Trino Márquez
El centro de la colosal crisis
global que vive el país se encuentra en Nicolás Maduro. Desde que asumió la
Presidencia de la República, primero de forma interina y luego de manera
definitiva, se convirtió en el factor fundamental del deterioro general de la
nación y en la traba más poderosa para impedir que las dificultades se superen.
Sin duda que el entorno que lo rodea está integrado por ineptos y gamberros
iguales o peores que él. Sin embargo, el verdadero responsable de los males que
aquejan al país es el primer mandatario. La razón jurídica es sencilla: en un
régimen tan marcadamente presidencialista como el venezolano la clave para
promover el avance o el retroceso del Estado y la sociedad, se hayan en la
figura que detenta la jefatura del Estado, del Gobierno, de las Fuerzas
Armadas, de las relaciones internacionales y de la Hacienda Pública,
competencias que la Constitución de 1999 le asigna al Presidente de la
República.
Si
la Carta de 1961 era presidencialista, la del 99 podría calificarse de “imperiacilista”,
pues convierte al Presidente de la República en una suerte de emperador, de
mandatario omnímodo sin contrapesos, ni balances institucionales. Hugo Chávez,
padre de esta monstruosa criatura, sacó el máximo provecho de esa anomalía constitucional. Pueden citarse
las diferentes leyes habilitantes que le solicitó a la Asamblea Nacional, aun
teniendo la mayoría absoluta del cuerpo legislativo. El “millardito” de dólares
que le ordenó al Banco Central le transfiriera para financiar, más bien
derrochar, el gasto social. Los mandatos que le imponía al TSJ y la obsecuencia
con la cual la mayoría oficialista obedecía las órdenes del caudillo. El trato
despótico a los gobernadores y alcaldes, incluidos los de su propio bando. Los
ascensos militares sin consultar la AN, que pasaron a depender exclusivamente de
la voluntad del jefe del Estado, lo que le permitió crear una guardia
pretoriana, uno de cuyos representantes más conspicuos es el general Vladimir
Padrino López.
Nicolás
Maduro lo único que ha hecho es continuar y reforzar la línea trazada por
Chávez. La diferencia consiste en que no posee el encanto personal de su
progenitor y, sobre todo, carece del dinero para enmascarar sus arbitrariedades.
Chávez podía ocultar una parte de su autoritarismo atrabiliario con cierta
simpatía y repartiendo dinero a diestra y siniestra, porque en una época le
sobraba. Maduro tiene que apelar a la represión pura y dura con un estilo
lejano a cualquier rasgo amable o simpático. Sin estar consciente de sus
propias limitaciones; agrede a los diputados de la Asamblea Nacional, presiona al TSJ para que despoje a la
oposición de la mayoría calificada obtenida en las elecciones legislativas del
6 de diciembre; instruye al anterior Parlamento para que designe a los
magistrados exprés, convertidos en su ariete legal para torpedear las
decisiones de la AN; manda aprobar una ley de emergencia económica para
justificar los atropellos a la AN y burlar los controles de la Cámara;
desconoce la autoridad de la AN para aprobar el presupuesto de 2017; se vale de
unos tribunales penales sin competencias electorales y de la complicidad del
CNE para acabar con el referendo revocatorio; somete a los tribunales para que
castiguen y acosen a la oposición.
El
presidencialismo autoritario de Chávez, Maduro lo ha convertido en un
centralismo cuartelario, cimarrón. Su tozudez
impide cualquier salida electoral o cambio de timón que permita
restablecer los equilibrios institucionales inherentes a toda República democrática. Persiste en mantener y
reforzar el modelo estatista y los controles desmedidos, causa principal de la
severa crisis económica y social que sacude al país.
En
1993, apenas a siete meses de las elecciones, las fuerzas opuestas a Carlos
Andrés Pérez, entre las cuales se encontraban sectores que hoy gobiernan, sostenían que la solución de la compleja
situación de aquel momento pasaba por la salida de Pérez. Lo consideraban la
nuez del problema. Veintitrés años después se repite la historia, aunque con
muchísimos agravantes adicionales. Aquél era un país que crecía y se
modernizaba. Esta es una nación que se empobrece guiada de la mano del
Presidente.
La
agenda del diálogo entre la oposición y el Gobierno tiene que contemplar la
pronta salida de Nicolás Maduro en
cualquiera de los términos que autoriza la Constitución Nacional. Con Maduro en
el poder no hay forma de solucionar los problemas nacionales.
Esta verdad axiológica la reconocen hasta los mismos chavistas.
@trinomarquezc
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