MARTA DE LA VEGA
Es lo que hoy ratifican gobierno de Colombia y FARC, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, considerada la guerrilla más antigua de América Latina, una de las más sanguinarias y destructivas, vinculada de manera vertebral al narcotráfico.
Los crímenes de las FARC contra sus propios subordinados, contra dirigentes políticos, funcionarios del Estado, población rural, grupos inermes como la destrucción de la iglesia con toda la gente adentro que allí buscó refugio, en Bojacá, Chocó, el asesinato a mansalva de 12 diputados, o la explosión en el Club El Nogal, en Bogotá, mas desplazamientos forzosos de comunidades enteras hacia la periferia de la capital por la violencia, no impidieron que se lograra un acuerdo de paz que ahora no vamos a analizar.
Lo importante, más allá de las críticas y observaciones legítimas a algunas de sus cláusulas respecto de impunidad y justicia, concesiones exorbitantes o contenido de la pregunta vetado por la Corte Constitucional por usar el término paz, es que, tortuoso, comienza un camino hacia ella.
No ha sido aún lograda, ni es completa. El ELN no ha cedido al diálogo. Mantiene el lenguaje de
las armas.
Incluso la posibilidad de que gane el NO en el plebiscito del próximo 2 de octubre para refrendar los acuerdos firmados en La Habana, no significa ni que las FARC vuelvan al monte ni que se desate de nuevo la guerra. Es un falso dilema plantearlo así pues la historia no retrocede; las condiciones son diferentes a las que dieron origen al conflicto armado de este grupo subversivo en contra del Estado y el resto de la población. Ha sido una guerra interna, no una guerra civil; ha habido mucho sufrimiento, mucha crueldad, mucha injusticia. El alzamiento de este grupo irregular, el control por el miedo en varias regiones del país donde ellos eran fuerza y ley y la agresión más despiadada de un terrorismo implacable, han salido hoy derrotados.
Durante más de 50 años se llevaron a la fuerza a menores de zonas rurales que vivían en condiciones materiales muy precarias, convirtieron a las niñas reclutadas en sus esclavas sexuales, buscaron la destrucción de la institucionalidad republicana y pretendieron imponer a sangre y fuego sus aspiraciones de poder inspiradas en una ideología de guerras revolucionarias y terrorismo para alcanzar la justicia social.
Así lo dijo Mario Vargas Llosa en el diario El País, en diciembre de 2015, al referirse al libro de Roberto Ampuero y Mauricio Rojas, Diálogo de Conversos (Editorial Sudamericana) publicado en Chile. El texto, siguiendo al Nobel peruano, es “en el plano intelectual, un jaque mate a las utopías estatistas, colectivistas y autoritarias”, como las del socialismo del siglo XXI del presidente Maduro. Y, apoyándose en Albert Camus, desmonta la tesis de que los fines justifican los medios. Es al revés: “los medios indignos y criminales corrompen y envilecen siempre los fines.”Las familias de las víctimas en Colombia también quieren paz. El país celebra estos anuncios, aunque sus ciudadanos, en buen número, no la admitan a cualquier precio. No si se transgrede la Constitución nacional, no si se rompen la legalidad y el Estado de derecho.
Es la situación actual de Venezuela, con una institucionalidad desbaratada y sumisa al poder autocrático del Ejecutivo; con altos funcionarios de gobierno transgresores de las leyes y de la Constitución.¿Tendremos en Venezuela la posibilidad de un acuerdo de paz –dialogante, sincero, con reconocimiento recíproco y en igual rango- entre dos fuerzas antagónicas, una por la democracia, otra con todos los hilos del poder en sus manos y una visión totalitaria?
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