lunes, 30 de enero de 2017

DIÁLOGO IMPOSIBLE

MARTA DE LA VEGA

Como una mancha voraz que se extiende, crece y envuelve todo lo que encuentra a su paso hasta consumir, bajo su siniestra y glotona ferocidad, a un pueblo entero  y a sus habitantes, como lo imaginó Alfred Hitchcock, así se expanden a ministerios y demás dependencias públicas las políticas de exclusión, despido y jubilación forzosa emprendidas por altos personeros del gobierno.
Ministerio de Finanzas, Seniat y ahora, bajo la batuta de Delcy Eloína, el de Relaciones Exteriores, estos organismos de poder del Estado, que ha sido dominado por el gobierno chavista, practican razias cuyo denominador común, además del resentimiento, son el fanatismo y la intimidación contra un supuesto enemigo. 
La consigna es alinear con los propósitos de la llamada revolución del socialismo del siglo XXI a los funcionarios. Lo dijo uno que fue alcalde del municipio Libertador en Caracas: todos los policías deberían ser chavistas. Y hasta los intelectuales y artistas del oficialismo piensan así. Teatros y espacios del Estado no deben ser escenario para los que no se adhieran al dogma, sostienen algunos de ellos, incluso muy consagrados antes de que irrumpiera esta mancha voraz.
Los empleados públicos se convierten en sumisos instrumentos de consolidación de grupos minoritarios que gobiernan a nombre de la nación y usurpan la voluntad de la mayoría al imponer sus intereses particulares sobre el resto de los ciudadanos, mediante el control de las instituciones. Si por analogía, el artículo 328 referido a las fuerzas armadas se aplica a profesionales, técnicos y obreros que laboran con el Estado, podemos afirmar que cada uno de estos servidores públicos viola su compromiso: “En el cumplimiento de sus funciones, está al servicio exclusivo de la Nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna”.
Además de estratificar en grupos irreconciliables la sociedad venezolana, la dominación totalitaria que se pretende imponer conlleva descalificación, insulto, ofensa, amenaza, persecución, cárcel, tortura y hasta la muerte de quienes se atreven a desafiar el régimen o enfrentarlo.  No hay adversarios sino enemigos que deben ser destruidos.
Con la doctrina del enemigo interno se justifican las detenciones arbitrarias e ilegales, la persecución o el exilio forzoso. Cual monstruo que devora a sus propios hijos, el régimen arrasa con toda posibilidad de futuro estable y próspero para quienes se han formado y por sus méritos aspiran a tener calidad de vida, bienestar y paz. La diáspora crece y miles de jóvenes prefieren buscar horizontes distintos o se ven forzados a abandonar la patria.
Dos graves consecuencias: la reconstrucción de las instituciones va a ser muy ardua. Se han pervertido y contaminado de incompetencia, mediocridad y odio social. Toca, desde cero, contratar, formar, seleccionar, profesionalizar, armar equipos y revisar credenciales de quienes allí trabajen, con criterios objetivos de calidad y transparencia.
La segunda secuela de esta mancha voraz es el pensamiento único de vocación totalitaria, que termina por ser monolítico, monólogo. Y así, diálogo imposible. Este, inherente a la democracia, requiere reconocimiento del otro, paridad entre las partes, reciprocidad, buena fe, veracidad, respeto, coherencia y compromiso consecuente con el cumplimiento  de los acuerdos alcanzados. El diálogo fracasó porque no se dieron las condiciones para que fuera exitoso. La comunidad internacional ignora que su reclamo por el alto gobierno es una farsa.

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