SIMON GARCÍA
Estamos viviendo un interregno. Atrapados entre dos orillas nos desplazamos mediante giros sin plan ni concierto, en medio de incertidumbres, tensiones y conflictos que dificultan la aparición de una conciencia sobre la importancia de remar en una misma dirección, aun si andamos en barcas separadas.
Es propio de las situaciones de interregno que la crisis de ingobernabilidad de los de arriba y la crisis de realización de los de abajo concurran en generar un bloqueo de futuros viables que beneficiarían a la mayoría.
Lo trágico del interregno es que nos coloca en una tierra de nadie y de nada. Un territorio que compartimos todos, con unos problemas que nos disminuyen a todos y unos horizontes accesibles a todos a condición de lograr acuerdos mínimos para salir juntos de los laberintos de las crisis.
Tenemos al menos cinco décadas buscando cerrar este interregno y desde hace más de quince años escenificamos un esfuerzo unilateral y anacrónico, originariamente apoyado por una mayoría, que ha llevado al país a un estado general de lucha por la supervivencia.
Ese intento tiene todas las características de ser la fase terminal de unas interpretaciones erradas sobre los retos del país y el predominio de múltiples visiones limitadas por dos factores que han operado como inhibidores de un progreso socialmente inclusivo y económicamente sustentable: una cultura política populista y una práctica económica rentista. Ambos factores íntimamente vinculados a nuestra dependencia existencial del petróleo.
No hay que equivocarse. Las campanas no están doblando sólo por el chavismo, están anunciado que no hay futuro viable por la doble vía de acentuar la deriva totalitaria del gobierno y mantener los prejuicios que impiden que cada lado descubra que en la otra parte contendora existen energías indispensables para completar la clave hacia las soluciones.
Existe un primer consenso que no terminamos de asumir: con la situación que vivimos todos perdemos. Existe un casi unánime malestar, inconformidad y rechazo al gobierno de Maduro y al modelo de populismo estatista y autoritario que encarna.
Este consenso sobre lo que no queremos puede ser útil para una inversión de la estrategia y comenzar por acordarnos los que compartamos la convicción de que hay que cerrar el largo ciclo histórico populista y rentista. Resuelto ese cómo, mejorará la disposición a ocuparnos sobre la apertura de una transición hacia un nuevo ciclo histórico.
El evangelio sostiene que San Pedro tiene dos llaves, una de plata para cerrar y una de oro para abrir. Es hora de identificar los pasos para cerrar pacífica, constitucional y pluralmente un pasado construido por la suma de equivocaciones de élites y pueblo. La naturaleza progresista y avanzada de ese cierre es determinante de la calidad del período de transición histórica hacia una verdadera nueva época. Un período que necesita que antes encontremos la llave de plata.
@garciasim
Si a los culpables de esto se hubiese juzgados por Prevaricación empezando por los magistrados de la extinta corte hoy no habría está interregno.
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