ANIBAL ROMERO
La gran literatura expone con especial lucidez los asuntos esenciales de la existencia humana. Un caso particularmente ejemplar se refiere al tema del mal. En este sentido varias de las novelas que más me han impactado, y a las que retorno con cierta regularidad, abordan los enigmas y dilemas de la acción humana vinculados a esa cuestión fundamental, la cuestión del mal. Me refiero a Crimen y castigo de Dostoievski, El proceso de Kafka, El poder y la gloria de Graham Greene,DoktorFaustusde Thomas Mann y La peste de Albert Camus. Cada uno de estos maravillosos libros encierra dificultades y se prestan a diversas interpretaciones. No obstante, creo justo aseverar que en ellos el tema del mal, de sus raíces y manifestaciones, ocupa lugar primordial.
Crimen y castigo lo enfoca desde la perspectiva del individuo y la presunta justificación del mal. Es una novela sombría y apasionante cuyo personaje central, Rodión Raskólnikov, abrumado por el descubrimiento de su capacidad para la maldad, desarrolla toda una visión del mal orientada hacia el nihilismo, hacia una nada que es al mismo tiempo la expresión de su poder aparentemente infinito, es decir, de su poder para violentar la ley moral que nos indica nuestros límites. En esta obra de Dostoievski el mal es al mismo tiempo patente y elusivo, pleno y equívoco, terrible y enigmático. El mal se muestra en la vida y en el sueño que es la vida.
Kafka, por su parte, nos conduce a un laberinto de culpabilidad real y palpable pero a la vez inasible. El personaje central de El proceso, el inolvidable Josef K., es una especie de sufriente del mal, es una víctima y a la vez un inocente ejecutor del mal, pero de un mal metafísico e intrigante, que no se identifica pero respira, que escapa entre sus manos pero paradójicamente le atenaza el alma, aplastada por el juicio de unas autoridades cuyos meros designios parecen apuntar a una culpa segura. El proceso es uno de los libros más alucinantes de la literatura, y creo que en su médula se encuentra el misterio del mal.
El sacerdote católico que juega el rol principal en la estupenda novela de Graham Greene, El poder y la gloria, es en mi opinión uno de los más conmovedores y trágicos personajes de la literatura moderna. Su drama es personal y social. Vive en un medio y un tiempo de guerras civiles y persecuciones religiosas; sabe que arrastra el mal y la debilidad ante el mal en su alma, pero lucha con fuerza por la dignidad, aferrado a su fe con un irresistible y heroico apego. El sacerdote de Greene en esta obra excepcional alcanza el martirio a pesar de sus fallas personales, y hasta la santidad a pesar de sus caídas en el abismo del mal. Pocas veces un escritor ha logrado conducirnos de manera más lúcida al misterio de lo humano.
En cuanto al Doktor Faustus, casi avergüenza intentar una breve síntesis de otro libro tan denso e importante como los anteriormente comentados, en el que un personaje faustiano lleva a cabo un pacto demoníaco para alcanzar no sólo excepcional creatividad artística en el campo de la música, sino la verdadera genialidad, vendiendo a cambio de ello su alma a los conjuros de un delirio que destruye cuerpo y espíritu. Esta extraordinaria novela de Mann, si bien reitera lo logrado por Dostoievski, Kafka y Greene en cuanto a la focalización del tema del mal desde el ángulo de la experiencia individual, lo hace enfatizando el contexto espiritual de Alemania durante el período que condujo al surgimiento y crecimiento del nacionalsocialismo, ampliando así el marco de referencias simbólicas de la obra. El compositor Adrian Leverkuhn, un Fausto del siglo XX, sucumbe ante las fuerzas que su ambiciosa voluntad desata, y muere sumido en la locura.
La peste de Albert Camus aborda de manera explícita el problema del mal en un contexto colectivo. Como es sabido, el libro es una alegoría, una especie de metáfora extendida o espacio simbólico. La trama tiene lugar en la ciudad argelina de Orán, acosada por una peste que obliga a las autoridades a clausurar el sitio e impedir la entrada o salida de personas. En ese marco Camus, con gran destreza narrativa y enorme maestría en la presentación y análisis de un complejo grupo de personajes, explora las distintas reacciones, actitudes y tomas de posición ante el mal de que somos capaces los seres humanos, dibujando así un caleidoscopio de la humanidad doliente en toda su miseria y nobleza.
Es probable, como han señalado varios comentaristas, que en esta obra Camus haya tomado como sustento histórico experiencias de peste sufridas en efecto por la ciudad de Orán durante el siglo XIX. Otros han visto en la novela, me parece que con acierto, una alegoría de la ocupación de Francia por parte de los nazis entre 1941 y 1944.
Ahora bien, dos aspectos cruciales diferencian la narración de Camus de la experiencia histórica de Francia bajo dominio alemán. En primer término, el hecho clave de que la peste en la novela de Camus es una calamidad que asola la ciudad de modo no deliberado. Nadie planifica y ejecuta el designio de someter a los habitantes de Orán a esa enfermedad mortal. La peste simplemente aparece. En segundo lugar la peste que relata Camus es derrotada finalmente con la creación de un antídoto, de una medicina salvadora. Ciertamente, a través del tiempo que dura la peste se exponen acciones heroicas y deleznables, unos combaten el mal y otros intentan sacar provecho del mismo, pero no se evidencia una culpa colectiva. En cambio, la ocupación nazi de Francia, que produjo una resistencia heroica y también un colaboracionismo abyecto, generó en su momento desafíos éticos de otra índole. Me refiero a los retos que se plantean a una sociedad enfrentada a un mal que de un modo u otro afectó a todos sus miembros, un mal que permite sospechar de responsabilidades colectivas o en todo caso muy extendidas, y que exige en principio, una vez superado, definir culpas y castigarlas.
En Francia, luego de la derrota nazi, se llevaron a cabo juicios a personajes protagónicos que colaboraron con la ocupación alemana, entre ellos el propio Mariscal Philippe Pétain, jefe del llamado régimen de Vichy y responsable primordial de sus ejecutorias. Pero no sólo Pétain fue juzgado y condenado. Todavía hoy el debate en torno a la culpa por la caída de Francia y la ocupación nazi suscita polémicas en ese país. Y el problema es: ¿quién debe juzgar a quién, quién tiene derecho de hacerlo y qué sanciones son las más adecuadas cuando la peste parece extenderse a una sociedad entera?
La novela de Camus es una alegoría capaz de cubrir numerosos casos de sociedades sujetas a la devastación del mal. Pues con la aparición del mal surge igualmente el problema de la culpa y su castigo. Una sociedad que ha sido afectada gravemente por el mal, por un mal deliberadamente infligido, puede decidir olvidarlo; pero ello tiene sus costos, pues la culpa no desaparece sino que tan sólo se oculta de modo temporal, y con no poca frecuencia vuelve a mostrar su rostro deforme. Pero si una sociedad que ha sido gravemente afectada por un mal infligido de manera deliberada, opta a fin de cuentas por asumir el desafío de castigar la culpa, se ve entonces enfrentada a uno de los retos más apremiantes y en ocasiones ineludibles y necesarios, ya que no todas las pestes son iguales ni susceptibles de curación mediante el olvido.
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