Marc Bassets
El País
Mientras el Partido Demócrata elegía a la primera mujer candidata a la Casa Blanca, el Partido Republicano entraba en una espiral autodestructiva de reproches y lamentos por el racismo de su máximo líder. Los exabruptos del candidato Donald Trump siembran el pánico en su partido. Tras cerrar filas con Trump en los últimos días, varios dirigentes de la derecha se distanciaron este martes del candidato. Las dudas sobre si su nominación ha sido un error mayúsculo que entregará a los demócratas la Casa Blanca, y quizá el Congreso, coinciden con el fin del proceso nominación demócrata y el inicio del cierre de filas en torno a Clinton.
La semana pasada, Trump acusó al juez federal Gonzalo Curiel de parcialidad por ser mexicano. Curiel, nacido en Estados Unidos y ciudadano estadounidense, se ocupa del caso del presunto fraude de la Trump University, una falsa universidad promovida por el magnate neoyorquino que ofrecía cursillos y consejos para invertir en el mercado inmobiliario. El candidato republicano sostiene que Curiel, por su origen hispano, está incapacitado para juzgar el caso. Según su razonamiento, la propuesta de construir un muro entre México y EE UU crea un conflicto de intereses. Para el juez.
El racismo de Trump no es una novedad, pero pocas veces lo había expresado con tanta crudeza. La idea de vetar a un funcionario público por su origen étnico o nacional viola todas las normas de esta y cualquier democracia. El propio Paul Ryan, speaker o presidente de la Cámara de Representes y cabeza visible del establishment conservador, dijo que las palabras de Trump eran racistas, aunque se negó a retirarle el apoyo. El nacionalpopulismo Trump puede apelar a un sector del electorado blanco, pero espanta a las minorías que cada vez tiene un peso mayor en las elecciones de EE UU.
El efecto las palabras de Trump causan entre los republicanos quedó claro en el discurso del candidato tras las últimas elecciones primarias, en Nueva York. Excepcionalmente, no improvisó sino que lo leyó. Se ciñó al guión. Atacó a los Clinton, algo que entusiasma a todos los republicanos, trumpianos y antitrumpianos. Intentó lanzar guiños a los afroamericanos y a la izquierda del Partido Demócrata. Apeló a la unidad y prometió responsabilidad. Aparcó la retórica identitaria y se centró en la economía. Después de una semana de autocombustión y deriva racista, parecía un niño compungido tras recibir una reprimenda de sus mayores.
Trump, imprevisible y temperamental, xenófobo y misógino, logró la nominación hace un mes, pero ha dilapidado este tiempo con salidas de tono, ataques a los propios republicanos, gestos que socavan la unidad al partido, negativas a publicar sus declaraciones de hacienda, insultos a periodistas y finalmente el infeliz asalto al juez Curiel. El Partido Republicano ha proyectado una imagen de racismo que avergüenza algunos de sus miembros más notables, y que está a años luz de sus mejores tradiciones, que son las de EE UU. Y el Partido Demócrata ha reparado una anomalía: nunca una mujer había llegado tan cerca de la Casa Blanca. La dualidad de este país, resumida en una jornada electoral
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