miércoles, 30 de noviembre de 2016


LA HISTORIA Y LA ABSOLUCIÓN

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             Américo Martin

¿Lo absolvió la Historia? Sus incondicionales juran que sí y sus detractores –seguramente muchos más de los que alguna vez fueron- se baten por la negativa. En mi caso y en el de otros, la respuesta merece unas consideraciones previas, y la primera es que, en puridad y por fortuna, ni en el peor de los momentos nos sujetarnos del todo a ideologías intocables, partidos únicos o caudillos providenciales. Pese a estar inmersos en el dogma, muchas veces presentamos perfiles propios, lo cual desde luego no nos exime del disparate en que incurrimos.

Adquirimos nuestras convicciones actuales a lo largo de años intensos. Fue el resultado de rupturas padecidas en medio de esfuerzos de esos que no toleran respuestas ligeras o tajantes. Para decirlo con un manierismo propio de Carlos Marx, “la praxis” nos indujo a asumir con patética pasión lo que más tarde la misma “praxis” nos aconsejaría tachar de falso. Marx distinguía entre “prácticos” (gente de acción) y “teóricos” (gente de pensamiento) pero para efectos de su postulado rupturista y revolucionario optó por el concepto de “praxis”, que viene a ser una simbiosis entre el hacer teórico y el hacer práctico. El marxismo, el fidelismo fueron, pues, compromisos completos -de honor, diría- entre  pensar, sentir y hacer. De allí su arraigo. Como alguna vez dijera Emilio Castelar, el gran orador republicano del siglo XIX refiriéndose a las exageraciones desatadas  por la caída de los borbones:

-No sabían pensar, no sabían sentir.

A mi viejo amigo Antonio García Ponce le escuché explicar cuán difícil le resultó desprenderse del marxismo-leninismo

-      Fue como sacarse un chip metido hondamente en la cabeza. Y a ti te pasó lo mismo, Américo.

No se ha estudiado cual merece la forma como el marxismo, el fidelismo, el leninismo, el maoísmo configuraron el pensamiento y la acción de las juventudes hemisféricas que recibieron con júbilo la victoria de la revolución cubana. Los audaces “barbudos” trazaron una pauta en el vasto mundo del subdesarrollo. La pasión predominó sobre la razón, el corazón sobre el cerebro. Era la fallida hora de los “hot heads”, la hora en que la ardiente pasión se escapó del corazón para adueñarse de las cabezas, colocando bajo sospecha la fría y reflexiva razón. La voz de la experiencia convertida en eco inaudible y remoto. Por desgracia no será la última vez.

El fidelismo insinuaba más que proclamaba un sincretismo religioso. Evocando a Moisés, Fidel descendía de la montaña con las tablas de la Ley. Fidel y sus 12 apóstoles, que no fueron 12 sino muchos más, recordaría a los acompañantes de Cristo. Las barbas bíblicas, cuyo significado místico, según Azimov, es el de la luz de los rayos solares, la desaprensión en el comportamiento; todo nos hablaba de un fenómeno telúrico-milagroso, irrisoriamente  asociado al socialismo “científico”. Ciencia extrañamente mesiánica, esa. Era la entrada de la efímera confluencia cristiano-marxista y de la Teoría de la Liberación con el rostro de Camilo Torres. Un producto intelectual latinoamericano, que el Papa Juan Pablo II puso fuera de la órbita de la fe.

Fidel encarando a la primera potencia del mundo en nombre de 400 millones de latinoamericanos parecía romper la parsimonia de los partidos tradicionales. La socialdemocracia, la democracia cristiana y los Partidos Comunistas latinoamericanos sufrieron severas desgarraduras.

Cuando el caudillo emergente proclamó que la Historia lo absolvería, nadie le reprochó en voz alta tamaña muestra de egolatría. En sus palabras predominaba el reto a las potestades mundiales y la apariencia del despertar de la democracia en un subhemisferio durante mucho tiempo sometido por dictaduras militares clásicas.  El Fiscal pidió 20 años. En esguince que convirtió en marca de fábrica, el brioso reo pasó de acusado a acusador. Citando a Montesquieu rompió lanzas por la división y equilibrio entre los poderes. Refiriéndose a sí mismo, clamó que fue un rebelde para el noble propósito de restablecer la Constitución de 1940, tan pisoteada por la dictadura de Batista como aceptada por todas las corrientes del pensamiento existentes en la Isla. De nacionalizaciones, solo dos: electricidad y teléfonos. Con frases para el bronce, deslizó un programa satisfactoriamente democrático –ni una sola mención al socialismo- y  una promesa que aplastaron los paredones:

-      Para mis compañeros muertos no clamo venganza. No es con sangre como pueden pagarse las vidas de los jóvenes que mueren por sus pueblos

Implantar una dictadura perpetua, llenar las cárceles de presos, meter cultura y educación en un puño, establecer una ideología única, hundir la economía y las instituciones que fieramente defendieron tantos valientes cubanos; y -pese a la caída del Muro- morir aferrado a una utopía cuya falacia reconoció, no tiene absolución posible. Ya puede anticiparse que el dictamen de la Historia le será muy desfavorable, muy duro. ¿Reconoció la inaplicabilidad del socialismo? Desasido plenamente del mando y quizá con piquete contra sus sucesores, confesó que el modelo cubano no le sirve ni a los cubanos

Raúl anuncia su retiro en 2018. Quizá civiles sin historia guerrera asuman el tímido viraje del VI Congreso.  Díaz Canel, Murillo o Alarcón, deberían reflexionar sobre tres modelos viables: López Contreras (Venezuela), Adolfo Suárez (España) y Balaguer (República Dominicana). Favoritos de los feroces dictadores Gómez, Franco y Trujillo, restablecieron la democracia en lugar de repetir a los sepultados caudillos. A ellos, por eso, los absolvió la historia. A Maduro, en cambio…

-      Usted se parece a López Contreras, le digo a Adolfo Suárez cuando pude hablarle en Madrid.

-      ¡Hombre¡ ¿Y quién es López Contreras?

-      El Adolfo Suárez de Venezuela.

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