Es bien sabido: las naciones no se acaban ni ninguna situación, por grave que esta sea, resulta de vida o muerte. Pase lo que pase, Venezuela existirá mañana, y después de mañana, y el año que viene y los años subsiguientes. No obstante, lo que ocurra en las próximas semanas y en los próximos meses marcará su futuro de manera concluyente. En medio de la encrucijada, de acuerdo con el camino que se tome, se vislumbran escenarios diametralmente divergentes. Para bien o para mal, nos encontramos ahora en un punto de inflexión que constituye un momento crucial para la historia del país.
Supongamos por un instante que, en contra del sentir de la gran mayoría de la población, el oficialismo logra salirse con la suya y suspender el referéndum revocatorio. No cambia el gobierno y persiste en el mismo modelo político y económico, tal como han advertido hasta la saciedad sus más conspicuos representantes. Continúa el clima de confrontación. Se mantiene la cantaleta acerca de la guerra económica, siguen echándole la culpa de todo al imperialismo, la oligarquía y los escuálidos. Ahora también a los países vecinos, hasta hace poco amigos, de Mercosur. Nadie prevé un nuevo milagro que lleve a los altos precios del petróleo de hace unos años, de manera que el resultado no puede ser diferente del que hasta ahora hemos tenido: prosigue la destrucción del aparato productivo y consecuentemente se agravan los problemas de desabastecimiento, inflación y desempleo. Por tanto, aumenta la pobreza a niveles aún más críticos que en la actualidad, se deterioran todavía más los servicios públicos y se intensifica la delincuencia. Las instituciones que detentan el monopolio de la violencia reprimen la protesta. El gobierno coacciona cualquier manifestación de descontento. La libertad de expresión se reduce al mínimo. Venezuela se desconecta del concierto de naciones del mundo civilizado. La sociedad se resigna, se acostumbra a vivir en la miseria. La diáspora prosigue a pasos agigantados. Sálvese quien pueda.
Ahora, imaginemos el futuro desde una perspectiva distinta. Ocurre el referéndum revocatorio. Se produce un traspaso de mando en forma pacífica, tal y como lo establece la Constitución. Se despliega de inmediato un programa de emergencia, con suministro de alimentos y medicinas, para atender a los sectores más duramente afectados por la crisis. En paralelo, se instrumenta un plan de estabilización para corregir los desequilibrios económicos y se logra construir un ambiente propicio para la actividad productiva, que genere riqueza y produzca empleo. Se estimula la inversión privada, vuelven los productos a los anaqueles, se controla la inflación. Prevalecen las diferencias políticas pero se dirimen bajo las reglas de la democracia. Se restablece el equilibrio de poderes, la justicia actúa con imparcialidad sobre los casos pendientes.
Venezuela se encuentra frente a esta encrucijada. Las cartas están sobre la mesa. El gobierno juega a aferrarse al poder, juega sin escrúpulos, sin respetar las reglas de la democracia. Un grupo minúsculo lucha para conservar sus privilegios a toda costa. La sociedad clama por un cambio, aspira a que la salida ocurra por vía pacífica y democrática. El RR aparece como la alternativa viable, prevista en la Constitución, que permitiría el restablecimiento de la convivencia bajo el imperio de la ley y la justicia.
El resultado depende de los venezolanos, de la responsabilidad y compromiso de cada uno de nosotros en el proceso de transformación, que parte por exigir la realización del referéndum revocatorio y continúa con su incorporación en el proceso de construcción de un nuevo país donde se privilegie el trabajo productivo por encima del dinero fácil; donde se reconozcan el conocimiento y el saber por encima de la viveza criolla; donde se entienda que un país no es rico por el mineral del que lo dotó la naturaleza sino por el esfuerzo constante y permanente; un país donde haya igualdad de oportunidades e igualdad ante la justicia. En pocas palabras, un país de acuerdo con los valores y principios del mundo civilizado.
Cualquiera que sea el porvenir que le espere a Venezuela, no será producto del azar sino de la determinación con la que cada uno de los venezolanos asuma su compromiso con el cambio que el país necesita, para que se cumpla con la voluntad de la gran mayoría de la sociedad y no se imponga el capricho destructivo de un minúsculo grupito. La participación en la toma de Caracas constituye una ocasión que la sociedad venezolana no puede desaprovechar para demostrar su categórica resolución de transitar por la vía de la civilización.
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