FERNANDO MIRES
A diferencias de Colombia, en Venezuela las fuerzas de la antipolítica no se encuentran ni en los montes ni en las sierras. Están enquistadas como representantes de una gran minoría en el propio gobierno. A la inversa, las fuerzas que representan a la Constitución y a las Leyes, y además, a las más amplias mayorías, se encuentran en la oposición. Ese fue el motivo por el cual Maduro, inmediatamente después de su estruendosa derrota del 6D, procedió a dinamitar el lugar del diálogo: la Asamblea Nacional. Esa fue, a su vez, la razón por la cual la oposición no tuvo más alternativa que levantar la alternativa revocatoria. En este momento los frentes están claramente delineados. A un lado un gobierno cuya capacidad de sostenimiento reside en la aplicación sistemática de la fuerza bruta. Al otro lado una oposición mayoritaria que tiene a su favor la legalidad, la legitimidad y la mayoría nacional. Como se ha dicho en otra ocasión: en Venezuela están enfrentadas en estos momentos la razón de la fuerza en contra de la fuerza de la razón. No sin cierta habilidad, después que Maduro —siguiendo el legado del presidente muerto— se hubiera negado sistemáticamente a cualquier tipo de diálogo, levantó, al verse políticamente acorralado, la posibilidad de un diálogo. Para el efecto se sirvió de los oficios de políticos internacionales afines al ideario chavista: el colombiano Ernesto Samper, el dominicano Leonel Fernández y el español José Luis Rodríguez Zapatero. El diálogo ofrecido por Maduro a la MUD no era más que una coartada militarmente planificada. La intención era evidente. Ella se puede sintetizar en una fórmula: Diálogo en lugar de RR16. La respuesta de la MUD fue atinada: el RR16 está fuera de toda discusión. Si hay diálogo será sobre la base de la aceptación del RR16 .La gran manifestación del 1S, llamada “La Toma de Caracas”, ilustró en forma gráfica como la ciudadanía venezolana de oposición apoyando el revocatorio podía convertirse en dueña de las calles de todas las ciudades. El pueblo organizado alrededor del RR16 demostró estar dispuesto a llevar esa lucha hacia adelante, incluso más allá del propio RR. En el intertanto que va desde el 1S hasta el 16S tuvieron lugar, sin embargo, algunos encuentros entre representantes del gobierno y de la oposición. Según los dirigentes de la MUD se trataba de conversar en torno a las condiciones sobre las cuales podría tener lugar un diálogo. Pero al parecer el régimen no está dispuesto a ceder ni en un solo punto en su posición anticonstitucional destinada a impedir el RR. Así ha quedado claro después de sendas declaraciones de Cabello, Rodríguez, Jaua y el mismo Maduro. Ese encuentro, está de más decirlo, provocó un profundo malestar entre la ciudadanía anti-chavista. La impresión general es que ese “pre-diálogo” (¡!) tuvo lugar a espaldas de las grandes mayorías opositoras. Por cierto, la corriente dialoguista de la MUD aduce que en política los diálogos son inevitables, algunos deben ser secretos y nadie está en la obligación de dar cuenta de los temas discutidos a la publicidad. Formalmente tiene razón. En condiciones normales los políticos actúan como delegados haciendo uso del derecho de representación otorgado por sus votantes. Pero —ese es el punto— las condiciones políticas durante el régimen de Maduro no son normales. El pueblo opositor, a diferencia de lo que sucede en los países democráticos, no se encuentra en estado pasivo esperando los próximos comicios. El pueblo ha sido convocado, está actuando, está en las calles. Tiene por lo tanto el derecho a ser informado de los pasos que están dando los partidos en su nombre. Si el 1S las multitudes salieron a las calles, no fue a favor del diálogo sino del revocatorio. Probablemente muchos están dispuestos a aceptar un diálogo. Pero todo diálogo, es la opinión mayoritaria, debe estar al servicio de las luchas por el RR. A la inversa, las luchas por el RR no pueden estar al servicio de un diálogo. Así resulta evidente que la MUD se verá obligada a abandonar prácticas que solo tienen validez en la política tradicional y dentro de un marco democrático. Ese marco no es el del gobierno de Maduro.
Cierto también es que la MUD no es un partido único sino un conglomerado heterogéneo de partidos con diferentes agendas y en donde —es lógico— no están ausentes las aspiraciones de ciertos políticos de profesión. Pero la unidad política, en los momentos que vive Venezuela, es existencialmente urgente. Si hay políticos que no se han dado cuenta de eso, han errado definitivamente su profesión. La MUD es antes que nada una organización coordinadora de partidos, tendencias y posiciones. Por eso mismo, su tarea principal no es la de ejercer liderazgo sino mediación. El liderazgo —decirlo es elemental— pertenece a los líderes. Ese liderazgo de líderes no puede ser ejercido, en las condiciones que vive Venezuela, en contra de, o sin, la MUD. Eso es obvio. Hacerlo sería un suicidio. Pero en algunos momentos el liderazgo debe avanzar más allá de la MUD. Ya hay un ejemplo: cuando la MUD estaba perdiendo un tiempo precioso discutiendo sobre cuatro alternativas, Capriles comenzó por su cuenta una campaña a favor del RR16. No en contra de la MUD, tampoco sin la MUD, pero más allá de la MUD. Eso es liderazgo. Ya llegará, sin duda, el momento de los grandes diálogos. El que se vive y se vivirá el resto de 2016, y quizás más allá, es un momento de confrontación. Más aún: la lucha política no termina con el RR16. Con RR16 o sin RR16 continuará más adelante. ¿Hasta cuándo? Hasta cuando el régimen abandone el poder. Ese mismo poder que desde el punto de vista político (y no militar) ya no le pertenece.
Conclusiones
La mención a lo casos chilenos, colombianos y venezolanos deja claro que la política no puede prescindir del diálogo. No obstante, no hay una normativa general que indique el cuando y el como debe ser puesto en forma un diálogo. El hecho del diálogo está sujeto, irremediablemente, a determinadas correlaciones de fuerza. En el caso chileno vimos que la gran debilidad del diálogo emprendido entre la Democracia Cristiana y la Unidad Popular fue la del haber tenido lugar entre dos fuerzas políticas divididas. Esa fue la razón de su fracaso. La viabilidad del éxito de un diálogo pasa, antes que nada, por la solidez interna de los frentes en conflicto. El caso colombiano demostró a su vez que cuando intervienen fuerzas no políticas en un diálogo, estas deben ser obligadas a politizarse. El referendo que tendrá lugar a favor o en contra de los resultados del diálogo emprendido con tanto coraje por Santos, sellará un largo proceso que si no lleva a la paz, estará muy cerca de ella. Pero si Santos no recibe el apoyo de la mayoría de su nación, todo su esfuerzo habrá sido en vano. La aceptación de un diálogo debe contar con el apoyo de las grandes mayorías nacionales. En el caso venezolano, la gran mayoría de la nación está por el diálogo. Pero a su vez ese diálogo solo adquiere sentido si es que el régimen acata el revocatorio para el año 2016. Al parecer eso no ocurrirá gracias a la buena voluntad de la gente que merodea alrededor de Maduro. La opinión general es que las luchas democráticas, con o sin revocatorio, continuarán adquiriendo formas más agudas durante el año 2017. La lucha continua.
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