al comendador, cuestión no negociable para la mayoría opositora.
Oyéndole desgranar su rosario de razones para “mediar” con miras a una “reconciliación nacional”, entre las que silencia, u olvida a posta, la voluntad de un pueblo –presumible y constitucionalmente– partícipe y protagonista de su destino, aumenta en uno la certidumbre de que el sosias de Mr. Bean y los otros miembros del trío tocan de oídas o guiados por la batuta de Maduro. Se aferró a “tantos y tan tontos tópicos”, que perecía repetir una lección aprendida para la ocasión. Sostuvo que ni él ni sus pares, el istmeño Torrijos y el quisqueyano Fernández, “han perdido el tiempo”. ¡Por supuesto que no, lo ganan para Nicolás! No procuran deshacer el nudo gordiano de la crisis, sino de asegurar un fílmico happy end a su patrocinante. Y la gata subió a la batea al sacar a relucir la “comisión de la verdad”, parapeto ingeniado por el régimen militar para ocultarla. Discurría, no hay otra, un nefelibata o un hipócrita que pasó por Venezuela sin que la realidad alterase sus preconceptos.
Y llegamos al atravesado miércoles barruntando que no es necesario hacer hoy lo que podemos hacer mañana, de modo que el jueves 23, víspera de tambores y desfiles, decido que es mejor meter la pata que cruzarse de brazos y pongo en negro sobre blanco mis pareceres. Si estos no gustan a los lectores, puedo parafrasear a Marx –Groucho, naturalmente– y ofrecerles otros. En ocasión distinta y sin ladridos, ¡claro!
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