ELSA CARDOZO
El Nacional
La polarización, con diversos grados de confrontación, ha caracterizado las consultas por el brexit y por la paz en Colombia, la campaña presidencial en Estados Unidos, el proceso que acarreó la destitución de Dilma Rousseff y entre nosotros, supuestamente, la carrera de obstáculos en que se ha convertido la petición del referendo revocatorio del mandato del presidente Maduro. Pareciera ser el signo de nuestros tiempos, no solo en los números de encuestas y resultados electorales, sino principalmente en el discurso que acompaña elecciones, referendos y otras decisiones que convocan directamente al electorado o a sus representantes. Pero hay importantes diferencias que aclarar a una explicación tan generalizada como engañosa.
Por supuesto que es propio de la vida política democrática el ejercicio del derecho de la gente a optar por una cosa o la otra, votar o, simplemente, manifestarse a favor o en contra de una decisión, una política, un programa, un candidato o un gobierno. Lo que daña hasta negar la convivencia democrática es el aliento a la confrontación que empobrece el debate o pretende hacerlo desaparecer mientras divide y excluye; es decir, abre una grieta entre amigos y enemigos del gobierno, el proyecto, el país. De modo que hay que afinar lo que se entiende por polarización y sus implicaciones.
En referendos como los de Colombia y el Reino Unido, parece haber una clara partición de la sociedad, sin considerar las altas tasas de la siempre enigmática abstención. Pero es el caso que aprobado el brexit, los ingleses –con nuevo gobierno– construyen el mejor camino posible para materializar con los menores daños posibles la separación de Europa. En Colombia, derrotado el acuerdo de paz, en pocos días se ha producido el encuentro entre el presidente Juan Manuel Santos y el ex presidente Álvaro Uribe, el más duro crítico de la propuesta de paz, y el gobierno ha recibido las propuestas de rectificación del acuerdo para su renegociación. De modo que no es temerario sostener que el rechazo de los colombianos al acuerdo no los divide entre partidarios de la paz y de la guerra (ni siquiera es muy visible esa línea dentro de la guerrilla); los ha dividido pero también los ha convocado a deliberar sobre términos del acuerdo tan importantes, sin duda, como justicia y reinserción.
La campaña presidencial de Estados Unidos ilustra otra faceta de la polarización, ya no simplemente sobre los datos que arrojan las encuestas, que han dado señales de cambio de intención de voto en los últimos días. Se manifiesta más gravemente en el empobrecimiento del debate entre los candidatos, el eco de lo escandaloso que acalla lo que debería ser fundamental y el aliento que desde la campaña de Trump y su difusión se da a los aspectos más sombríos que confrontan y dividen a la sociedad estadounidense. Felizmente, van en aumento las reservas y el retiro de apoyos que le restan oportunidad a su triunfo en noviembre. Ojalá así sea, pero las grietas que ha revelado, alentado y avivado lo ofensivo de su discurso no pueden ser desestimadas.
La destitución de Dilma Rousseff , por su propio caso y rodeada de todas las investigaciones y juicios de corrupción acumulados desde los años del gobierno de Lula da Silva, estuvo marcada por la polarización de posiciones y argumentos en el Congreso y toda la sociedad brasileña. La gestión presidencial provisional de Michel Temer está montada sobre esas divisiones. Lo que sigue haciendo gobernable a Brasil –en medio de las dificultades económicas que obligan a un ajuste cuya impopularidad natural se multiplica en una ancha estela de corrupción y despilfarro– es que hay arbitraje institucional de poderes independientes que en medida razonable han canalizado hasta ahora las posiciones enfrentadas. De modo que Rousseff, por muy injusto que considerara el juicio político, se debió someter a él y no pudo cruzar la línea de la confrontación polarizadora.
Venezuela tampoco puede ser entendida ni atendida desde las simplezas de la polarización, como siguen pretendiendo algunos analistas y supuestos mediadores. En los números que fueron cambiando desde hace cuatro años, lo reveló sin lugar a dudas la elección de diputados a la Asamblea Nacional; también la cantidad, diversidad y frecuencia de protestas, así como las más respetables encuestas que registran la inconformidad de los venezolanos y la sentida necesidad de un cambio de gobierno. El discurso polarizador oficialista con sus tesis conspirativas, aunque ya muy desgastado, sigue intentando evadir responsabilidades y legitimar bloqueos y atropellos. Mientras tanto, el discurso y la voluntad de democratizar han ido ganando legitimidad y fortaleza frente a la voluntad muy minoritaria de atropellar que no se rinde y sigue produciendo daños mayores, pero que ya no polariza ni a los suyos.
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