FERNANDO RODRIGUEZ
EL NACIONAL
Hay una serie de asuntos que rechazaría contundentemente cualquier país civilizado y que en el nuestro se han hecho parte de nuestra vida cívica sin que ya hagamos mayor cuestión de ellos. Son miserables violaciones de los más elementales principios de la convivencia, delincuencia política consuetudinaria, exabruptos que no caben en ninguna racionalidad sana. Pongamos al menos tres ejemplos, que distan de ser los mayores, pero que a mí me irritan particularmente por arbitrarios, absurdos.
¿En que puede justificarse que la oposición venezolana, ampliamente mayoritaria, no pueda manifestar en el centro de la ciudad por orden permanente del oscuro alcalde de esa municipalidad de Caracas, donde también es mayoría esa oposición? Lo único que han logrado argüir es que pudiesen dañar la zona. Cosa que por lo demás puede hacer cualquier manifestación, salvo colectivos paramilitares del gobierno y los "revolucionarios" que la recorren a su gusto, trasladados muchos de ellos en autobuses del Estado y recibiendo estipendios. En realidad al parecer es muy importante mantener simbólicamente, contra toda evidencia, que las zona pobres de la ciudad son para siempre revolucionarias, por voluntad del eterno será. Si la realidad dice lo contrario, peor para la realidad. Sumémosle a esto un detalle, ya es costumbre cerrar las estaciones del metro que conducen a la marcha antigubernamental. Busque usted justificaciones. O la manifestación alterna que se decreta automáticamente a penas se anuncia la opositora, para asustar con un estado de guerra posible si no se acata la disciplina decretada: cuidado…por aquí andamos.
Las cadenas, las cadenas radioeléctricas y similares que se suman a las otras que nos agobian. En uno de sus extraordinarios artículos Antonio Pasquali nos informa que durante su presidencia Chávez nos sometió a casi seis meses continuos de su verborragia (horas: multiplique por 30 y luego por 24) plena a más no poder de ignorancias, narcisismo y vulgaridad. Cosa que Maduro ha continuado de disparate en disparate. ¿Hay en el planeta, en la historia, algún atropello ensordecedor similar? La Asamblea ha hecho una ley que las limita, nada de que enorgullecerse por cierto pero valga, lástima que es un fantasma. Dieciocho años de violaciones de nuestros derechos a oír y ser oídos decentemente.
Cabello, posiblemente el ciudadano más detestado por su coetáneos, se le ocurrió que había que pegar letreros en espacios estadales que prohíban hablar mal de Chávez. No solo ignorando la más elemental libertad de expresión y el estropajo en que ese señor convirtió el país sino hasta el poco afecto que le demostró personalmente cuando tuvo ocasión. La cosa es tan absurda que esos letreros podrían redactarse incluso así: "Espere a salir para despotricar de Chávez" o "Piénselo pero no se le ocurra decirlo"(debajo de los ojos inmóviles). Un corolario ha sido la vulgar censura de una teleserie sobre su vida, con la particularidad de que cada quien debe denunciar, la delación es un valor moral supremo del régimen, si la están pasando en algún canal (¿?!).
No olvidemos la ignominia. Es la condición para superarla.
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