La fiebre de los referéndum
Stephan Israel
Los suizos lo hemos sabido desde siempre. Nuestra democracia directa es la forma suprema de democracia. Ahora, cuando en Europa irrumpe la fiebre del referéndum, nos vemos confirmados en esta idea. En Europa, solo en este año, los holandeses han votado sobre el tratado de asociación con Ucrania, y los británicos sobre el Brexit.Viktor Orban, primer ministro de Hungría, quiere que el 2 de octubre próximo la población de su país vote sobre si su nación debe descargar a Italia y Grecia de 1.294 solicitantes de asilo.
Casi parece que nuestra democracia directa se ha convertido en un éxito de ventas para la exportación. ¿Pero de verdad es bueno para Europa algo que ha demostrado su utilidad en Suiza? ¿Es, en general, digno de imitación el ejemplo suizo? Desde el final de la Guerra Fría la globalización ha puesto a este modelo frente a sus limitaciones también en Suiza. No es algo de lo que guste hablar en este país. Los cantones confederados se aferran tenazmente a la ilusión de soberanía.
Durante los últimos años varias iniciativas de consulta han puesto a Suiza en rumbos de colisión. Han afectado a nuestras obligaciones como miembro del Consejo de Europa de Estrasburgo o a nuestras relaciones con la Unión Europea cuando prohibimos un minarete, expulsamos a delincuentes extranjeros o pretendemos reinstaurar los controles sobre la inmigración de ciudadanos de la UE. Sobre todo el conflicto con la UE todavía no se ha resuelto. Los paralelismos con el referéndum británico se imponen por sí solos. Suiza tuvo en su momento que aceptar la libre circulación de personas como contraprestación del acceso al mercado interior de la UE. Ahora corre peligro ese acceso privilegiado para nuestra economía.
Y eso que la entrada de mano de obra —en general, altamente cualificada— ha sido hasta ahora un óptimo negocio para Suiza. Sin embargo, los hechos, al igual que ha ocurrido recientemente con el referéndum del Brexit, desempeñan un papel subordinado. Aún está en marcha la denominada iniciativa popular para la autodeterminación, que, impulsada por los círculos de la derecha nacionalista, quiere establecer de forma definitiva la precedencia del derecho suizo sobre los acuerdos internacionales. Si se aprobara, Suiza tendría que denunciar la Convención Europea de Derechos Humanos y se convertiría definitivamente en una isla.
¿Qué quiere decir todo esto, trasladado a Europa? Suiza, como un pequeño Estado rico, podía permitirse hasta ahora la democracia directa. Pero quien quiera experimentar con la democracia directa debería reflexionar bien sobre esto: por ejemplo, los acuerdos transnacionales dentro de un club como el de la UE —o los del tratado de libre comercio como el que se negocia actualmente con Estados Unidos— serían así prácticamente inviables. Eso es lo que han demostrado este año los Países Bajos con su referéndum sobre el tratado de asociación de la Unión Europea con Ucrania.
Una pequeña minoría de holandeses impidió que un tratado ratificado por todos los demás Estados de la Unión entrara en vigor. Una mayor democracia directa no siempre supone más democracia. La democracia directa puede ser la receta para el caos y comprometer la capacidad de pacto de las naciones. En caso de que se admitiera esa fórmula, habría que celebrar referendos de alcance nacional, porque muchas veces las decisiones nacionales afectan a todos los países vecinos.
También en Gran Bretaña una minoría de los ciudadanos con derecho a voto ha tomado la trascendental decisión del Brexit. Aún si admitimos que haya que recurrir a este mecanismo, decisiones de este alcance solo deberían ser posibles con una mayoría cualificada de, por ejemplo, el 60% de los votos. Y eso que la auténtica pregunta —¿qué va a pasar después de salir de la UE?— ni siquiera se reflejaba en la papeleta de voto. El dictado de las minorías amenaza con dejar sin efecto el principio de la separación de poderes y deslegitima las instituciones de la democracia representativa.
Viktor Orban ha pervertido enteramente la idea del referéndum, al que este nacionalista de derechas ha convertido en un instrumento seudodemocrático para atizar los odios contra los refugiados y enrocarse en el poder. También en Austria, Países Bajos y Francia los populistas de derechas presionan a favor de votaciones sobra la UE. A ellos no les importa la democracia, sino destrozar el orden de posguerra en el continente. La fiebre del referéndum pone en riesgo la estabilidad de Europa.
Stephan Israel es el corresponsal de Tagesanzeiger en Bruselas.
Traducción de Jesús Albores.
© Lena (Leading European Newspaper Alliance)
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